en el «progreso humano». Una fe que, sin intermediaciones sobrenaturales, dependía de las convicciones que hombres y mujeres fuesen capaces de inculcar a sus descendientes.[27]
Las imágenes y prácticas de vida de las blasquistas estaban pues en función del nuevo modelo de vida política y de relaciones familiares notablemente politizadas aunque, en términos generales, a las mujeres se les seguían negando la participación en los asuntos transcendentales de la política y en la elaboración de la ideología colectiva. Su valor «como mujeres» –y esa era también la percepción de Julio Just– dependía de los hombres de su familia, y el mérito de sus propias obras estaba sobre todo en función de su adhesión a la «causa» republicana. Sin embargo, las blasquistas militantes constituían modelos femeninos que otorgaban legitimidad a un proyecto de relaciones modernas, progresistas, laicas y opuestas, en todo caso, al de la Liga Católica, cuya organización femenina, la Junta de Protección de Intereses Católicos, se había formado en 1901 con la finalidad de oponerse al blasquismo, re-cristianizar las costumbres sociales y socorrer e instruir a las obreras.[28]
En última instancia, las mujeres que manifestaban su «ferviente republicanismo», tenían un cierto peso en la estructura política del movimiento.[29]Con lo cual, la adaptación de las atribuciones femeninas a la cultura propia del republicanismo, al cargarse de ideología, otorgó a las republicanas un nuevo valor para consolidar el proyecto político blasquista, lo que les proporcionó status social de cierta relevancia.[30]
En agosto de 1931, nada más proclamarse la II República, se creaban en Valencia las Agrupaciones Femeninas Republicanas (AFR) vinculadas al blasquismo. También en este caso, la oposición a la Acción Cívica de la Mujer (ACM), organización femenina vinculada a la Derecha Regional Valenciana, actuó de acicate en el rápido y numeroso encuadramiento de las mujeres republicanas.[31]Entre 1931 y 1933, llegaron a existir en la ciudad y en las comarcas valencianas 28 agrupaciones femeninas integradas en una Federación cuyas tareas estaban dirigidas a la formación cívica y política de las mujeres.
En el momento de su constitución, el diario El Pueblo hacía un llamamiento a «las veteranas correligionarias» y a todas las republicanas de Valencia, y las invitaba a inscribirse en sus filas por la importancia que revestía su participación social.[32]Dichas agrupaciones llevaban habitualmente el nombre de novelas de Blasco Ibáñez como por ejemplo, «La Barraca», «Entre Naranjos», «Flor de Mayo» o la denominación del barrio al que pertenecían. En muchos casos, las agrupaciones estaban además ubicadas en los mismos locales de los casinos ya existentes, donde desarrollaban una labor autónoma centrada en la formación política de las mujeres.
La iniciativa de su creación había partido de una Junta Central Femenina que, tras proclamarse la Segunda República y en colaboración con los dirigentes del partido, había tomado la decisión de impulsar un programa de «Actividades Feministas» con la finalidad de dinamizar el asociacionismo entre las mujeres para que se preparasen para ejercer una ciudadanía activa.[33]
Las Agrupaciones Femeninas mantenían una cierta independencia del partido, y la constitución y organización de sus juntas directivas o de sus actos públicos dependían exclusivamente de las asociadas. Sin embargo, las actividades programadas tenían el mismo carácter ambivalente que había caracterizado los rasgos de la feminidad blasquista en las décadas anteriores. Las tareas «femeninas» de las agrupaciones estaban relacionadas con la asistencia y los cuidados a los demás, y consistían en «hacer el bien», pero «sin alardes ni fanatismos religiosos» y, en algunos casos, en recoger fondos mediante la organización de fiestas benéficas con el objetivo de, posteriormente, repartir dinero o cocidos de navidad entre las familias necesitadas del distrito en el que estaban ubicadas.[34]En 1932, crearon también «El Ropero Autonomista» dedicado a beneficiar a los hogares míseros. El acto más emblemático de dicho Ropero lo constituyó la conmemoración de «La llegada de los restos de don Vicente Blasco Ibáñez» donde se repartieron «a los necesitados 3.000 mantas y 20.000 pesetas en bonos de dos pesetas», en medio de una semana cuajada de otros festejos. El reparto se efectuó en la Plaza de Toros, y El Pueblo reseñó la entrega del dinero y demás regalos y dio publicidad a las consiguientes aglomeraciones de gente que se produjeron.[35]Aunque el Ropero se gestionaba desde un enfoque cercano al «humanismo laicista», limitaba las funciones políticas de las blasquistas al trabajo asistencial propio de la feminidad más tradicional.[36]
Paralelamente, las conferencias culturales y políticas programadas por las AFR llevaban títulos tan significativos como «La política, las mujeres y sus derechos», «Galantería y derechos para la mujer», «Deberes de la República con la mujer y de la mujer para con la República», «La cuestión social y la mujer».[37]En algunos casos, finalizadas las conferencias se organizaba un «grandioso baile, amenizado por la orquesta La Caraba», y había «grandes regalos para las señoritas, concursos y premios».[38]En estas actividades se invertían los papeles respecto a la función de los sexos, puesto que eran las presidentas de las agrupaciones las protagonistas de los actos y las que invitaban a otros integrantes del movimiento blasquista como «agrupaciones, socios y familiares», aún cuando los que impartían las conferencias solían ser varones.[39]
En otros casos, las llamadas a la población femenina para que se inscribiesen en las agrupaciones apelaban a los deberes maternales de las mujeres afirmando: «vuestros hijos os lo agradecerán, ya que gracias a vosotras se humanizaran las costumbres, se extinguirá toda tiranía y la justicia imperará en el mundo».[40]En este caso, la maternidad continuaba siendo un mecanismo discursivo que apelaba a la organización y participación cívica de las mujeres, aunque en este contexto, dicho mecanismo no era ya el fundamental.
Por esos años, también las pautas y recomendaciones en torno a la «vida familia republicana» habían desaparecido prácticamente de las páginas de El Pueblo. Los debates sobre la promulgación de la Constitución y de la ley de divorcio,[41]ponían de manifiesto la mayor coincidencia de las prácticas sociales y legislativas con el modelo de relaciones familiares que los blasquistas vivían ya en clave civil y secularizada. Buena prueba de ello era la reiterada publicación de matrimonios civiles que se anunciaban en los juzgados municipales de los distritos de la ciudad. Estos casamientos civiles estaban «intervenidos» por el grupo librepensador de la Casa del Pueblo Radical. Un grupo que se ocupaba de tramitar la documentación de los futuros cónyuges «para allanar cuantas dificultades puedan encontrar para ello».[42]
Las campañas emprendidas por la Acción Cívica de la Mujer, sobre todo las destinadas a desprestigiar la labor legislativa del bienio progresista en temas como la ley del divorcio y la laicidad de la educación, eran además respondidas por las AFR, posicionándose a favor de la secularización de las prácticas de vida, tal y como proclamaban el nuevo Estado y la Constitución. Paralelamente, se desacreditaba a las mujeres católicas por su «fanatismo religioso» y por la manipulación política de la que eran objeto por parte de la jerarquía eclesial.[43]