rel="nofollow" href="#ulink_2397fe28-654e-5b28-a681-bd9e65288631">6 En la mismísima primera reseña se reafirma en una variante de esta posición: «Actúo como un historiador y no como un hombre que adopta las ideas de los autores sobre los que habla» (Bayle, 1964: 7 y 100-101).7
En la práctica, Bayle reseñó aproximadamente dos libros protestantes por cada uno católico. Esto puede explicarse en parte como resultado de su predisposición protestante, o de las obras que tenía a su disposición en los Países Bajos, y como una clase de recompensa por la exclusión completa de los protestantes del Journal des Sçavans.8
Pero hay que destacar que no permitió que la voz del «otro» desapareciera. Dos por uno puede que no suene muy justo si el ideal es uno y uno. Pero considerando las condiciones políticas y religiosas en las que Bayle estaba escribiendo, esto era un progreso muy importante hacia la coexistencia mutua. En términos contemporáneos, si se publicara o reseñara un libro o un artículo que defendiera el Islam por cada dos que lo atacan, el número de publicaciones en el bando islámico se dispararía.
Una pulla que se repite contra los católicos es que su supresión frecuente de los puntos de vista opuestos muestra que o tienen menos confianza en las lumières de los lectores o más dudas sobre su causa.9 Pero también sabe que la libertad de prensa de los protestantes está limitada. John Milton no habría tenido que escribir lo que Bayle conoce como De Typographia liberanda si hubiera vivido en los Países Bajos.10
Los intentos de encontrar un término medio son difíciles en la mayor parte de los asuntos, requiriendo buen juicio y sutileza. Raramente satisfacen a quienes creen en una causa. Fueron percibidos como una amenaza por las autoridades: existen referencias específicas al peligro de la sutileza de Bayle en la correspondencia policial sobre él.11 Sus intentos de ser imparcial y sus lecturas igualmente críticas tanto de católicos como de protestantes le ganaron la hostilidad de los activistas católicos (la revista fue prohibida en Francia a comienzos de 1685), quienes lo consideraron como un escritor anticatólico; y también de muchos protestantes comprometidos con su religión, que lo vieron como un antiprotestante. Esto condujo a que en el siglo XVIII se lo considerara como un libertino y un ateo. Pero permítasenos notar que es perfectamente posible en la república de las letras mantener la posición de Bayle como un calvinista honesto, y que el destino de muchos escritores honestos ha sido el de ser malinterpretados por todas las facciones.
En relación con los intentos de Bayle de ser moderado está su forma preferida de controversia: la ironía. Anticipándose a la predilección de Rorty por este tropo retórico, Bayle enfatiza los beneficios de la ironía en la refutación de los aspirantes a persecutores.12 Uno puede entender cómo Shaftesbuty pudo aprender de Bayle los beneficios del humor y de la ironía en el debate político. Puede también entenderse por qué la policía de París pudo ver sus escritos como más peligrosos que la retórica extremista de Jurieu.13 También hay que aprender a leer a Bayle con gran cuidado. No siempre es fácil decir cuándo algo es irónico y cuándo está siendo sincero.
Bayle afirma que la controversia es más que aceptable. En una carta temprana había citado a Séneca acerca de un orador que no pensaba que tenía compañía si no había diferencias de opinión. Les pidió a sus amigos que se mostraran en desacuerdo con él, de tal forma que pareciera que había dos personas.14 El modelo de Bayle de la vida intelectual no era un movimiento hacia la unanimidad. Así, la controversia es parte del juego: un informe sobre el estado de la república de las letras incluirá la construcción de bibliotecas, la creación de academias, y los cismas y herejías que se desarrollan.15 El derecho a juzgar los libros de otras personas es innato e inalienable en la república de las letras.16 Pero Bayle afirma que él no imprimirá nada con el único propósito de arruinar una reputación; busca una postura intermedia entre la servidumbre del halago y el atrevimiento de la censura, y a su vez presenta sus opiniones ante la censura del mundo entero.17 Cita la obra Academica de Cicerón para la pretensión de que informará sobre las críticas de sus propias ideas sin enfadarse.18 Más tarde se revolvió más y más contra Malebranche y Arnauld a causa de la naturaleza personal de sus polémicas, y cita a Fontenelle como un ciudadano bueno y moderado.19
Dos escritos publicados en julio de 1685 sacaron a la palestra un tema al que Bayle volvió a menudo en sus intentos de instruir a los ciudadanos de sus deberes: la libertad de prensa. El primero fue una reseña de una disquisición académica de 1684 sobre el Índice de Libros Prohibidos. Comenzaba con la observación de que «hay cosas que uno no sabe cómo ordenar de acuerdo con principios seguros, porque uno percibe razones poderosas batallando a favor de cada bando» (Bayle, 1964: 329). En tales casos, «uno se arroja al bando más conforme con el propio capricho» (Bayle, 1964: 329). Éste es el caso de la lectura de libros sospechosos. Naciones diferentes reaccionan de manera diferente a los intentos de suprimir libros. «Dos naciones [¿los ingleses y los holandeses?]» han sospechado que los libros prohibidos tienen que contener buenos argumentos, y los aprecian más; pero los españoles y los italianos asumen que si están prohibidos deben contener cosas absurdas (Bayle, 1964: 330).
La psicología inversa es también parte de la ecuación. Bajo Nerón, ciertos libros prohibidos eran buscados con pasión, pero cuando fueron permitidos nadie los quería. El autor del libro que está reseñando es un luterano que escribe en el corazón de Alemania. Bayle comenta que por ello podríamos esperar de él la pretensión extrema (cosa que efectivamente hace) de que el Index ha sido compilado para esconder la verdad. El juicio general de Bayle es un intento de reconocer a partes iguales ambas opiniones. Quizá los católicos son muy estrictos y los protestantes demasiado lasos en estos temas de la libertad de prensa.20
Las anécdotas de Bayle demuestran que nunca pensó que el análisis crítico y la argumentación racional conducirían al acuerdo. Cuenta la historia de dos hermanos ingleses, uno educado como católico y el otro como protestante, que discutieron tan vehementemente entre sí que cada uno cambió su religión.21
El segundo de estos escritos sobre la libertad de imprenta era un ensayo en la propia voz del editor titulado «Réflexions sur la tolerance des Livres hérétiques» (Bayle, 1964: 335-336). Comienza con la idea de que alguien le había escrito criticando sus observaciones en el prefacio sobre la libertad de imprenta, y más tarde concluye diciendo que como no contestó en el número siguiente es que estaba dándole la razón. Esto no es verdad, según las costumbres de la república de las letras. Bayle informa a sus lectores de que no responder a las críticas no significa una admisión de que son acertadas.
Una imparcialidad relativa (a partir de una perspectiva cuyo centro es el protestantismo) se revela cuando Bayle destaca que los protestantes que se ríen de los católicos por sus excesos en la supresión de libros justifican de hecho a los socinianos, que se ríen de ellos. Socinio vio la prohibición de sus obras como una victoria. Los socinianos deberían ser refutados, mostrando por ejemplo que ignoran todos los pasajes de la Biblia que prueban que