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Empuje y audacia


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lado, y por las formas de gobierno sobre la migración infantil, que dibujan de forma general, el maltrato institucional como forma de control de esta migración. Pensamos que esta nueva forma de moverse es novedosa porque pone de manifiesto una transgresión social y cuestiona las relaciones de género y generación dentro de la familia y las formas en que es construido el «menor sujeto de derechos» por parte de las formas de gobierno de la protección de la infancia. En términos generales, aunque no siempre es así, puede llegar a ser una forma de moverse basada en un dinamismo y una flexibilidad que pone en crisis la territorialidad de los sistemas de protección en Europa. El hecho de que se active o no esta «dinamicidad» está muy relacionado con la respuesta institucional y se apoya principalmente en las redes de iguales. Finalmente, esta circunstancia les confiere una hipervisibilización (Trujillo, 2011) o visibilidad alienante (Bargach, 2006), fruto de la doble condición de los niños y jóvenes como «sujetos de protección y objetos de control». Sin duda, la novedad se refiere tanto a «otra forma de mirar a los menores» como a una nueva forma de moverse por parte de estos, y al modo en que son construidos y gobernados en un contexto contemporáneo donde el control de las migraciones es cada vez más prioritario en detrimento de la protección de la infancia.

      3. Circulación infantil y sistemas de dependencia

      La apuesta teórica de este trabajo es desarrollar y profundizar en los significados de la migración autónoma de menores de edad manteniendo cierta continuidad con los estudios sobre movilidad infantil y juvenil. La cuestión de la movilidad infantil ha sido estudiada principalmente por la antropología anglosajona. Esta se ha centrado en la movilidad infantil con un extenso trabajo de campo sobre circulación de niños y niñas en sociedades de Oceanía y Asia (Goody, 1969). Se ha entendido la movilidad infantil como las prácticas de circulación de menores vinculadas al trabajo, a la educación, al cuidado de los niños o a la adopción o el acogimiento o fosterage, como acertó Marcel Mauss a denominar (Lallemand 1993: 13). También la etnología francesa se ha ocupado de la circulación de menores en las sociedades africanas, específicamente en África Occidental.

      Las principales cuestiones que se han estudiado van desde el fosterage (entendida esta como la forma más flexible de confiar a los niños a la familia extensa o a otras personas más o menos cercanas) hasta la adopción, donde el vínculo de la consaguinidad queda diluido y la relación con los padres biológicos desaparece. Como señala Jacquemin (2009: 49), la circulación de menores es un fenómeno importante, multiforme y polisémico. Apunta tres grandes interpretaciones a estas prácticas. Una interpretación de orden económico, donde los autores vienen a explicar la circulación de niños y niñas como un modo de reparto de las cargas en la crianza y educación de los niños. En este sentido, la circulación de los menores sería una forma de «protección social intergeneracional» (2009: 44). Una segunda interpretación se refiere al intercambio de menores como un modo de reforzar los vínculos en la familia extensa, impidiendo la autonomía de una pareja con sus hijos. También es posible la cesión de menores a personas que, estando fuera de los lazos de consanguinidad, sí mantienen relaciones de amistad o clientelismo. En este sentido, Lallemand (1993: 43) sostiene la hipótesis de que la circulación de menores refleja una forma de solidaridad entre familias y que constituye una forma de crear alianzas similares a las que se pueden establecer con determinadas prácticas matrimoniales, ya que estas crean obligaciones recíprocas. La tercera interpretación parte de entender la cesión de los menores de edad como una forma de promoción social. De esta forma, se confía el menor a una persona o familia con más posibilidades para educar y cuidar al niño; circular es, por lo tanto, promocionar.

      Aplicar la perspectiva de género ha supuesto poner de manifiesto los lugares y las estrategias de las mujeres en su migración autónoma. También se han desvelado las relaciones de desigualdad dentro del grupo doméstico, profundizando en el análisis de las relaciones de poder (Ramírez, 1998; Ribas-Mateos, 2004). El género ha entrado en las migraciones de forma que ha explicado procesos de segregación dentro y fuera de los grupos domésticos subrayando la capacidad de agencia de las mujeres. Sin embargo, en relación a las migraciones protagonizadas por los niños y jóvenes no existe aún una reflexión en términos parecidos.

      Del mismo modo que la migración de las mujeres ha sido entendida y analizada tradicionalmente en el marco de la familia, la migración de menores también ha sido comprendida y estudiada mayoritariamente en el marco de una estrategia familiar (Suárez, 2006). Es decir, a la mujer se le suponía como dependiente de la migración de un hombre y la migración de los niños se ha entendido dependiente de las de sus progenitores. En ambos casos se les ha pensado como personas «dependientes» de la decisión de otros, de la producción de otros, de la visibilidad de otros.

      La pregunta que nos hacemos es si, del mismo modo que la perspectiva de género y las teorías feministas han desvelado las relaciones de poder y las formas de segregación dentro de la familia, es posible pensar que niños y adolescentes son también construidos dentro de esas relaciones de poder existentes en el grupo doméstico.

      Algunos autores se interrogan hasta qué punto la feminización de las migraciones es una realidad novedosa o lo nuevo es, por un lado, la forma «de pensar y contextualizar» a las mujeres y, por otro, el interés creciente por los estudios sobre la mujer y las relaciones de género (Ribas-Mateos, 2004). Sin duda, son procesos que acontecen a la par. Del mismo modo que los estudios sobre la feminización de las migraciones han corrido parejos al interés por las cuestiones relacionadas con el género, los incipientes estudios sobre los menores en la migración y la migración autónoma de menores corren parejos al creciente interés por la edad, la infancia y su participación y presencia en los procesos migratorios.

      Los estudios sobre la presencia de las mujeres en los procesos migratorios son variados y gozan de gran relevancia; poco tienen que ver con los aún escasos estudios sobre la migración de los menores. Mayoritariamente, estos son pensados en la órbita de acción de las familias; se los analiza desde una lógica reproductiva (dependencia y cuidado) más que desde una perspectiva de autonomía (trabajo e independencia). Frecuentemente, los niños y jóvenes son pensados en la migración de forma velada, ocultos por una visión «adultocéntrica» de las migraciones y desde una perspectiva que los considera dependientes, entendiendo esto como una carga y un freno a la autonomía.

      Queremos centrar este debate en la cuestión de la dependencia. ¿Se puede pensar que los que son construidos como «dependientes» reformulan esta condición? ¿Es posible que la dependencia a través de las formas en que esta se gobierna pueda ser resemantizada como un recurso en un contexto internacional? ¿Cómo niños y mujeres, entendidos como dependientes, pasan a ocupar un papel de protagonistas? ¿Tendría esto también que ver con la presencia creciente de los mayores de edad en la migración? ¿En qué contextos se movilizan