lo tanto un sistema sometido a las leyes de la mecánica cuántica, ya que la suerte del gato dependía de la suerte de la partícula. Como para cualquier otro sistema cuántico, el gato y la partícula estaban descritos por una función de onda. La pregunta de Schrödinger era: ¿Está el gato vivo o muerto? Schrödinger afirmaba, siguiendo la interpretación clásica de la cuántica conocida como interpretación de Copenhague, que solo el hecho de observar el interior de la caja permitía que el gato viviese o muriese. Hasta el momento de darse la intervención de un observador externo, el gato estaba en un extraño estado vivo-muerto. Al abrir la caja y mirar, el observador colapsa la función de onda y determina la ocurrencia de un estado u otro.
»La paradoja de Schrödinger es considerada uno de los pilares de la interpretación de la mecánica cuántica: el observador es tan importante como el sistema que observa. Sin él, el sistema está indefinido entre cualquiera de las situaciones posibles. Esta visión del mundo de la teoría cuántica está profundamente conectada con la interpretación de los muchos mundos, según la cual, cada observación de la caja provoca la formación de dos mundos paralelos, uno en el que el gato está vivo y otro en el que el gato está muerto. Según dicha interpretación, a cada instante se genera un número infinito de tales universos».
Véase: www.ciencia-ficcion.com/glosario/p/paragato.htm
2. Jean-Arthur Rimbaud (1854-1891), poeta simbolista francés.
3. En «El histérico», poema de Paul Verlaine (1844-1896), poeta simbolista francés.
Vivir como un escalador de montañas
Para un escritor que se pretende universal, la pregunta cala hondo, en lo más sensible: ¿Cómo hacer para vivir como un escalador de montañas? El escritor no puede pretender vivir convocando la inspiración, ya que ella funciona como una máquina tragamonedas: cuanto más le echas, menos sale, hasta que un día vomita todo lo ingresado como manirrota, pero en beneficio de otro.
El escritor debe ser como el escalador de montañas: trepar hacia la cima bordeando los puntos ciegos, eludiendo la luz del sol –que resulta entorpecedora y le resta fuerzas–. El asunto no es solo de qué escribir sino cómo vivir.
Hay quienes viven de sí mismos, algo difícil de explicar, pero fácil de hacer. Ello consiste en escalar la montaña con la sola finalidad de decir que se la ha coronado, cuando hay que escalarla por el solo hecho de hacerlo y no necesariamente con la finalidad de llegar a la cumbre. Vanidosos como son, estos viven del parecer y no del ser, pero vivir para sí mismos es una trampa. «Aléjate de tu yo, mortifica tu ego», dice el anacoreta.
¿Tiene sentido escalar la montaña con el único fin de hacerlo? El sentido está dado por la necesidad o la neurosis compulsiva de arribar, de llegar a lo alto y clavar el asta de la bandera, para luego sentarse en una roca, recogerse y entregarse al goce de la vista panorámica en la que el escalador podrá ver sus pequeños pasos resistiendo el acoso del viento que intenta borrarlos.
El escalador de montañas se empeña en algo inútil que para él es placentero: llegar a la cima del nevado, desafiando a los elementos. De estos, el viento puede ser el más peligroso, porque remueve la nieve perpetua y provoca el alud. Para el escritor, sin embargo, este viento es favorable, la avalancha es favorable, vivir muriendo cada día es favorable. De otra manera no se entiende la locura en Dostoievski ni en Nietzsche ni en Rimbaud ni en Camille Claudel ni en Alejandra Pizarnik, autores con los que el escritor comparte el deseo de quemar sus naves.
Cobijarse en la bolsa de dormir, bien resguardado del viento, en lo alto de la montaña, no le garantiza el éxito al escritor. En este caso, puede desbarrancarse, morir de hipotermia o ser olvidado por sus contemporáneos y, finalmente, no haber llegado a la cima de la montaña. Pero llegar tampoco le garantiza nada, salvo el éxito. El éxito es algo completamente fútil una vez que se ha conseguido. Al fin y al cabo, la cima es una ilusión: cuanto más lejana, más bella, cuanto más inalcanzable, más próxima.
