amistad con Voltaire durante el exilio en Suiza de este. En su primera obra, publicada en 1771, Compte Rendu, Mallet du Pan escribía en defensa de la causa de los natifs, los descendientes de los llamados habitants de Ginebra, familias inmigradas que carecían de derechos políticos. En la extraña jerarquía de la sociedad ginebrina, el poder legislativo residía en el Conseil Général, compuesto por los varones adultos que ostentaban la ciudadanía. Luego estaban la mayoría de los habitantes de Ginebra, los étrangers, habitants y sus hijos, los natifs, que carecían de existencia política porque el hecho de haber nacido en Ginebra no les otorgaba la ciudadanía. En el seno del Consejo General, funcionaban el Pequeño Consejo, o Consejo de los Veinticinco, y el Gran Consejo, que contaba con doscientos miembros. En la década de 1760, los representantes de la clase media movieron sus influencias para intentar que el cuerpo general de ciudadanos ostentara más poder en el seno del Consejo General. En 1768, el Edicto de Conciliación dictaminó que dicho Consejo participara en la elección del Consejo de los Doscientos. Pero no se hizo nada por dotar a los natifs de existencia civil. Además, en un edicto de febrero de 1770 se estipulaba que cualquier natif que exigiera derechos más allá de los privilegios otorgados en 1768 podía ser castigado como enemigo del Estado. Este era el contexto en el que Mallet du Pan publicó que excluir a los natifs de la ciudadanía era un acto de usurpación. Ginebra, decía, no era una república, sino un despotismo, pues lo que debía determinar la ciudadanía era el nacimiento. Mallet du Pan cambiaría de opinión en sus escritos posteriores sobre la política ginebrina. Pero, lo más interesante de su Compte Rendu de 1771 es que, aunque argüía a favor de expandir el círculo de ciudadanos, denunciaba el uso que hacían los natifs de la doctrina democrática de la soberanía popular. La soberanía popular, decía, era una mera ficción que sólo resultaba de utilidad a los demagogos.
En la década de 1770, Mallet du Pan se reafirmó en su rechazo a la «soberanía popular». En 1775 empezó a interesarse por la obra de Simon-Nicolas-Henri Linguet, el famoso abogado y pesimista que había afirmado (en su Théorie des Loix Civiles de 1767) que la libertad era un fraude; que el «contrato social original» y la «ley natural» eran mentira; que el derecho positivo cumplía la función de proteger la propiedad de los ricos de los ataques de los pobres y que la libertad política no era más que la promoción de intereses particulares; que los cuerpos intermedios, que tanto gustaban a Montesquieu, explotaban al cuerpo social en vez de protegerlo, y que los philosophes eran hipócritas que mitigaban el sentimiento de culpa que les provocaban sus privilegios con buenas palabras (Linguet, 1767). Ya en la primavera de 1777, Mallet du Pan y Linguet colaboraban en una revista. Cuando arrestaron a Linguet y lo enviaron a la Bastilla en 1780, Mallet empezó a editar su propia revista en Ginebra, los Annales… pour server de suite aux Annales M. Linguet, que mantuvo hasta 1783, cuando el editor Panckoucke le puso al frente del consejo editorial del Mercure de France. El periodismo de Mallet estaba impregnado del antifilosofismo de Linguet. En 1778, Mallet insultó a Voltaire a título personal, llamándole «bufón escéptico» y comparándole con Rousseau el sincero; en público, defendía el teísmo de Rousseau frente al desdén volteriano. En los Annales criticó lo que calificaba de goût de système de Condorcet; la pasión por el argumento abstracto, escribió Mallet, es una especie de necesidad de falsa certeza producida por la «confusión de ideas, una anarquía en la opinión, un escepticismo universal» (citado en Acomb, 1973, pp. 68-69). En aquellos años sus escritos eran virulentamente antiaristocráticos y propuso una monarquía francesa, simplificada y reformada, no con arreglo a la fisiocracia (consideraba a los fisiócratas philosophes al servicio de los propietarios), sino más bien en la línea planteada por DʼArgenson en 1764 en sus Considérations sur le gouvernement de France. Mallet lamentaba: «Europa entera sufre a causa de una aristocracia […] compuesta de corporaciones, estamentos, nobles y tribunales que ostentan privilegios y velan celosamente por el mantenimiento de las exenciones». Soñaba con «un régimen […] que, rompiendo todas las barreras existentes entre el pueblo y su monarca, hiciera coincidir los intereses y las voluntades de todos» (citado en Acomb, 1973, p. 76).
