los de Inglaterra, con la diferencia de que al no estar cubierta de hierro la parte más ancha al final, no habría de durar mucho tiempo; no obstante, servía para el uso que le di; y creo que jamás se había construido una pala de este modo ni había tomado tanto tiempo hacerla.
Aún tenía carencias, pues me hacía falta una canasta o carretilla. No tenía forma de hacer una canasta porque no disponía de ramas que tuvieran la flexibilidad necesaria para hacer mimbre, o al menos no las había encontrado aún. En cuanto a la carretilla, imaginé que podría fabricar todo menos la rueda; no tenía la menor idea de cómo hacerla, ni siquiera empezarla; además, no tenía forma de hacer la barra que atraviesa el eje de la rueda, así que me di por vencido y, para sacar la tierra que extraía de la cueva, hice algo parecido a las bateas que utilizan los albañiles para transportar la argamasa.
Esto no me resultó tan difícil como hacer la pala y, con todo, construir la batea y la pala, aparte del esfuerzo que hice en vano para fabricar una carretilla, me tomó casi cuatro días; digo, sin contar el tiempo invertido en mis paseos matutinos con mi escopeta, cosa que casi nunca dejaba de hacer y casi nunca volvía a casa sin algo para comer.
23 de noviembre. Había suspendido mis demás tareas para fabricar estas herramientas y, cuando las hube terminado, seguí trabajando todos los días, en la medida en que me lo permitían mis fuerzas y el tiempo. Pasé dieciocho días enteros en ampliar y profundizar mi cueva a fin de que pudiese alojar mis pertenencias cómodamente.
Nota: durante todo este tiempo, trabajé para ampliar esta habitación o cueva lo suficiente como para que me sirviera de depósito o almacén, de cocina, comedor y bodega; en cuanto a mi dormitorio, seguí utilizando la tienda salvo cuando, en la temporada de lluvias, llovía tan fuertemente que no podía mantenerme seco, lo que me obligaba a cubrir todo el recinto que estaba dentro de la empalizada con palos largos, a modo de travesaños, inclinados contra la roca, que luego cubría con matojos y anchas hojas de árboles, formando una especie de tejado.
10 de diciembre. Creía terminada mi cueva o cámara cuando, de pronto (parece que la había hecho demasiado grande), comenzó a caer un montón de tierra por uno de los lados; tanta que me asusté, y no sin razón, pues de haber estado debajo no me habría hecho falta un sepulturero. Tuve que trabajar muchísimo para enmendar este desastre porque tenía que sacar toda la tierra que se había desprendido y, lo más importante, apuntalar el techo para asegurarme de que no hubiese más derrumbamientos.
11 de diciembre. Este día me puse a trabajar en consonancia con lo ocurrido y puse dos puntales o estacas contra el techo de la cueva y dos tablas cruzadas sobre cada uno de ellos. Terminé esta tarea al día siguiente y después seguí colocando más puntales y tablas, de manera que en una semana, había asegurado el techo; los pilares, que estaban colocados en hileras, servían para dividir las estancias de mi casa.
17 de diciembre. Desde este día hasta el 20, coloqué estantes y clavos en los pilares para colgar todo lo que se pudiese colgar y entonces empecé a sentir que la casa estaba un poco más organizada.
20 de diciembre. Llevé todas las cosas dentro de la cueva y comencé a amueblar mi casa y a colocar algunas tablas a modo de aparador donde poner mis alimentos pero no tenía demasiadas tablas; también me hice otra mesa.
24 de diciembre. Mucha lluvia todo el día y toda la noche; no salí.
25 de diciembre. Llovió todo el día.
26 de diciembre. No llovió y la tierra estaba mucho más fresca que antes y más agradable.
27 de diciembre. Maté una cabra joven y herí a otra que pude capturar y llevarme a casa atada a una cuerda; una vez en casa, le amarré y entablillé la pata, que estaba rota. Nota: la cuidé tanto que sobrevivió; se le curó la pata y estaba más fuerte que nunca y de cuidarla tanto tiempo se domesticó y se alimentaba del césped que crecía junto a la entrada y no se escapó. Esta fue la primera vez que contemplé la idea de criar y domesticar algunos animales para tener con qué alimentarme cuando se me acabaran la pólvora y las municiones.
