María Paula Alonso

Sépalo decir


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pauta de lo que vamos a decir. Así que, saberlo decir, saberlo comunicar, es comprender que toda comunicación comienza antes de hablar.

      Hay comunicación previa en todos los escenarios de diálogo posibles, almacenada y generada por la forma en que fuimos educados, los conceptos que tenemos del mundo, la cultura, el lugar donde crecimos, las experiencias previas con las que ya marcamos una pauta de cómo podría ser el futuro y lo que verificamos y justificamos como cierto a lo largo de la vida.

      Los pensamientos previos no conscientes pueden tener dos efectos: nos ayudan a gestionar las relaciones y movilizar resultados o limitan la capacidad de comunicar y, por lo tanto, de hacer acuerdos: pensamientos previos adaptativos y no adaptativos. Los primeros, son aquellos que conozco, sé que tengo y reconocerlos me facilita la interacción con otros. Los segundos, en su mayoría, los desconozco y limitan la posibilidad de apertura, entendimiento y flexibilidad.

      Los pensamientos previos no adaptativos se pueden resumir en seis barreras de comunicación, que, de no superarse, se convertirán en limitantes para la conexión, la comunicación y relaciones. Las barreras de la comunicación provienen de los pensamientos. Pero ¿es posible generalizar los pensamientos/barrera que tenemos? Claro que no, tantas barreras habrá como individuos en el mundo. Sin embargo, he podido observar que prevalecen una serie de pensamientos que determinan, en gran parte, la sensación de “falta” y “vacío” después del intento de expresar una idea:

      1. Pensamientos extremos o polares.

      2. Juicios al interlocutor.

      3. Clasificación de las conversaciones.

      4. Juicios a nosotros mismos.

      5. Ignorancia de las emociones.

      6. No identificar la necesidad comunicativa real.

       Conceptos de consciencia y pensamiento

      Teniendo en cuenta que a lo largo de este documento se hará alusión recurrente a los conceptos de consciencia y pensamiento, se hace imprescindible acordar qué entendemos sobre ellos.

      El diccionario de la Real Academia de la Lengua, rae, define el pensamiento como: “el conjunto de ideas propias de una persona”, y la consciencia como: “la capacidad del ser humano de reconocer la realidad circundante y relacionarse con ella y/o el conocimiento inmediato que el sujeto tiene de sí mismo, de sus actos y reflexiones”.

      Ignacio Morgado y Juan Vicente Sánchez (académicos en Psicobiología y Neurociencia cognitiva), en su escrito Naturaleza y evolución de la mente y el comportamiento, han descrito el pensamiento como: “la actividad mental que tiene lugar en ausencia de la propia cosa sobre la que se piensa”, y la consciencia como “el estado de la mente que permite darnos cuenta de nuestra propia existencia, de la del resto del mundo y de las cosas que pasan”.

      Para romper barreras de la comunicación, habrá que tener la intención de darnos cuenta, no solo de lo que pensamos, sino de lo que nos rodea, para volver consciente aquello que hasta ahora permanecía lejos de ser notado.

       Pensamientos extremos o polares

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      Tendemos a pensar en extremos, unas veces lo hacemos consciente y muchas otras de manera inconsciente. Esto implica tener posiciones de pensamiento radicales y vehementes frente a las circunstancias; de hecho, desde la educación temprana nos enseñan a pensar a partir de dualidades: blanco/negro, arriba/abajo y todo lo que no fuera esto o lo otro no era tan bien recibido.

      Un pensamiento extremo nos lleva a elegir y, por lo tanto, a renunciar a un concepto, una solución o un argumento, que a veces no tendría que ser desechado, pero que, por el afán de tomar partido, ya no lo incluimos. Si nos regresamos en el tiempo y reflexionamos, las grandes guerras, episodios violentos, las discusiones familiares, los desacuerdos laborales, han partido de tener posiciones radicales que terminan en formas de relacionamiento violento. Mientras estemos en el extremo radical, siempre estaremos en riesgo de entrar en lo violento, y lo violento, siempre es dual.

