Warren Wiersbe

La Oración Intercesora de Cristo


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Santo. ¿Está mal esto? Cuando Esteban dio su vida por Cristo, él vio a Jesús en el cielo y dirigió su oración a Él: "Mientras lo apedreaban, Esteban oraba: «Señor Jesús, recibe mi espíritu»" (Hechos 7:59). No conozco una oración en la Biblia dirigida al Espíritu Santo. Ya que nuestras oraciones son dirigidas a Dios y que el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo están todos en la Deidad, técnicamente podemos dirigir nuestras oraciones a cada uno de ellos. Sin embargo, el modelo bíblico parece ser que nosotros oramos al Padre, en el nombre del Hijo y a través del poder del Espíritu.

      Nuestro Señor no menciona el Espíritu Santo en ninguna parte de esta oración. En su discurso en el Aposento Alto, Él enseñó a los discípulos acerca del Espíritu Santo (Juan 14:16-17, 26; 15:26; 16:7-13). Judas 20 dice que oremos "en el Espíritu Santo", lo cual parece tener relación con Romanos 8:26-27, versículos en los que todo serio guerrero de oración debería reflexionar. No podemos esperar que Dios conteste lo que oramos a menos que estemos en su voluntad (1 Juan 5:14-15). Nosotros descubrimos la voluntad de Dios principalmente a través de su Palabra (Colosenses 1:9-10), y uno de los ministerios del Espíritu, es enseñarnos la Palabra (Juan 16:13-14).

      El hecho que la oración esté basada en nuestra relación como hijos, hace suponer que el Padre está obligado a escuchar cuando sus hijos llaman. De hecho, más que una obligación, Él se deleita cuando sus hijos entran en comunión con Él y comparten sus necesidades.

      "Pues si ustedes, aun siendo malos, saben dar cosas buenas a sus hijos, ¡cuánto más su Padre que está en el cielo dará cosas buenas a los que le pidan!" (Mateo 7:11). El corazón del Padre extiende su amorosa mano hacia los suyos y anhela compartir buenas cosas con ellos. Y entre mejor conozcamos a nuestro Padre, más fácil será orar en su voluntad.

      3. Debemos rendirnos a la voluntad del Padre.

      Una tormenta pasó sobre la costa de Florida y dejó tras de sí mucha ruina. Al día siguiente, mientras los hombres estaban limpiando su pequeño pueblo, un hombre dijo: "No me avergüenza admitir que anoche oré durante la tormenta.” Y uno de sus amigos contestó: "Sí, estoy seguro que el Señor escuchó muchas voces nuevas anoche."

      La oración no es como unas de esas cajitas rojas que vemos en los edificios y ocasionalmente en las esquinas de las calles, en las que se lee: "ÚSESE SÓLO EN CASO DE EMERGENCIA”. Yo disfruto compartir cosas buenas con mis hijos, pero si ellos sólo me hablaran cuando tienen problemas o necesitan algo, nuestra relación se deterioraría rápidamente. A menos que hagamos la voluntad de Dios, nuestra vida negará nuestra oración.

      "Padre, ha llegado la hora..." ¿Qué hora? La hora para cual Él había venido al mundo. La hora en la que Él morirá en la cruz, sería sepultado y resucitaría, terminando así su gran obra redentora. Usted puede rastrear esa "hora" en el Evangelio de Juan:

      Juan 2:4 “Mujer, ¿eso qué tiene que ver conmigo? Todavía no ha llegado mi hora.”

      Juan 7:30 “Entonces quisieron arrestarlo, pero nadie le echó mano porque aún no había llegado su hora.”

      Juan 8:20 “Estas palabras las dijo Jesús en el lugar donde se depositaban las ofrendas, mientras enseñaba en el templo. Pero nadie le echó mano porque aún no había llegado su tiempo.”

      Juan 12:23 “Ha llegado la hora de que el Hijo del hombre sea glorificado.”

      Juan 13:1 “Se acercaba la fiesta de la Pascua. Jesús sabía que le había llegado la hora de abandonar este mundo para volver al Padre. Y habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el fin.”

      Juan 17:1 “Padre, ha llegado la hora.”

      Creo que fue Robert Law quien dijo: "El propósito de la oración no es conseguir que la voluntad del hombre se haga en el cielo, sino que la voluntad de Dios se haga en la tierra." Si queremos orar en la voluntad de Dios, debemos vivir en su voluntad. La oración no es lo que hacemos; es lo que somos. Es la expresión más alta y profunda del ser interior.

