al., 1993; Putnam, 2000), porque había evidencia de que una determinada organización social, con valores idiosincrásicos que facilitan la confianza para la coordinación y la cooperación para beneficio mutuo, contaba también en la lógica del crecimiento económico, ya que se reducían los costes de transacción, particularmente en entornos de incertidumbre.
Hay que tener en cuenta que, cuanto más avanzada y compleja es una economía, mayor es su eficiencia potencial, pero también son más frecuentes las transacciones en las que existe una cierta dosis de incertidumbre. De todos modos, hay que reconocer que es difícil de cuantificar, y más difícil aún de precisar, si el capital social es aditivo o multiplicativo respecto a los otros factores de crecimiento.
Putnam (1993) puso el ejemplo italiano donde, en un marco estatal único y a raíz de una regionalización uniformista, las tasas de crecimiento del norte y de la Terza Italia (hasta Roma por el sur) eran muy superiores a las del Mezzogiorno (de Nápoles a Sicilia) por razones derivadas de la diferente dotación de capital social. Un capital social que comprende las instituciones formales y, sobre todo, las informales. Es, en realidad, una atmósfera.
En cuanto a las instituciones formales, cuenta el marco jurídico y jurisdiccional, y las formas asociativas y cooperativas de todo tipo. Sin embargo, en primer lugar, cuenta el modelo de estado y los procesos de integración política supraestatal. En el caso español y valenciano cuentan los profundos procesos de descentralización política mediante las administraciones autonómicas y locales, por una parte, y, por otra, el avanzado proceso de integración continental en el seno de la unión económica y monetaria europea.
Todos estos factores pueden incrementar la eficiencia económica y el bienestar colectivo si permiten mejorar la responsiveness, es decir, la capacidad del sector público para responder bien a los problemas concretos de la población. Ahora bien, para que todo eso sea eficaz, las competencias políticas se deben ejercer bajo los principios de subsidiariedad y de colaboración y coordinación interinstitucional e interterritorial, incluida, naturalmente, la transfronteriza.
Ahora bien, las instituciones informales son tan importantes o más que las formales. Destaca, en primer lugar, la existencia de cultura empresarial, un activo intangible determinante como factor de crecimiento. Esta cultura empresarial se refiere principalmente al papel del empresario (como artífice principal del complejo proceso de la actividad de la empresa) ante los retos permanentes del mercado que exigen una actitud muy activa, inductora de la innovación continua, de la calidad de los procesos y de los productos, y de la búsqueda permanente de nuevos nichos.
Pero esa actitud empresarial depende mucho de la estructura de la propiedad. En España, por ejemplo, hay una estructura de la propiedad muy concentrada (el accionista principal suele controlar la mayoría de las acciones, al contrario de lo que ocurre en el modelo anglosajón), sobre todo en las empresas pequeñas, que son, además, de carácter familiar. Pues bien, la empresa familiar sacrifica a menudo potencial de crecimiento al mantenimiento del control interno. Por lo tanto, se puede convenir que la estructura del accionariado no debería ser un obstáculo para el crecimiento si se abandonaran ciertas actitudes conservadoras (Costa, 2003: 165). Estamos hablando de problemas de agencia.
Finalmente, también cuenta el entorno empresarial, particularmente en el mundo de las pequeñas y medianas empresas –que constituyen la dimensión característica del tejido empresarial español y valenciano–, donde es muy difícil obtener economías internas a la empresa y son muy altos los costes de transactión, los costes de relación con el resto de agentes económicos y sociales. En este sentido, conviene cultivar las economías externas más convenientes, como, por ejemplo, las que potencialmente se dan en las aglomeraciones territoriales de actividades económicas del mismo tipo, el efecto distrito industrial7 (Becattini, 1979: 1.1; 2002).
2.5.1 Renta per cápita: productividad y tasa de empleo
El nivel de bienestar de una sociedad depende en buena medida de la capacidad de conseguir un crecimiento sostenible económica, social y medioambientalmente. La productividad del trabajo no sirve, por lo tanto, sólo para explicar el crecimiento sostenible y la competitividad de una economía, sino también para explicar el nivel de vida de la población.
Y eso también es tarea de la contabilidad del crecimiento. Porque, si convenimos que el indicador sintético más conveniente para evaluar el nivel de vida es la renta per cápita, es obvio que este indicador está claramente relacionado con el de productividad del trabajo. Aunque deberíamos añadir que la diferente tasa de utilización del trabajo potencial (de la población en edad de trabajar), es decir, la diferente tasa de empleo, pero también la diferente cantidad de horas trabajadas por trabajador, puede hacer divergir los niveles relativos de la productividad y los de la renta per cápita entre países, como muestra la tabla 2.7.
TABLA 2.7
Niveles de PIB per cápita y de productividad* (2002)
PIB per cápita | Productividad | ||
Por ocupado | Por hora trabajada | ||
EE. UU. | 139 | 132 | 115 |
UE | 100 | 100 | 100 |
España | 85 | 91 | 81 |
* EU = 100, en paridad de poder adquisitivo (PPA)
Fuente: Eurostat.
Es decir, la renta por habitante y la productividad por hora pueden comportarse de manera diferente porque entre estas dos variables se interponen dos factores: las horas trabajadas por ocupado y la tasa de empleo (asociada a la relación entre la cantidad de gente que trabaja y el conjunto de la población).
Efectivamente, como se puede ver, las diferencias entre España y EE. UU. y la UE, en términos de PIB por habitante (una buena aproximación a la magnitud de renta per cápita), eran más pronunciadas en el 2002 que las de productividad por trabajador, debido a que las tasas de empleo americana y europea eran más altas que la española.
Ahora bien, estas diferencias cambian cuando hacemos la comparación con la productividad por hora trabajada, ya que las horas efectivamente trabajadas por trabajador en EE. UU. y en España eran más que en el caso de la media de la UE. Por ello, las diferencias aún eran más grandes en el caso americano, pero se acortaban en el caso europeo, ya que la cantidad de horas trabajadas por trabajador en el caso español era superior a la media europea.
En todo caso, el comportamiento de la renta per cápita en los últimos años ha sido positivo, como señala el gráfico 2.3.
Ahora bien, la convergencia relativa en renta per cápita valenciana y española con la UE (aparte del efecto estadístico de las sucesivas ampliaciones con países de menor nivel de renta que hacen bajar la media) en los últimos años se ha basado en que se trabaja más horas que en Europa y, sobre todo, en que ha aumentado la tasa de empleo.
Desgraciadamente, no se ha basado en una mejora relativa en términos de productividad, sino al contrario, como muestra fehacientemente el gráfico 2.4.
GRÁFICO 2.3
Renta per cápita (1995-2007) (dólares EKS