Andrea, mi esposa, y mis hijos Daniela, Miguel Ángel y María José, quienes estuvieron conmigo incondicionalmente en todo lo que implicó mi estancia doctoral en Bélgica. Dios los bendiga por siempre.
Prólogo
Es con gran alegría que respondo a la invitación del profesor William Elvis Plata de prologar su obra, fruto de una disertación doctoral en Historia, presentada en junio de 2008 en las Facultades Universitarias Notre Dame de la Paix - Academia Lovaina (hoy Universidad de Namur), Bélgica. Durante cuatro años, como director de tesis, seguí con atención e interés el desarrollo de este proyecto, que considero ambicioso y original. Es ambicioso porque, por una parte, el objeto de estudio es significativo, se trata del más importante y célebre convento dominicano de Colombia, el Convento de Nuestra Señora del Rosario, que resultaba ser, de cierta manera, un terreno conocido para William, pues había sido archivista de la provincia dominicana y conocía bien los fondos documentales relacionados con el convento.
Por otra parte, el abordaje histórico es bastante amplio, dado que implicó hacer una reconstrucción de la historia de ese convento desde su fundación en 1550 hasta su supresión en 1861. La decisión de acometer este periodo tiene como fin poner en evidencia los cambios y las permanencias que afectaron la vida del convento. Además, el proyecto es original e innovador, ya que se propone analizar las relaciones recíprocas de diversos tipos que, a lo largo de ese periodo, se forjaron entre el Convento y la sociedad santafereña y neogranadina. Tal perspectiva le permite al autor poner de relieve la verdadera osmosis que se produjo entre los miembros de la comunidad dominicana y la sociedad civil. El Convento estaba lejos de estar en un “domo de cristal” en la ciudad. Las relaciones establecidas con la sociedad, al igual que las influencias recibidas por ella, fueron determinantes en el reclutamiento de los miembros de la comunidad y en la manera como los frailes realizaron su apostolado. El hecho de no haber limitado el estudio solamente a la época colonial ha permitido al autor evidenciar, además, cómo las relaciones establecidas fueron desquebrajándose hasta disolverse, pocas décadas después de iniciada la vida republicana.
Como puede constatarse, la escogencia de tal perspectiva se desmarca de la historia tradicional de las comunidades religiosas, que se han considerado como entidades separadas, al examinar únicamente lo que sucedía en su interior. Si tal historia se aventuraba al exterior de las comunidades era únicamente para medir su radio de acción sobre la sociedad. Se trataba entonces de estudios de vía única que ignoraban muchos elementos explicativos. En ese sentido, considero que la perspectiva aquí adoptada aportará novedades metodológicas no solamente al conocimiento histórico de las comunidades religiosas, sino también de la sociedad en la que se desenvuelven. Por todo lo anterior, me complace la publicación de esta disertación doctoral, hecha con rigor y espíritu crítico. Posiblemente suscitará un debate fructuoso, y seguramente abrirá un camino para los investigadores interesados por el estudio de la vida religiosa, todavía poco explorada en Colombia.
PIERRE SAUVAGE, S. J.
Profesor emérito de Historia Contemporánea
Universidad de Namur, Bélgica
1 de diciembre de 2010
Introducción
El lunes 24 de abril de 1939, por orden del Gobierno nacional, la piqueta inició la demolición del inmenso edificio conocido como Santo Domingo, que durante más de tres siglos había albergado la sede del convento más importante de los dominicos en Colombia, llamado canónicamente Nuestra Señora del Rosario1. El edificio se encontraba en manos del Estado desde 1861, luego de un controvertido proceso expropiatorio. Después de esto había sido utilizado como sede de oficinas públicas. La decisión de derribar el edificio –que causó una gran polémica en la época– fue tomada por el propio Congreso, con el apoyo del presidente de la República, el liberal Eduardo Santos, quien alegó la necesidad de modernizar el centro de Bogotá, pues, según él, este se encontraba «en decadencia»:
Ningún barrio de Bogotá causa peor impresión que este a las personas que nos visitan, y es lo cierto que ese tiene que seguir siendo el centro vital de Bogotá con la Avenida Santa Fe y sus edificios de un lado, con lo que del otro han de representar la Plaza Mayor, el Palacio Presidencial y los nuevos edificios de los Ministerios. Es evidente que el obstáculo decisivo para cuanto allí se pueda hacer lo constituye el viejo edificio de Santo Domingo, cuyo exterior es un modelo de pobreza y fealdad2.