Cabía esperar que Mallet hubiera brindado su apoyo a los natifs ginebrinos cuando se rebelaron en 1782 contra los estamentos privilegiados. Pero lo cierto es que criticó esa revuelta con los mismos argumentos contrarrevolucionarios que usaría siete años después contra los revolucionarios franceses. La rebelión natif, afirmaba Mallet, era un buen ejemplo de demagogia, en este caso por parte de los representantes de clase media, que «enardecían» a la gente con falsas promesas:
Las facciones republicanas acaban antes o después en tiranía. De manera que dejad a los Price, a los Raynal y a otros entusiastas, a los que cerebros atolondrados llaman los defensores del pueblo y a los que yo considero envenenadores; dejadles armar bulla entre la escoria de los estamentos, dejadles fomentar la inquietud cuando legitiman la insurrección apelando al derecho inalienable a la revolución; opongámonos a ellos no mediante argumentos, sino con la experiencia […] Con la historia de Ginebra ante nuestros ojos, vemos cómo la libertad se autodestruye siempre que tiende al autoengrandecimiento. Veinte felices naciones han recibido cadenas cuando lo único que querían era un gobierno libre de abusos, y ni una sola lo ha encontrado (citado en Acomb, 1973, p. 97).
En 1789, Mallet criticaba en el Mercure a la Revolución francesa en términos similares. Nunca adoptó, como Burke, una postura de reverencia hacia el antiguo régimen. «Aprueba los objetivos de la Revolución de 1789, pero rechaza los medios», afirma Jacques Godechot (Godechot, 1972, p. 75). Mallet tenía claro que el sistema señorial francés, al igual que la jerarquía política ginebrina, necesitaba una reforma. En este aspecto se mostraba de acuerdo con Jean-Joseph Mounier, que había propuesto transformar a los Estados Generales en un cuerpo unicameral, creando así una novedosa unión entre bourgeoisie y noblesse. Lo que Mallet odiaba era algo a lo que se refirió en repetidas ocasiones como «la democracia de la canalla» (démocratie de la canaille). De manera que formuló moderadas palabras de elogio para los decretos de agosto que abolieron los privilegios feudales, pero temía a la jacquerie subsiguiente. En cuanto el ataque a la aristocracia amenazó con convertirse en un ataque generalizado a la propiedad privada, lo rechazó. A medida que evolucionaba la Revolución, Mallet se volvía más y más hostil a lo que consideraba un desprecio utópico hacia la historia y la experiencia por parte de «la horrible facción de los jacobinos» (citado en Acomb, 1973, p. 249). «No se rehace a los hombres como si fueran decretos», exclamó en un contexto muy distinto en marzo de 1790 (citado en Acomb, 1973, p. 81).
Amplió este tema en su libro de 1793, Considérations sur la nature de la Révolution de France, que escribió en Suiza tras haber huido de Francia en mayo de 1792. «¡Ah!, cuando se aspira a liderar hombres, hay que tomarse la molestia de estudiar el corazón humano» (Mallet du Pan, 1793, p. 71). Eso era justo lo que, en su opinión, no había hecho la Convención revolucionaria al despreciar la experiencia como resultado de su fanático entusiasmo. «Resulta ridículo hablar sin cesar de principios cuando lo único que hay son circunstancias»; tal era la pragmática postura de Mallet (Mallet du Pan, 1793, p. 77). De ahí que se distanciara tanto de los monárquicos contrarrevolucionarios como de los brigands que habían usurpado Francia (Mallet du Pan, 1793, pp. 14, 21). Los monárquicos de toda la vida eran estrechos de miras, y su visión del mundo, provinciana. No veían que «todo europeo actual está implicado en esta lucha final por la civilización» (Mallet du Pan, 1793, p. v). Mallet esperaba que una coalición de fuerzas pudiera salvar a Francia de la anarquía, y a Europa de Francia, aunque temía que la guerra daría lugar a una dictadura militar (Mallet du Pan, 1793, p. 74). Los franceses habían olvidado que el objetivo y deber de todo gobierno es «la protección de las familias, de la paz pública y de las fortunas» (Mallet du Pan, 1793, p. 74).
Los escritos de Mallet du Pan, que alcanzaron a una vasta audiencia gracias al Mercure, contemplaban casi todos los grandes temas del pensamiento contrarrevolucionario. Su odio a la sistematización de Condorcet; su idea de que la historia era «política experimental»; su amor al orden en general y al orden monárquico en particular; su temor de que la Revolución erosionara la moral; su rechazo a la soberanía popular y a las teorías del derecho natural; su defensa a ultranza de la propiedad; su percepción cosmopolita de que la Revolución francesa no era sólo francesa sino necesariamente europea; su obsesión con el equilibrio; todos estos temas se reiterarían en escritos contrarrevolucionarios de toda Europa durante décadas. En Mallet no