Vicente Romero

Cafés con el diablo


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      Tales materiales informativos reflejan el horror profundo y constante en escenarios políticos tan distintos como las tiranías castrenses del Cono Sur de América, la barbarie yanqui en Vietnam, las luchas políticas de América Central, la locura de los Jemeres Rojos en Camboya o la llamada «guerra contra el terrorismo». Sin embargo, sólo cuentan algunos episodios significativos, a modo de ejemplos, que ni siquiera constituyen un «catálogo de atrocidades», sino tan sólo una muestra inarticulada de situaciones repetidas en algunos de los infiernos más significativos de las últimas décadas, expuestas mediante breves narraciones casi a mo­do de crónicas. Si no forman un lienzo completo sobre realidades que muchas veces se mantienen ocultas o caen en el olvido, al menos ofrecen unas pinceladas bruscas como gritos de espanto e im­potencia.

      Esos relatos giran en torno a un puñado de entrevistas con personajes que, en momentos álgidos de sus vidas, podrían pasar por encarnaciones del mal. Mis cafés refieren conversaciones serenas con autores –instigadores o ejecutores– de crímenes repugnantes, que reconocen haberlos cometido e incluso intentan justificarlos. Hombres comunes, aunque se crean héroes o elegidos, con quienes he tenido el privilegio de hablar serenamente, evitando enfrentamientos, aunque muchas veces haya requerido un enorme esfuerzo mirarlos a los ojos sin dejarme llevar por la ira. En torno a una mesa y compartiendo unas tazas de café cuando fue posible, conscientes de que nuestra charla estaba siendo fielmente recogida en una grabación, les pregunté sin ambages por sus graves responsabilidades, cuando no directamente por los asesinatos y torturas de que fueron autores. Y escuché de sus labios declaraciones que constituyen tremendas actas de acusación contra los regímenes políticos a los que sirvieron.

      Pero hay otros infiernos, como Milton anunciaba, aún más profundos y anchos que los de guerras y tiranías: la pobreza extrema, el hambre, la enfermedad y la muerte, destinos «insoslayables» para millones de seres, impuestos por todopoderosas organizaciones económicas, constituyen los mayores abismos de maldad. Los gobiernan demonios elegantes, desde los consejos de adminis­tración de corporaciones multinacionales, cuyas decisiones siembran una miseria insuperable por todo el planeta. Al editar estos cafés con el diablo, me he preguntado si ellos me habrían concedido unas entrevistas semejantes, para abordar los criterios morales de las empresas que rigen. Tampoco sé si yo sería capaz de guardar la compostura o si las arcadas me impedirían escuchar sus argumentos.

      Aunque de modales más «elegantes» que los de torturadores o asesinos políticos, me resultan aún más repugnantes los altos ejecutivos y accionistas que, protegidos por una legislación internacional hipócrita, organizan crímenes masivos para maximizar los beneficios de entidades desalmadas. Grandes demonios que ejercen el sicariato de un poder mundial tan tiránico como invisible, formado por el medio millar de corporaciones que –según datos del Banco Mundial– controlan más del 60 por 100 de la riqueza del planeta: monopolios que negocian tanto con las patentes de medicamentos esenciales como con el expolio de recursos naturales, y grupos financieros que especulan con el precio de los alimentos básicos –incluso con el agua potable, considerada desde finales de 2020 como «valor bursátil»–, gestionando las hambrunas como un genocidio programado.

      No existe ya un justiciero «fantasma que recorre el mundo», como anunciaba el Manifiesto comunista, sino un nuevo espíritu diabólico que lo domina, el capitalismo como mal absoluto, mientras esa quimera inventada que denominamos «comunidad internacional» cierra los ojos, sin abordar jamás los cambios imprescindibles. Constatarlo, a lo largo de muchos años de trabajo periodístico, ha dejado en mi ánimo una indeleble huella de fondo. Sobre ella flota la constante desazón causada por todos los horrores de que he sido testigo. Este libro responde a la necesidad de compartir la angustia y, también, a la obstinación de contar la realidad, como quien da una inútil voz de alarma sabiendo que no habrá respuesta.

      [1] La Iglesia católica afirma que su número exacto es de 1.758.640.176, según estableció en 2000 Corrado Balducci (1923-2008), sacerdote y teólogo italiano, amigo íntimo del papa Juan Pablo II, miembro de la Curia y exorcista de la Archidiócesis de Roma, además de prelado de la Congregación para la Evangelización y la Sociedad para la Propagación de la Fe.

      [2] Tras celebrar la eucaristía, el 6 de diciembre de 2004.

      [3] Con el título de Prisión, política y tortura, fue elaborado por una comisión presidida por el obispo Sergio Valech y recogió numerosos testimonios verificados de víctimas de la represión pinochetista. «Me obligaron a tomar drogas, sufrí violación y acoso sexual con perros», decía uno de ellos, «me introdujeron ratas vivas por la vagina, me obligaron a tener relaciones sexuales con mi padre y con mi hermano que estaban detenidos, y tuve que escuchar cómo eran torturados».

      Primera parte

      Algunos lugares oscuros de nuestro tiempo

      CAPÍTULO