28, 29 y 30 de diciembre. Mucho calor y nada de brisa de manera que no se podía salir, excepto por la noche, a buscar alimento; pasé estos días poniendo en orden mi casa.
1 de enero. Mucho calor aún pero salí con mi escopeta temprano en la mañana y luego por la tarde; el resto del día me quedé tranquilo. Esa noche me adentré en los valles que se encuentran en el centro de la isla y descubrí muchas cabras, pero muy ariscas y huidizas; decidí que iba a tratar de llevarme al perro para cazarlas.
2 de enero. En efecto, al otro día me llevé al perro y le mostré las cabras, pero me equivoqué porque todas se le enfrentaron y él, sabiendo que podía correr peligro, no se quería acercar a ellas.
3 de enero. Comencé a construir mi verja o pared y como aún temía que alguien me atacara, decidí hacerla gruesa y fuerte.
Nota: como ya he descrito esta pared anteriormente, omito deliberadamente en el diario lo que ya he dicho; baste señalar que estuve casi desde el 3 de enero hasta el 14 de abril, trabajando, terminando y perfeccionando esta pared aunque no medía más de veinticuatro yardas de largo. Era un semicírculo que iba desde un punto a otro de la roca y medía unas ocho yardas; la puerta de la cueva estaba en el centro.
Durante todo este tiempo trabajé arduamente a pesar de que muchos días, a veces durante semanas enteras, las lluvias eran un obstáculo; pero creía que no estaría total mente a salvo mientras no terminara la pared. Resulta casi increíble el indescriptible esfuerzo que suponía hacerlo todo, especialmente traer las vigas del bosque y clavarlas en la tierra puesto que las hice más grandes de lo que debía.
Cuando terminé el muro y lo rematé con la doble muralla de matojos, me convencí de que si alguien se acercaba no se daría cuenta de que allí había una vivienda; e hice muy bien, como se verá más adelante, en una ocasión muy señalada.
Durante este tiempo y cuando las lluvias me lo permitían, iba a cazar todos los días al bosque. Hice varios descubrimientos que me fueron de utilidad, particularmente, des cubrí una especie de paloma salvaje que no anidaba en los árboles como las palomas torcaces sino en las cavidades de las rocas como las domésticas y, llevándome algunas crías me dediqué a domesticarlas, mas cuando crecieron, se escaparon todas, seguramente por hambre pues no tenía mucho que darles de comer. No obstante, a menudo encontraba sus nidos y me llevaba algunas crías que tenían una carne muy sabrosa.
Mientras me hacía cargo de mis asuntos domésticos, me di cuenta de que necesitaba muchas cosas que al principio me parecían imposibles de fabricar como, en efecto, ocurrió con algunas. Por ejemplo, nunca logré hacer un tonel con argollas. Como ya he dicho, tenía uno o dos barriles pero nunca llegué a fabricar uno, aunque pasé muchas semanas intentándolo. No conseguía colocarle los fondos ni unir las duelas lo suficiente como para que pudiera contener agua; así que me di por vencido.
Lo otro que necesitaba eran velas pues tan pronto oscurecía, generalmente a eso de las siete, me veía obligado a acostarme. Recordaba aquel trozo de cera con el que había hecho unas velas en mi aventura africana pero ahora no tenía nada. Lo único que podía hacer cuando mataba alguna cabra, era conservar el sebo y en un pequeño plato de arcilla que cocí al sol, poner una mecha de estopa y hacerme una lámpara; esta me proporcionaba luz pero no tan clara y constante como la de las velas. En medio de todas mis labores, una vez, registrando mis cosas, encontré una bolsita que contenía grano para alimentar los pollos, no de este viaje sino del anterior, supongo que del barco que vino de Lisboa. De este viaje, el poco grano que quedaba había sido devorado por las ratas y no encontré más que cáscaras y polvo. Como quería utilizar la bolsa para otra cosa, sacudí las cáscaras a un lado de mi fortificación, bajo la roca.
Fue poco antes de las grandes lluvias que acabo de mencionar, cuando me deshice de esto, sin advertir nada y sin recordar que había echado nada allí. À1 cabo de un mes o algo así, me percaté de que unos tallos verdes brotaban de la tierra y me imaginé que se trataba de alguna planta que no había visto hasta entonces; mas cuál no sería mi sorpresa y mi asombro cuando, al cabo de un tiempo, vi diez o doce espigas de un perfecto grano verde, del mismo tipo que el europeo,