y privativa, reveladora de los terrores más recónditos que anidan en las profundidades abisales de lo humano (a él le gustaba hablar de los «terrores del alma»). Pero con frecuencia olvidamos que Poe no solo escribió textos de impronta gótica; muy por el contrario, su vasta producción literaria para el relativamente escaso tiempo que vivió abunda en otras aproximaciones genéricas, algunas de ellas asombrosamente novedosas. Apasionado de los fenómenos y descubrimientos científicos ‒como puede observarse en Pym[3]‒ y matemáticos, Poe es uno de los principales artífices de la moderna ciencia ficción, que para algunos ‒quizá obviando injustamente el modelo precursor del Frankenstein de Mary Shelley (1818)‒ principia con el relato «Hans Pfaal». Por otra parte, se le atribuye al autor norteamericano la invención del género detectivesco, que él denominaba «de raciocinio» («raciocination»), cuyo punto de partida se considera «Los asesinatos de la calle Morgue» («The Murders in the Rue Morgue»), cuento al que se añadirían otros como «La carta robada» («The Purloined Letter») o «El misterio de Marie Rogêt». Mediante la figura del investigador Auguste Dupin, Poe da vida en el universo literario al detective que, a través del acopio de pruebas y provisto de una ingeniosa y prodigiosa capacidad deductiva, desvela los enigmas a los que se enfrenta. Con el riesgo que implican asertos tan especulativos, podría decirse que sin Dupin y, de manera aún más sutil, sin el recurrente narrador pasivo de no pocos cuentos de Poe, absorto en sus oscuras cavilaciones y elucubraciones, no habría existido Sherlock Holmes. Así pues, en definitiva, Poe es por una parte deudor de los paradigmas románticos de los que también hace gala en su evocadora poesía, y en su percepción de la vida y la obra literaria como un todo orgánico y necesariamente entrelazado, pero, por la otra, desde la vertiente racionalista proyectada en muchos de sus artículos y relatos, no deja de ser también legatario de la Ilustración dieciochesca. En última instancia, como artífice de la pluma e impulsor de la literatura, aglutinó numerosas facetas, mostrando su prodigiosa versatilidad: compuso obras narrativas, poéticas, satíricas, filosóficas, de teoría literaria, periodísticas, reseñas… además de ejercer labores de editor.
Poe fue un escritor dual en un país dual que, en 1776, no muchos años antes de que naciera, había alcanzado su independencia y que, en el transcurso de la existencia del autor, seguiría debatiéndose entre acontecimientos convulsos y cíclicos conflictos políticos mientras consolidaba su territorio y su conciencia nacional. Separados política e ideológicamente de la Gran Bretaña de la que habían sido colonia, los ciudadanos americanos anhelaban emanciparse de la influencia inglesa también desde una perspectiva cultural y emocional, lo que les llevaba a rechazar los modelos literarios británicos en pos de lograr una identidad propia. En este sentido, los escritores estadounidenses perseguían crear una escritura «genuinamente americana», tratando de apartarse de la tradición de la Inglaterra vinculada al «Viejo Mundo». En este contexto, y aunque fue defensor y partidario de la «independencia literaria», atacando a los que remedaban de manera superficial los patrones ingleses, Poe se opuso también al nacionalismo cultural excesivo y no trató de ocultar en ningún momento la libertad inalienable de la función estética del texto literario, que, según él, no debía estar sometida a dictámenes políticos o morales de ningún tipo. En este sentido, el escritor americano no se aleja demasiado de la conceptualización del arte que más adelante, a finales del siglo XIX, defenderían Oscar Wilde y los simbolistas franceses, a los que Poe antecede en su percepción de la literatura como un ámbito independiente y autónomo que no puede ni debe supeditarse a criterios de índole partidista, sea cual sea la naturaleza de estos. De ahí que el autor de Boston rebatiera a aquellos que postulaban que era preciso escribir sobre cuestiones y temas norteamericanos, rechazando los que provenían de países allende sus todavía difusas fronteras. Como ha aseverado acertadamente G. R. Thompson[4], su principal objetivo ‒nunca logrado‒ fue el de fundar una revista cultural y literaria libre e independiente, alejada de prejuicios y de la estrechez moral imperante en la época, rechazando lo que él denominaba «la herejía de lo didáctico». Sin duda, hoy habría sido un enemigo acérrimo de la perniciosa «corrección política».