      Aunque pensar en extremos puede darnos identidad y pertenencia, ser de derecha, de izquierda, de los rojos, de los azules, etc., también puede hacernos perder fluidez a la hora de comunicarnos; desde una posición muy opuesta, podría parecer que encontrar una perspectiva intermedia implique desconocernos, perder fidelidad a nosotros mismos y a nuestros valores. Poder desplazarnos por el mundo desde distintas posiciones y ocupar lugares diversos, nos suma apertura y empatía más que restarnos identidad e, incluso, nos da argumentos a la hora de entablar una conversación desde distintas visiones. Las grandes organizaciones internacionales, por ejemplo, incluyen representantes de diversas creencias, religiones, pensamientos y posiciones sociales, para integrar una visión holística en la toma de decisiones. Jamás se habría podido avanzar en concebir, ampliar y mantener el interés por la dignidad humana desde pensamientos únicos e inflexibles.

       Autoacuerdos, una ayuda para la flexibilidad mental

      Conocernos es el primer paso para saber hasta dónde podemos flexibilizarnos, aportar a una relación o construir una idea conjunta. Es un paso significativo para saber qué puedo dejar pasar y no perder tiempo y energía tratando de cambiar algo o de imponer una idea que no me afecta. Para esto me gusta usar la técnica de generar autoacuerdos. Son posiciones e ideas que en un momento fueron previas y ahora están frente a nosotros marcando la línea de lo que pensamos, sentimos y hacemos por los demás, por nosotros mismos en distintas circunstancias.

      Los autoacuerdos nacen de poner sobre la mesa nuestras propias pautas de relacionamiento en positivo, creadas, manejadas, evaluadas y ejecutadas por nosotros. Establecerlos nos permite conservar nuestras creencias, todo aquello con lo que nos identificamos, más conscientes en nuestro pensar y decidir. Cuando queremos conectar con la realidad e identidad del otro y es difícil flexibilizarnos, incluso aceptar otra idea distinta por la costumbre de la radicalización y la defensa de nuestras posiciones, los autoacuerdos nos ayudan a que lo distinto no sea percibido como un ataque directo.

      Haciendo autoacuerdos, primer paso para salir de lo extremo

      En la creación de un autoacuerdo, lo normal es que pensemos cómo vamos a poner límite a los otros o a nosotros mismos. Un ejemplo es el caso de una persona que considera que su comunicación es poco fuerte o determinada y que los demás pasan por encima de sus ideas y no la tienen en cuenta. Al pensar un autoacuerdo, lo primero que vendrá a su mente es algo como “No permito que NADIE pase por encima de mis ideas”. ¡Y listo! El autoacuerdo, como está planteado, no va a ayudar ni a relacionarse mejor con ella misma, ni con los otros. A continuación, comparto las características que considero deben tener los autoacuerdos para ser sanos, poderosos y lógicos.

      Que dependan de ti

      Es importante que los autoacuerdos mantengan su función de AUTO (yo) y solo dependan y obren sobre nosotros. Si decimos: “No permito que NADIE pase por encima de mis ideas”, ya estamos asumiendo que podríamos tener control sobre las acciones, pensamientos y discursos de los demás y los demás sobre nosotros, y no es así. Un autoacuerdo siempre tendrá que empezar por un YO.

      Pasar al Yo es fácil, aunque no lo parezca. Parte de la voluntad de reconocer nuestras propias necesidades (ya habrá un espacio en este libro para eso) y de liberar al otro de la responsabilidad de cumplirlas. Es el resultado de vivir en un estado emocional responsable, con el cual nos podamos responder las preguntas ¿qué depende de mí y solo de mí? y ¿este acuerdo es en realidad conmigo?

      Ejemplo: Yo permito / Yo creo / Yo asumo.

      Que estén enfocados en lo que SÍ en lugar de lo que NO

      Tenemos muchos pensamientos sobre aquello que no queremos y pocos sobre lo que sí, sabemos qué queremos evitar, pero no tenemos idea qué queremos conseguir. Al