valenciana, maestras como la propia María Carbonell o Navidad Domínguez, ponían en cuestión los objetivos y límites de la precaria educación que recibían las mujeres y niñas.[63]En 1900 el porcentaje de analfabetismo según sexos arrojaba unas cifras nada alentadoras de 65.72% para los hombres y 78.62% para las mujeres.[64]
Pese a ello, la biografía de la maestra Elena Just coincidía con el perfil identitario de mujer instruida, comprometida con las ideas republicanas y reconocida en el ámbito público y, por este motivo, aparecía con asiduidad en las páginas de El Pueblo. En el año 1904, firmaba un artículo titulado «Las mujeres contra Nozaleda» y convocaba a las mujeres a una manifestación que, posteriormente se llevó a término. En otras ocasiones participaba como oradora junto a los varones importantes del partido en mítines donde estaban «invitadas todas las sociedades republicanas de Valencia». Sus intervenciones habitualmente estaban dedicadas a convencer a las mujeres de que se alejaran «del confesionario» y del fanatismo que promovían los católicos, pero, insistía además en que reclamaran el «puesto que en la sociedad les correspondía». Con parecidas intenciones, ofrecía conferencias donde hacía la crítica de «algunos sermones predicados [esa] semana en Valencia», conferencias que llevaban títulos como: «La mujer y la Iglesia» o sobre «La inutilidad de la religión en la educación de la mujer».[65]Al mismo tiempo, participaba habitualmente pronunciando discursos alentando a las niñas a esforzarse en su educación, en los actos conmemorativos o de fin de curso que organizaban las escuelas laicas.[66]
Especialmente significativa resultaba la presencia de los hombres blasquistas en estas celebraciones. La labor educativa de sus vástagos se consideraba una responsabilidad de la familia republicana, puesto que desconfiaban tanto de la educación religiosa como de «la intrusión del Estado en la enseñanza del hogar».[67]Por esta razón, algunos casinos, centros o sociedades obreras, mantenían escuelas laicas de enseñanza primaria. En ellas, las maestras eran consideradas figuras de autoridad y eran las mujeres que con más frecuencia participaban en los actos públicos. Las labores instructivas de las escuelas se acompañaban con actos y fiestas de final de curso donde se entregaban premios al alumnado, acudían padres, madres, concejales o demás figuras importantes del partido y del ayuntamiento.[68]En cualquier caso, la actitud de los hombres en estos actos era activa, puesto que se ocupaban de recabar fondos para mantener la escuela y actuaban de educadores e iniciadores ideológicos tanto de los hijos como de las hijas. Conviene también señalar que las escuelas laicas, cuyas perspectivas pedagógicas coincidía en ocasiones con las escuelas racionalistas, eran habitualmente mixtas, «recibiendo niños y niñas la educación e instrucción en igual grado, y estas últimas, además, las labores y conocimientos peculiares de su sexo».[69]
No obstante, en la Casa de la Democracia, uno de los enclaves fundamentales del partido que contaba asimismo con una escuela laica y mixta, las clases de segunda enseñanza estaban enfocadas principalmente a los varones, ya que comprendían los estudios de Bachiller, Maestro, Perito Mercantil, Perito Mecánico, y Perito Electricista. Había además clases de Lengua Francesa, de Mecanografía y de Contabilidad y clases de Corte y Confección para «señoritas».[70]Dato que induce a pensar que en realidad las niñas accedían sobre todo a una instrucción básica.
Finalmente, las representaciones que los blasquistas hicieron de la educación y del trabajo femenino, en las que se reconocía que las mujeres estaban habilitadas para estudiar y trabajar en igualdad de condiciones que los hombres, ofrecían un repertorio de identidades femeninas que permitían a las mujeres –al menos teóricamente– gozar de una sólida instrucción y de un proyecto vital en mayor medida autónomo. Como afirma Mary Nash, las representaciones culturales delimitan identidades colectivas a través de imágenes, ritos y múltiples dispositivos simbólicos que inducen a prácticas sociales.[71]
También la labor de las escuelas laicas –a falta de de investigaciones más concretas referidas a esta cuestión– debieron de proporcionar a una minoría de niñas mayores oportunidades para acceder a una educación mixta, al menos primaria, de base secular y científica. Carmen Agulló constata además que el laicismo fue una de las notas distintivas de la práctica pedagógica de las maestras durante la Segunda República. Algunas de estas maestras republicanas ya habían trabajado previamente en escuelas laicas patrocinadas por el PURA o subvencionadas por organismos públicos, como las escuelas municipales del Ayuntamiento de Valencia.
Las imágenes de mujeres cultas y comprometidas política y socialmente se consolidarían en la práctica en este período democrático, cuando se puso de relieve el protagonismo de una nueva generación de jóvenes maestras, algunas de ellas de familia republicana, que fueron militantes significativas en partidos de la izquierda política del PURA. Estas maestras republicanas contribuyeron a la innovación pedagógica local, ya que fueron docentes que defendieron la escuela laica, pacifista, democrática solidaria, única y activa. Participaron y organizaron también numerosas actividades educativas alternativas, desarrollando una amplia función social.[72]
Por esas mismas fechas, en 1931, y al mismo tiempo que era debatido el texto Constitucional, el PURA puso en funcionamiento un Centro de Cultura Femenina, «escuela de hogar y profesional», en el que se impartirán clases de francés, inglés, dibujo lineal, canto, música, corte y confección y nociones de cultura general para las mujeres, en los locales de la Casa de la Democracia. El Centro contaba con la financiación del Ayuntamiento y de la Universidad de Valencia como entidades colaboradoras.
Se aplicaba de esta forma la Orden Ministerial que desde diciembre de ese mismo año preveía oficialmente mejorar la calidad de la enseñanza primaria y su universalización entre las personas adultas que no habían podido acceder a la instrucción. Aunque la aplicación de la norma tuvo en Valencia un desarrollo irregular, diferentes organismos públicos y privados se aprestaron a dar cumplimiento a la ley.[73]Se hacían realidad las demandas educativas que, desde una perspectiva más teórica que real, los blasquistas habían difundido durante décadas. Aunque en este contexto, fueron sectores intelectuales de hombres y mujeres de la izquierda política del PURA, como la Federación Universitaria Escolar (FUE), quienes se ocuparon del tema de la educación de las personas adultas constituyendo las Misiones Pedagógicas o, la Universidad Popular. Esta Universidad se constituyó a imagen y semejanza de la que en 1903 Blasco Ibáñez ya había puesto en pie con escasos resultados. Su finalidad durante el período republicano fue divulgar la educación y la cultura, extendiendo las funciones de la universidad entre los obreros y obreras «proletarios». Su programa pedagógico tuvo en la ciudad una extraordinaria acogida, fue ampliamente apoyado por el partido blasquista, y llegó a alcanzar unas cifras de alumnado de 600 matrículas en el curso de 1933-1934.
La Casa de la Democracia desarrolló su labor también en relación con la Agrupación Femenina Republicana Autonomista, que inscribía socias todos los días de 6 a 8 en los locales de las escuelas.[74]Rosalía Figueras, la presidenta de esta agrupación, era la única que contaba con un cargo en el partido y ostentaba a su vez la presidenta de la Federación de Agrupaciones Femeninas. Por esta razón, desde la Casa de la Democracia, se llevaba a cabo la organización y coordinación de eventos colectivos para cumplir los objetivos que se habían trazado las Asociaciones Femeninas Republicanas (AFR). Básicamente, para «elevar el nivel cultural de las mujeres valencianas y capacitarlas para ejercer los