María Paula Alonso

Sépalo decir


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líder quiero ser”.

      Los autoacuerdos requieren estar enfocados en lo que SÍ queremos y que dependa de nosotros. Haciendo el ejercicio con el mismo ejemplo anterior, “No permito que NADIE”, sabemos y nos damos cuenta de que no queremos que nadie haga algo, pero no tenemos claro qué sí queremos que suceda o qué sí haremos desde el YO responsable.

      Una falsa solución, que algunas personas suelen aplicar en un autoacuerdo que está enfocado en el NO, es “voltear la torta” y decir lo inverso así: “No permito que nadie” pasa a ser “Permito que la gente”. De nuevo, estaríamos enfocados en los demás y, sobre todo, en algo que aún no queremos.

      El autoacuerdo debe expresar aquello que queremos o necesitamos e incluir en la frase que representa nuestro deseo y que no depende de otros, ni los culpa, ni los incrimina, ni los salva.

      Ejemplo: Valoro mis ideas.

      Que sean lógicos y operantes para ti

      Algunas personas con las que trabajé en coaching construyeron autoacuerdos muy rimbombantes, adornados y complejos, que se escuchaban muy lindos, pero no eran operativos, prácticos o aplicables al día a día: “Soy maravilloso y todo lo perfecto viene a mí”. Es lindo, es una declaración interesante, pero no es un autoacuerdo operante.

      Es relevante definir actos concretos cuando creamos acuerdos. El cerebro necesita una ayuda visual de lo que proyectamos o esperamos hacer. No es lo mismo decir: “Soy maravilloso y lo bueno viene a mí”, que decir “Me abro a la oportunidad de aprender de cada situación presente”.

      Podemos preguntarnos: ¿Cuál es el significado del acuerdo que creé? ¿Es claro lo que tengo que hacer?

       Ejemplo:

      imageEn lugar de decir: “hablo siempre con amabilidad”.

      imageDigo: “Valoro mis ideas y las manifiesto desde la tranquilidad y la seguridad, utilizando palabras claras y fáciles de entender”.

      No creo que debamos dejar de creer en lo que creemos, pensar en lo que pensamos o decidir lo que decidimos. Sin embargo, en cuanto a comunicación, es necesario asumir el reto de flexibilizarnos, incluso aceptar otra idea distinta. Esto implica un esfuerzo por la tendencia que nos llama a la radicalidad y a sentir que tenemos que defender posiciones.

      Al pensar en extremos, perdemos la oportunidad de nuevas ideas y caemos en la trampa de leer nuevas situaciones desde viejas sensaciones o creencias a las que guardamos fidelidad. Considerar cambiar de postura o aceptar otra ruta de pensamiento parece faltarnos a nosotros mismos. Estamos entrenados en elegir una idea para descartar otra y no en incluirlas o integrarlas. Los autoacuerdos construidos desde la responsabilidad, desde la visión positiva y desde la practicidad, nos permiten estar más atentos a momentos o situaciones en las que no estamos en sintonía con nosotros y por lo tanto nos descubrimos inmóviles ante posibles acuerdos.

       ¿Cómo saber que estamos en un pensamiento extremo?

      Primero, es importante revisar y establecer autoacuerdos en el momento que lo necesites, te dará la flexibilidad mental inicial para hacer consciencia. Luego, podría ser de gran ayuda identificar expresiones y palabras comunes de tu día a día donde es posible que lleves tu pensamiento a extremos:

      imageHay que hacer las cosas al derecho.

      imageEs blanco o negro.

      imageNo hay medias tintas.

      imageNo soporto las aguas tibias.

      imageLas cosas son como son.

      imageEs mi última palabra.

      imageSoy de una sola pieza.

      imageNo tiene pierde.

      imageLas cosas caen por su peso.

      Es muy común ver mensajes como estos o decirlos, pero pensemos por un momento: ¿queremos tener la última palabra o construir ideas en conjunto? ¿Queremos imponer una idea o comunicarla? Solemos pensar que las personas más respetables son aquellas que tienen “una sola palabra”, que no cambian de opinión o se mantienen rígidas en un solo lugar mental. Estas son algunas expresiones con las que a veces castigamos a otros por no “definirse” según nosotros, en lo que consideramos debería ser una posición inmutable.

      imageNo eres claro.

      image¿Quién te entiende?

      imageDices una cosa y luego otra.

      imageEres confuso.

      imageNo predicas lo que aplicas.

      imageCumple tus promesas.

      Las conversaciones son sistemas vivos y todos transformamos nuestra interpretación y comprensión de la realidad. Ninguno de nosotros pensamos lo mismo que pensábamos ayer. Entonces, todas esas frases que decimos para que los demás “sean claros”, según nosotros, lo único que están haciendo es limitar la posibilidad del otro de generar nuevas ideas, amedrentando, cohibiendo y estableciendo un límite verbal que juzga al interlocutor, incluso a nosotros mismos.

      El primer pensamiento que viene a la mente de alguien que hace consciencia de esta posición es que, si se flexibiliza, puede perder claridad, autoridad, contundencia y, por lo tanto, “terreno” en la discusión. Pensar con más integridad no significa perder el foco, las creencias, los valores y las posiciones personales. Por el contrario, es comprender que la construcción de una conversación incorpora visiones y otorga ventajas en lugar de separar, dividir y alejar.

       Cómo salir de lo extremo

      Lo primero es observar en tus conversaciones diarias y pescar las expresiones antes mencionadas o algunas otras que puedan estar negando al otro, y que reconozcas que ya no quieres conservar. También, puedes ver cómo te sientes si te las dicen a ti, con el fin de identificar qué tan radical estás siendo al comunicarte. A veces, cuando pensamos desde la polaridad, reprendemos a los otros porque no lo hacen, propiciando quejas y reclamos, y quebrando la posibilidad de construir desde la diferencia.

      Te invito a practicar el uso de expresiones donde invitas a integrar y construir y, si es necesario, aclarar lo que consideres sin castigar al otro por “haberte confundido”. Recuerda, aquel que se confunde eres tú y el otro no es culpable de tu interpretación. Los dos son responsables de la conversación que tienen.

      Las personas no quieren enredarnos, tampoco están obligadas a pensar como nosotros, o a no cambiar de opinión. Todos podemos rectificar o ajustar un pensamiento y, por lo tanto, una posición