Siguiendo el rastro de un detective salvaje
De todo lo que queda impregnado en la memoria, no se sabe por qué razón la risa y el sonido de la voz humana marcan su territorio en un presente continuo. Si digo el nombre del detective al que voy a referirme, de inmediato escucho su risa y el timbre de su voz, entre atiplada y ronca.
Desearía situarme en el corazón de Arturo Belano1, que acaba de morir, dejando atrás una obra soberbia, relativamente voluminosa para su edad, 50 años, tiempo sumamente breve, sea visto en términos de lo infinito o desde lo finito de la Creación.
Belano murió y a mí me vino a la mente la época en que lo conocí en Barcelona, cuando él tenía 24 años. No recuerdo si en ese entonces Belano bebía, pero lo cierto es que murió por haber bebido en exceso: un problema al páncreas, otro al hígado. En las últimas fotografías tenía muy pronunciada la quijada, como si fuera a atravesar el papel de lo afilada que era. Para compensar todos esos años que no tuve contacto con él, compré, a su muerte, algunos de sus libros, los que pude obtener en librerías después de que los galgos cazafantasmas pasaron por ahí. «Escritor famoso muere de insuficiencia hepática», «Renombrado autor latinoamericano fallece a temprana edad y deja una importante novela inédita titulada 2666». No tiene sentido que reproduzca las frases elogiosas con las que lo despidieron los periódicos. Posiblemente Belano se ría de ellas desde el más allá. ¿Cómo he de encontrarme con Belano joven o el Belano adulto, el Belano enfermo de muerte?
Belano siempre habla en sus cuentos de una poeta belga suicida, puedo identificar a la muchacha y despertarla del sueño de los justos. Se trata de Sophie Podolski. Él me regaló una revista con sus poemas. Sophie parece haber sido muy querida por Belano. Ella escribió En el país donde todo es posible. Belano era devoto de un país como ese, pues en él podía reencontrarse con el revolucionario, el vagabundo, el ratón de biblioteca, el disociador por excelencia que fue prisionero durante el golpe de Estado de Pinochet al que unos amigos detectives libraron de morir. Sí, Sophie dibujaba a mano sus poemas; yo los leí en francés, lengua que no domino, pero algo me quedó de ellos: la sensación de una locura altamente comprometida.
En Liberia, Belano repasa las fotos de una antología de poesía francesa contemporánea de 1945. Belano, como en su tiempo Rimbaud, se pasó el siglo XX recorriendo el mundo y es así como, igual que el eterno vagabundo fue a parar a Abisinia, Belano asomó la nariz en Liberia. Vaya a saber cómo fue que llegó a Liberia. Claro que Belano no regresó a Europa convertido en un negro africano como Rimbaud.
Mientras Belano recorre las páginas de ese fósil literario, cada poeta retratado produce en él una pequeña conmoción. Analiza la mirada, el gesto de los antologados. Es como si quisiera saber si alguno de estos poetas quedará: Belano quiere descifrar la paradoja del tiempo. En ese viejo libro de poesía francesa se puede oír el crepitar de un intenso fuego, el que Belano enciende para cobijarse del frío o de su prematura muerte.
¿A cuántos concursos literarios se presentó Belano cuando era pobre en Barcelona? Belano recurre a una artimaña, la de Sensini en el exilio, el escritor maduro que –como él– se pasa la vida concursando y cumple como todo poeta en crisis con morirse de rabia y recoger un miserable estipendio para continuar maldiciéndonos. Al parecer el viejo se las sabía todas y mandaba el mismo cuento con distintos membretes a diversos concursos, viejo sabio ganapán. ¿Cuántos de esos concursos ganó Belano y cuántos Sensini? Belano cuenta que él no ganó ninguno y que Sensini barrió con casi todos. ¿Quién es Sensini, en realidad? Un escritor que busca a su hijo desaparecido durante el golpe de Estado de Pinochet y que no tiene ánimos para celebrar los premios, un artista que se ve obligado a concursar para poder vivir y que tal vez se refugia en el alcohol para seguir viviendo.
Belano está solo, ha peleado con su chica, se entera de que está enfermo del hígado. A Belano y a Sensini solo les queda probar suerte.
1. Alter ego de Roberto