de que “los argentinos” (generalmente gente de la puna) volvieran a llegar, como ocurría en épocas anteriores. Esa primera estadía permitió acercarnos y entender mejor en qué tipo de trama se habían insertado los antiguos arrieros puneños y de dónde llegaban muchos productos y sustancias que actualmente se comercializan en las ferias de la puna jujeña.26 Desde ese momento, seguimos intentando recabar datos sobre los vínculos entre las ferias, pero, aunque existían breves referencias en otras investigaciones27 y en el propio registro oral, las relaciones no aparecían de modo evidente. Se hacía necesario volver a Huari e intentar, finalmente, conocer la feria.
Retomamos la etnografía de esta circulación en abril de 2019. En principio, nos interesaba conocer los circuitos en los que los puneños habían estado insertos desde épocas coloniales, valorar la importancia de ciertos ingredientes rituales y de curación que, por medio de otros transportes, continúan llegando actualmente desde el sur boliviano e indagar acerca de las relaciones actuales de las poblaciones de las tierras altas de Jujuy con las transacciones que allí ocurrían. Durante el trabajo, terminamos de confirmar que la Feria de Huari era, en realidad, la Feria del Jampi (o Hampi, traducido generalmente como medicina tradicional), una feria anual que hasta hace poco tiempo se realizaba durante la Pascua y la semana subsiguiente, pero en los últimos años se realiza en los días previos al domingo pascual. Forma parte así de las ferias características del final de la época húmeda.
Esta feria es conocida desde tiempos coloniales por constituirse en un enorme espacio de intercambio de productos, especialmente rituales y medicinales, así como por haber sido parte de un circuito de ferias de ganado mayor, cuyo auge se sitúa en la segunda mitad del siglo xix.28 Al lugar llegaban gran cantidad de vendedores de diferentes procedencias: de todas las regiones de Bolivia, incluyendo el área circumtiticaca y las zonas de chaco y yungas; de los altiplanos y las costas peruana y chilena, y claro, del altiplano argentino.29 Los muleros argentinos arribaban además para vender sus animales, comprar otros y participar en las fiestas patronales (como las del pueblo cercano de San Pedro de Condo).30 La diversidad presente en este evento se vincula hasta hoy con el propio espacio de articulación interétnica que ocupa Huari: una región caracterizada por el encuentro de diferentes poblaciones lingüísticas (quechua, aymara, uru) y vía de circulación de diferentes tipos de viajeros y comerciantes.
Nuestra sorpresa etnográfica en la Feria del Jampi provino, en primer lugar, de su envergadura. A pesar del desarrollo creciente de otros mercados regionales cercanos en las últimas décadas y de su supuesta disminución,31 la Feria de Huari continúa siendo todavía hoy el más importante centro de compraventa, intercambio y distribución de medicinas rituales en los Andes meridionales. Siguen asistiendo a ella centenares de personas que, ocupando más de diez cuadras del centro del pueblo, intercambian y comercializan centenas de plantas, decenas de especies animales y minerales, además de una gran cantidad de remedios fabricados por pequeñas manufacturas bolivianas y peruanas. Sea mediante iniciativas de los propios recolectores y productores, o a través de intermediarios, los puestos ofrecen variedades enormes de medicinas, en diferentes estados, a granel o en distintos empaquetamientos. Algunos puestos se especializan en productos (lanas, misterios) o regiones (productos lacustres), pero lo cierto es que la mayoría ofrece productos y sustancias que provienen de diferentes geografías, colectados y comprados a lo largo del año. La continuidad más fuerte que se observa en los puestos parece ser la del interés por el intercambio de medicinas tradicionales y productos asociados. Pero, luego, todo es diferencia.