Para Santos, el edificio conventual no tenía ni valor histórico ni arquitectónico alguno:
Me atrevo a pensar que ese claustro perdió hace muchísimos años el valor que pudiera tener. Como obra arquitectónica nunca ha tenido valor considerable [...] del encanto colonial y de las características claustrales no quedaban ni vaga sombra. ¿Podría decirse, sin exagerar piadosamente, que subsistía allí algo del melancólico encanto colonial? Al contrario. Era su negación, un tanto ofensiva [...] en donde [el convento] está situado constituye un estorbo máximo para el desarrollo de Bogotá. El dilema está planteado entre su conservación y empobrecimiento del centro de la capital o su demolición y la resurrección pujante de esas calles [...]. Aunque bogotano de nacimiento y vinculado a esta ciudad por todos mis recuerdos, me siento obligado, en cuanto a su esencial desarrollo urbano se refiere, a preocuparme más por su presente y su futuro que por su pasado3.
Era la época en que Colombia y otros países de la región eran inundados por una fiebre modernizadora que demandaba la construcción de nuevos edificios, avenidas y calles, aun en detrimento de las estructuras heredadas del pasado. Los elementos considerados de valor del antiguo convento fueron esparcidos por la ciudad: la pila que se encontraba en el centro del primer claustro y la columnata fueron llevadas a parques públicos; el artesonado de la sala capitular fue llevado al Palacio de San Carlos (entonces, sede de la presidencia). Los restos de muchas personas no identificadas, que habían sido enterrados en los pasillos del claustro, fueron revueltos con los escombros y aventados a las afueras de la ciudad, como relleno de vallados. La comunidad de los dominicos solo pudo asistir como observadora de los acontecimientos, y únicamente recuperaron los escudos de la orden que se encontraban en las esquinas de su antiguo convento. Como recuerdo de su remoto prestigio solo poseían la iglesia de Santo Domingo, que había sido en su época el templo del Convento.
Figura 1. Claustro principal e iglesia del antiguo Convento de Nuestra Señora del Rosario, o de Santo Domingo, en la década de 1920. Fuente: Archivo de la Provincia de San Luis Bertrán de Colombia de la Orden de Predicadores, Fototeca, Bogotá, Colombia.
En reemplazo del claustro se construyó una mole de hormigón que se llamó Edificio Murillo Toro, sede de los correos nacionales. Sucedió que durante su construcción los ochocientos pilotes de cemento en que se sostenía el nuevo edificio desplazaron las bases y los arcos de la nave central de la iglesia adjunta, lo que causaba peligro de ruina. Dado las pocas intenciones del Gobierno en ayudar a reparar el edificio, y la necesidad de dineros que tenía la comunidad dominicana para construir su convento en otra parte, en 1946 se optó por vender la iglesia. Seguidamente, esta también fue destruida para construir en su reemplazo un edificio comercial4. En el lugar no quedó nada que recordara la constante presencia de los dominicos.
La destrucción del edificio del antiguo Convento de Santo Domingo, y luego de la iglesia conventual, se consumió pese a las protestas de la Academia de Historia y otros grupos y asociaciones culturales y arquitectónicas de la ciudad, quienes desde que conocieron las intenciones del Gobierno en demoler la edificación (1932) habían enviado numerosos memoriales con muchas firmas a favor de su conservación. En tales peticiones se había acudido a la importancia del Convento como estructura arquitectónica, pero también por su significado para la historia del país5. En esa época, alguien escribió: «Este convento debe ser mirado con admiración y simpatía por los hijos de Colombia, que no menos merece la cuna de nuestras letras, el aula donde las aprendieron los santafereños primitivos y el estrado donde se graduaron los próceres de la Independencia nacional»6.