interés de la verdad significa que uno no debería suprimir los libros heréticos, sino refutarlos. Bayle a menudo repite el argumento de que prohibir libros equivale por una conclusión natural a admitir que contienen argumentos irrefutables. Existen pocas personas como Crisipo, que se preocupó de que los argumentos de sus adversarios estuvieran bien expresados antes de proceder a refutarlos. Bayle concluye que si uno quiere ver a su partido triunfar sobre sus enemigos, uno debe confrontar los escritos del partido contrario.23
La moderación de Bayle en el tono y en la práctica merece una atención especial dado el contexto. Está escribiendo sobre ambos bandos aquí con argumentos razonables y tamizados en un momento en que la venta de su publicación está prohibida en Francia, y después de tener la experiencia de que su General Critique of Maimbourg fuera quemada por el verdugo público en París en 1683. Pero esto era una autocontención estudiada, no indiferencia o insensibilidad. Más tarde, el edicto de Nantes fue revocado y el hermano de Bayle murió en prisión. La respuesta escandalizada de Bayle fue escribir y publicar inmediatamente La France toute catholique, en la que arremete contra los católicos por su hipocresía y su crueldad. Pero incluso aquí pone esta invectiva en boca de un personaje, y proporciona otro personaje que habla en un tono mucho más moderado e intenta construir un puente con los católicos moderados. En las Nouvelles, como Hubert Bost ha señalado, se abstiene de las invectivas, pero no intenta ocultar su indignación ante esos católicos hipócritas que pretenden que a los protestantes se los ha convertido mediante la dulzura.24 En la república de las letras existe un deber de denunciar lo que uno percibe como una injusticia, pero no hay que incurrir en excesos de odio que alienarán para siempre a los otros bandos.
Merece la pena destacar que la república de las letras de Bayle es moderna –no antigua–, en parte porque es una república comercial. Su correspondencia deja claro que era muy consciente de la independencia financiera que su publicación le proporcionaba y que estaba muy agradecido por ello. Le daba independencia con respecto a las Cortes, los mecenas y las academias (algo propio del ciudadano de una república), y tradujo los imperativos del mercado en deberes de los ciudadanos.25 Debería escribirse para el mercado, no para obtener el pago de un mecenas, tal como hacía un escritor que se había convertido en el gacetillero pensionado de un obispo.26 Un ciudadano republicano no debería escribir sólo para una facción, los ya convertidos a su causa, porque éstos son sólo una parte del mercado. Ésta es una lección que algunos escritores de hoy en día, excesivamente partidarios de un solo bando, no han aprendido. No es accidental que el vocabulario de la república de las letras incluyera commercium litterarium en latín y doux commerce en francés. En ambos casos se reflejaba una analogía ambigua entre el intercambio de dinero y el de ideas.
En otras observaciones, Bayle comenta que el estatus marital de los autores es irrelevante en la república de las letras. Lo único que cuenta es la producción literaria de uno. Esto puede preocupar a las feministas que pretenden que prestemos atención al estatus en cuanto al género de las producciones literarias, pero Bayle probablemente no quiere borrar las diferencias para todos los propósitos. Nos recuerda que la república de las letras es «un estado de abstracción y precisión» (Bayle, 1964: 413), con lo que presumiblemente quiere decir que es un ideal; lo que más tarde Kant llamaría noumenal. Bayle volvió muchas veces al tema de la república de las letras en sus escritos posteriores, y continuó aconsejando la práctica de la autocensura. Una nota en el artículo «Catio» del Diccionario repite el tema con especial atención a prohibir las sátiras como insultos al honor y, por tanto, a las normas básicas de la república de las letras.27
Pero también merece destacarse que Bayle no siempre estuvo a la altura de su propia opinión sobre las obligaciones del ciudadano. Cuando en su Diccionario se ocupa de los milenaristas y de otros a los que llama fanáticos, fuerza la evidencia histórica y cae en la invectiva.28 Quizá ningún autor está a la altura de sus propios ideales.
Todo lo anterior puede sonar a responsabilidades generalmente saludables de los ciudadanos de la república de las letras, adecuadas incluso hoy en día para la emulación, incluso si exigen una gran dosis de juicio práctico y no son susceptibles de una legislación exacta. Pasemos ahora a algunas dudas que podrían plantease sobre la noción de una república de las letras.
2. ALGUNAS PREGUNTAS PARA LOS REPUBLICANOS DE LAS LETRAS
Esto nos lleva a «algunas preguntas para los republicanos de las letras», el título de esta sección, que está inspirado en un artículo de Don Herzog titulado «Some Questions for Republicans» y en un libro escrito por Daniel Roche, Les Republicains des Lettres.29 Éstas son preguntas que Bayle no planteó explícitamente, pero que emergen de la atención crítica a su obra. A lo que se une que una lectura atenta de algunos de los argumentos de Bayle puede sugerir formas de salir de los dilemas que encontramos.
Comenzaré con una cita de 1699 sobre la república de las letras que no es de Bayle, pero que suscita un número importante de preguntas sobre la presentación de los ideales de la república:
Abarca el mundo entero y está compuesta de todas las nacionalidades, todas las clases sociales, todas las edades y ambos sexos (...). Se hablan todos los idiomas, antiguos y modernos. Las artes se unen con las letras, y los artesanos también tienen su lugar en ella; pero su religión no es uniforme, y su moral y sus costumbres (como en todas las repúblicas) son una mezcla de lo bueno y de lo malo. Se encuentran tanto la piedad como la lujuria –el elogio y el honor se conceden por aclamación popular.30
Esta definición es interesante tanto por lo que dice como por lo que no explicita. El cosmopolitismo amplio e igualitario –¿podríamos llamarlo multiculturalismo?– de las primeras frases oscurece el hecho de que la república de las letras, prácticamente por definición, no incluía a los iletrados, que, entonces y ahora, formaban la mayoría del mundo. Bayle prestó poca o ninguna atención explícita a los iletrados. Más bien, se ocupaba de las divisiones entre la gente de letras. Pero su obra tiene implicaciones para el tema de los iletrados. Éste será el tema de la sección siguiente.
La afirmación de que el honor se concede por aclamación elude todos los problemas sobre el capricho de las masas (o del público lector) y su debilidad por la demagogia. Esto, a su vez, hace surgir la pregunta por la política. Ya hemos tratado sobre algunas de las virtudes y responsabilidades de los ciudadanos de la república de las letras. ¿Cuál es su relación con la otra res publica, la república nacional? ¿Deben ser demagogos nacionalistas intolerantes, manipulando a la muchedumbre ignorante? ¿O deben ser cosmopolitas elitistas, mirando por encima del hombro a los iletrados, puesto que estos sí son nacionalistas? Éste será el tema de mi segundo tema.
2.1 Los hombres de letras versus los iletrados
La definición que ofrecíamos antes es realista en lo que se refiere a la moral, re- conociendo que los hombres y las mujeres de letras no son necesariamente santos o santas. Mis colegas han establecido este punto a mi entera satisfacción. Este punto de vista negativo se corresponde muy bien con la antropología pesimista, agustinianocalvinista, de Bayle, recordándonos que la república de las letras no fue concebida por eternos optimistas complacientes.31
¿Qué implica la asunción en la propia idea de la república de las letras de que hay una diferencia