      Esta profunda relación entre la práctica y la oración nos ayuda entender promesas tales como la del Salmo 37:4: "Deléitate en el Señor y él te concederá los deseos de tu corazón." Una lectura superficial de esta promesa lo llevará a creer que Dios es un Padre cariñoso que favorece a quienes lo miman. Pero eso no es lo que dice esta promesa. Si nos deleitamos en el Señor y buscamos agradarlo en todo, algo pasará con nuestros propios deseos. Los deseos del Padre se convierten en nuestros deseos. Entonces empezamos a decir con nuestro Señor: "Mi alimento es hacer la voluntad del que me envió y terminar su obra" (Juan 4:34). Nuestra oración, entonces, simplemente es la reflexión de los deseos de Dios en nuestro propio corazón.

      Hay un precio por pagar cuando nosotros oramos atentamente en la voluntad de Dios. Jesús estaba a punto de recibir la copa de la mano de su Padre (Juan 18:10-11). El Padre había preparado la copa y la hora había llegado, pero Jesús no tenía miedo. Pedro intentó proteger al Maestro, pero Jesús lo reprendió: "¿Acaso no he de beber el trago amargo que el Padre me da a beber?" (Juan 18:11). Nunca debemos temer la voluntad de Dios; y, si estamos en la voluntad de Dios, nunca debemos temer las respuestas que Él dé a nuestras oraciones. “¿Si su hijo le pide pan, le da una piedra? ¿O si le pide un pescado, le da una serpiente?” (Mateo 7:9-10).

      Vivir en la voluntad de Dios hace que nosotros podamos "orar sin cesar" (1 Tesalonicenses 5:17). Este mandamiento no significa, obviamente, que nosotros debamos andar mascullando oraciones. Nuestra verdadera oración se expresa por los deseos de nuestro corazón. Si nuestros labios hacen peticiones que son diferentes a los deseos de nuestro corazón, entonces estamos orando hipócritamente. Dios no oye palabras, Él ve corazones. Por tanto, cuando vivimos en la voluntad de Dios, los deseos de nuestro corazón deberían ser cada vez más piadosos. Estos deseos realmente son oraciones que constantemente ascienden al Señor.

      Jesús vivió en un itinerario divino. Cuando Él les dijo a sus discípulos que estaba regresando a Judea para ayudar a Maria, Marta y Lázaro, los discípulos protestaron: "Rabí, hace muy poco los judíos intentaron apedrearte, ¿y todavía quieres volver allá?" Y, ¿Cómo respondió nuestro Señor? "¿Acaso el día no tiene doce horas?" (Juan 11:8-9). Él sabía que estaba seguro en la voluntad del Padre y que ellos (los judíos), no podrían matarlo hasta que su hora hubiera llegado.

      Dios en su misericordia, puede responder y de hecho contesta "oraciones de emergencia", pero Él prefiere que nosotros estemos en comunión constante con Él. (De hecho, ¡si nosotros buscamos vivir en su voluntad, ¡podemos tener menos emergencias!). Si la oración es una interrupción para nuestra vida, entonces algo está mal.

      Que nosotros tengamos una actitud de oración no significa que evitemos tener tiempos regulares de oración. El tiempo regular de oración es lo que hace posible tener una constante actitud de oración. Nosotros disfrutamos las cenas de Acción de Gracias y los banquetes de las demás festividades, pero podemos disfrutar esos tiempos especiales porque hemos comido nuestro alimento regular tres veces al día. Nosotros empezamos el día con oración, oramos a la hora de comer, elevamos nuestras oraciones a Dios durante el día cuando el Espíritu nos impulsa a hacerlo, y terminamos el día con oración. Como sucede con la respiración, la oración se vuelve una parte tan importante de nuestra vida que con frecuencia no somos conscientes de ello.

      4. La gloria de Dios debe ser nuestro principal interés.

      "Padre, ha llegado la hora. Glorifica a tu Hijo, para que tu Hijo te glorifique a ti."

      La palabra "gloria" es usada de una forma u otra, ocho veces en esta oración. ¿Qué significa? En el Antiguo Testamento, la palabra hebrea traducida como "gloria", significa "ese peso que es importante y honorable". (La frase de Pablo en 2 Corintios 4:17 RV60, "eterno peso de gloria", lleva esta idea). En el Nuevo Testamento, la palabra griega traducida por "gloria", significa "opinión, fama". Los teólogos dicen que "la gloria de Dios" es la suma total de todo lo que Él es, la manifestación de su carácter. ¡La gloria de Dios no es un atributo de Dios, sino un atributo de todos sus atributos! Él es glorioso en sabiduría y poder, en sus grandes obras y en la gracia que nos otorga.

      Usted probablemente ha notado que la “Oración del Señor" nos