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Empuje y audacia


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los Pirineos», ampliamos aún más la perspectiva y la mirada, ya que sabemos que la migración de menores es una realidad en los diferentes países europeos, y que es una característica de esta migración el tránsito entre estos diferentes países, principalmente entre los territorios fronterizos buscando oportunidades y «espacios simbólicos» caracterizados metafóricamente como una zona franca. En este sentido, se presentan tres proyectos europeos del programa Poctefa, presentados anteriormente, del que intentan identificar prácticas exitosas, abrir espacios de diálogo y experiencias y crear estrategias conjuntas entre España y Francia para asegurar tanto el bienestar de los menores y la adecuada transición a la mayoría de edad como el acompañamiento una vez cumplidos los dieciocho años.

      Por último, cabe señalar que el tránsito y la movilidad (como estrategia de falta de oportunidad) no ayudan a estas personas a arraigarse a un territorio, a una comunidad, a una sociedad, factor indispensable para construir pertenencia e identidad colectiva, sino que aumentan situaciones de riesgo, de vulnerabilidad y de exclusión social por la falta de una políticas públicas comunes nacionales y transnacionales basadas en la defensa de los derechos humanos, y por la falta de coordinación de los diferentes organismos públicos europeos. Por esta causa, es indispensable reflexionar sobre una perspectiva de protección que vaya más allá del territorio (región o país), de un periodo histórico y/o de los intereses nacionales o transnacionales, determinando que el foco sea la persona y su trayectoria vital (más allá de los diciocho años). Hablar de itinerarios de vida para acompañarlos hasta conseguir una emancipación con garantías que les proporcione la calidad de vida que toda persona se merece. La migración de adolescentes y jóvenes no acompañados/das nos cuestiona también qué tipo de sociedad queremos construir y quién debe formar parte de ella; y también los y las menores de edad que crecen en nuestra sociedad y que alcanzaron la mayoría de edad deben formar parte de ella.

      Una sociedad madura en la defensa de los derechos humanos es aquella que acompaña a esa infancia que un día decidió emprender un viaje para mejorar sus vidas y la de sus familias; es la que los acompaña en su crecimiento personal; la que comprende y acepta dicha diversidad y la interpreta como un activo en la construcción de nuestro futuro colectivo. Sólo así les devolveremos la ilusión, el empuje y la audacia que aquel proyecto en busca de una vida digna y fue «posible» (momkin).

      [1] Todas las citas textuales de la segunda parte del libro son fruto del trabajo de campo de los proyectos citados.

      PRIMERA PARTE

      UNA MIRADA TEÓRICA: CONCEPTOS Y REFLEXIONES

      I. REPENSANDO LAS MOVILIDADES ADOLESCENTES

      Mercedes G. Jiménez Álvarez

      Universidad Complutense de Madrid

      Hace pocos meses que su prima Amal, de 13 años, cruzó la frontera de Fnideq (Castillejos) a Ceuta, escondida entre las piernas de su tía dentro de un coche. Ahora vive en San Sebastián en casa de su tía y estudia segundo de ESO y trabaja también cuidando a todos sus primos pequeños, haciendo la comida y limpiando la casa, como Salma. Diremos que es una niña «inmigrada», pero, si la viéramos dentro de un año y medio, cuando tras una pelea con su tía termine tutelada por la administración y en un centro de protección, entonces los servicios sociales de su ciudad dirán de ella que es «una menor extranjera no acompañada».

      Es el caso de otro primo paterno de Salma, Rachid, que nació en España y que vive en Gerona y estudia sexto de Primaria en el colegio. Dirán de él algunos estudios sociológicos que es un menor de «segunda generación» o de «origen» marroquí.

      Kamal es el hijo de la familia donde trabaja Salma como «petite bonne» en Tánger que cumplirá los dieciocho años a finales de este año. Estudia en el Instituto de Educación Secundaria Obligatoria «Severo Ochoa», perteneciente a la red de centros escolares españoles en Marruecos. Acaba de terminar 2.º de Bachillerato y aprobar la prueba de acceso a la Universidad. Cruzará la frontera como menor de edad en septiembre con un visado de estudiante y cursará en la Universidad de Granada el Grado de Traducción e Interpretación. Sus profesores dirán que es un nuevo estudiante que se acaba de matricular y sus compañeros que es un «novato» más.

      Sin embargo, la prima de Kamal, que se llama Khadiya, tiene diecisiete años y estudia con él, se irá a Bruselas a estudiar el curso que viene en la Universidad Libre de Bruselas porque a su padre le han nombrado Embajador de Marruecos en ese país. Formará parte del cuerpo diplomático y será una persona «expatriada» con pasaporte de diplomático. No tendrá que pedir un visado de estudiante para poder moverse.

      En esa misma calle de Tánger donde trabaja Salma, cada mañana cuando va a comprar el pan a la panadería de la esquina, se encuentra a un chico de Beni Mellal que le pide algo de comida. Se llama Badar y tiene dieciséis años. Badar dentro de pocas semanas cruzará el estrecho de Gibraltar debajo de un camión desde el puerto Tanger-Med. La policía lo detendrá en una gasolinera cerca de Málaga al salir desconcertado de debajo de un camión y pensarán de él que es un «inmigrante irregular» porque el chico es corpulento, y querrán hacerle una radiografía de la muñeca para verificar su minoría de edad.

      Sin embargo, días después conseguirá cruzar su primo Allal con el que ha estado también mucho tiempo en la calle en Tánger. Allal tiene catorce años y conseguirá llegar a Murcia y, a través de su primo Hicham, comenzará a trabajar en la recogida del melocotón. Para el empresario será un temporero al que puede pagar menos y para la prensa un «sin papeles» más.

      Yousef, de seis años, también cruzará ese día el Estrecho. Su madre no podía ocuparse de él, así que el día que nació se quedó en la Crêche de Tánger (centro de acogida gestionado por una asociación). Una familia de Valencia ha hecho una kafala (o tutela dativa) y podrá irse con ellos a España. Es un niño «kafalado» según las estadísticas del Ministerio de Justicia de Marruecos, y su nueva familia ha tardado varios meses en completar la larga lista de documentación que el Consulado de España en Tánger requiere para concederle un visado y que pueda comenzar una nueva vida.

      También en ese barco viaja Soufiane con su padre, un militar retirado con el que va de vacaciones a Málaga. Tienen un visado en el pasaporte que le permite cruzar el Estrecho como turistas. Pero Soufiane, que tiene dieciséis años, no volverá a Marruecos. Su padre lo va a dejar con sus tíos en un pueblo de Málaga porque no puede ocuparse de él desde que su mujer murió. Está pensando volver a casarse y sabe que