Una mañana, por ejemplo, una mujer joven había llegado para vender achacanas, unos pequeños cactus silvestres que crecen en la altura. Su “puesto” era muy simple: sentada sobre un pequeño banquito, ofrecía “montoncitos” (una de las medidas utilizadas en las ferias) de cactus ubicados sobre un paño, así como agua de achacana que había preparado previamente en una jarra y la vendía por vasos. Conocíamos la achacana porque en la puna jujeña también se la recolecta y consume de diferentes maneras. Intercambiamos algunas palabras sobre el tema con la vendedora y con otra que tenía un puesto cercano, pero que no conocía la planta. Le pedimos un vaso de agua de achacana y nos quedamos bebiendo junto a ella. En esos pocos minutos, pudimos participar de la curiosidad que generaba ese cactus en varios de los que pasaban; paraban a preguntar y al menos dos mujeres, que era la primera vez que veían la planta, se llevaron un montoncito, junto con algunas indicaciones sobre su uso. Las preguntas que se hacían eran del mismo tipo que las que habíamos escuchado en otros puestos, directas y simples: ¿y ese qué es?, ¿ese para qué es? La vendedora respondía “es remedio” e inmediatamente indicaba para qué afecciones se utilizaba y cómo prepararlo. En cada una de estas interacciones nos quedaba claro que los asistentes a la feria no solo van en busca de productos específicos, sino que también están alertas y muestran curiosidad por todas aquellas cosas nuevas que no conocen.
Los caminos y espacios que se recorren para llegar y salir de la feria también están sugeridos en los puestos. En ocasiones, estos espacios parecen “en silencio”, no explicitan sus trayectos, pero los productos lo sugieren con sus apariencias, olores y texturas, así como con los rostros, vestimentas y voces de los participantes. Todos llegaron allí atravesando y dialogando con espacios vivos; del mismo modo, los recorrerán de regreso. Los productos también participan activamente de estos viajes. En nuestros trabajos etnográficos previos aprendimos que la duración de los productos está relacionada con su parte anímica, por eso los remedios y los alimentos deben llegar y partir con su animu. Lo mismo afirman otros autores para los Andes centrales. Por ejemplo, Ricard Lanata refiere que el animu del maíz es sensible, establece relaciones con diversos seres del espacio, los cerros y los animales se vinculan con él. En los viajes de intercambio, el maíz puede asustarse y perder su animu; para que esto no suceda, los costales con los alimentos son sellados con una arcilla roja, taku, para que nada escape, “[de otra manera, los productos no duran] una vez que los has traído hasta aquí, es como si no hubieras traído más que la apariencia, pero los alimentos no duran mucho tiempo. En un instante, ya no hay más [...] si los alimentos tienen su animu, entonces duran mucho tiempo”.32 Es decir, el trayecto, el camino, los espacios y los desplazamientos están sugeridos en las transacciones y los intercambios, en el estado de los productos y en su potencia.
Lo que trae de nuevo la experiencia de Huari es la radicalidad de las diferencias que componen la feria: mientras en los contextos del altiplano jujeño que conocemos existe una diversidad de productos y gente de distintas regiones, en la Feria de Huari esta diversidad aumenta de manera llamativa. Además, en las ferias de Jujuy participan personas que son nuestros conocidos, con los que trabajamos en las localidades donde permanecemos por largos períodos. En Huari, en cambio, la situación era completamente distinta. Nos encontramos con una conjunción de productos y gentes provenientes de espacios diversos, que se articulaban y componían nuevos ensamblajes. Algunos de estos productos partirían hacia el norte argentino en manos de intermediarios, que los harían llegar a manos de los puneños, posiblemente a alguna de “nuestras localidades”, pero la mayoría eran desconocidos. Esto nos demandaba conocer los usos y sustancias-productos que buscan y emplean los puneños, comprendiendo que lo que veíamos en Huari era un entramado que no estaba presente, pero que, al menos parcialmente, podíamos restituir por nuestra etnografía previa. Una sensación extraña: el sentimiento de no conocer casi nada de lo que veíamos, acompañado de cierta familiaridad difícil de explicar que nos daban nuestras experiencias previas. Allí se reconocían prácticas rastreables en otras ferias,33 junto con otras que debíamos aprender a decodificar.
Resonancias: ferias y etnografías
Las personas se desplazan a las ferias para encontrarse con otros, para intercambiar o comprar productos que son de lejos, para probar comidas y remedios, muchos de ellos desconocidos y que usarán siguiendo los consejos de personas, generalmente también desconocidas. Al hacerlo, interactúan con otros vendedores y compradores que también están ahí por los mismos motivos, con los cuales tal vez no comparten ni siquiera la misma lengua –y deben usar el español como modo de entendimiento–.34Al mismo tiempo, durante cada jornada, cada puesto de venta parece una celebración de la diferencia en todas sus formas: no solo porque se ofrecen productos provenientes de diferentes lugares, agolpados en un mismo lugar, sino por las interacciones concretas de compra-venta o intercambio en donde las personas