Por otra parte, Poe era contumaz en sus convicciones, y preconizaba una visión elitista y aristocrática desde el punto de vista político, desconfiando de los valores para él supuestamente democráticos sancionados por los próceres de la joven nación; con frecuencia se refería a la democracia como «mobocracy», término que podría traducirse como el gobierno ‒o la tiranía‒ del vulgo. Además, despreciaba la creciente industrialización, el pensamiento utilitarista y el mercantilismo excesivo que se extendían por la geografía americana de manera vertiginosa. Se atormentaba por vivir en un lugar en el que no era posible subsistir mediante la profesión de la escritura, y despreciaba la cortedad de miras cultural de muchos de sus compatriotas. En realidad, no creía en absoluto en la idea de progreso en lo que respecta al ser humano, señalando que, desde una perspectiva mental, se trataba en esencia del mismo individuo que habitaba en la caverna: «El hombre es ahora únicamente más activo, no más feliz ni más sabio de lo que era hace 6.000 años»[5]. Desde esta perspectiva, puede entenderse la profunda indagación que Poe efectúa en las raíces y simientes de la insania y el mal en la especie humana, en sus pulsiones intrínsecas de destrucción y muerte. El temperamento inconformista de Poe, ayudado en ocasiones por su adicción a la bebida, le impulsó a enzarzarse en incontables polémicas, de las que en no pocas ocasiones salió emocional, profesional y económicamente malparado. Hombre irascible y atrabiliario, le acompañó con frecuencia la sombra de la amargura de sentirse inadaptado, como le sucede a algunos de los narradores de sus relatos.
Como un amplio sector de la población blanca estadounidense de aquel tiempo, Poe defendía la esclavitud y, como puede observarse en algunos pasajes de Pym ‒aunque no es aconsejable interpretar como propias de un autor las ideas vertidas en su obra‒ mantenía actitudes que hoy entenderíamos como racistas, aspectos que han causado una honda polémica entre algunos críticos contemporáneos tendentes a analizar el pasado bajo el prisma del presente. Armado de su pluma mordaz, Poe criticó con corrosiva ironía en innumerables escritos periodísticos y, de manera más implícita, en sus propios relatos aquellas actitudes de su época y de su entorno que se le antojaban nocivas, inadecuadas o ridículas, sin dejar al margen prácticamente esfera alguna de la realidad circundante, ya fuera la política, la social, la cultural, la artística, la histórica, la científica y, por supuesto, la literaria. En una línea de dualidad en lo concerniente a los géneros literarios, el propio Poe estableció su propia dicotomía entre «lo grotesco y lo arabesco» que aparece reflejada en el título de su primer volumen de cuentos. Para no pocos lectores que se han adentrado superficialmente tan solo en una particularidad del conjunto de su obra, Poe ha sido considerado únicamente como «el maestro del horror», quedando en el olvido esa otra faceta paródica, sardónica y humorística en la que sobresalió con exquisita brillantez temática y estilística, si bien es cierto que, en no pocas ocasiones, lo grotesco impregna lo arabesco (un término de connotaciones orientales y, por lo tanto, relacionado con la alteridad), al tiempo que este último concepto, vinculado a lo fantástico, se propaga a través de las páginas de los relatos con mayor énfasis en lo satírico.
En última instancia, Poe participó de la dualidad y la escisión geográfica e ideológica de la joven nación americana, marcada por el conflicto entre Norte y Sur. Nacido en Boston, y residente o visitante a lo largo de su existencia en otras localidades norteñas del país como Nueva York, Baltimore y Filadelfia, sin embargo pasó gran parte de su infancia y juventud en Virginia, estableciendo con el Sur un vínculo emocional muy poderoso. Poe habría aspirado al ideal del caballero sureño, de noble abolengo dentro del crisol de las clases sociales del país americano, cuya división interna llevaría años después (de 1861 a 1865) a una cruenta y traumática Guerra Civil cuya huella sigue persistiendo en el imaginario estadounidense incluso en nuestros días. Según afirma Thompson, «Los acontecimientos políticos de la turbulenta América de Poe parecen casi premonitorios de su propia división interna»[6]. Como señala con acierto Eulalia Piñero, y abundando en argumentos ya apuntados,