Natalia Quiceno Toro

Etnografía y espacio


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      Simón Uribe

      PhD en Geografía de la London School of Economics. Profesor de carrera de la Facultad de Estudios Internacionales, Políticos y Urbanos de la Universidad del Rosario. Integrante del Grupo de Estudios Políticos e Internacionales de esta misma universidad. Correo electrónico: [email protected]

      Introducción

      Tanto para la antropología como para otras ciencias sociales fueron fundamentales diversos giros epistemológicos para dar paso a perspectivas críticas que repensaron conceptos pretendidamente universales como los de naturaleza, cultura, sujeto, objeto, tiempo y espacio. Todos estos movimientos teóricos han implicado potentes transformaciones en el quehacer etnográfico. Aquí queremos enfocarnos en los que tienen que ver con el espacio y las miradas críticas a los órdenes espaciales propios de una práctica disciplinar, y la emergencia de nuevos lugares para pensar la producción de conocimiento etnográfico.

      El libro que el lector tiene en sus manos no busca caer en esta corrección metodológica, ni pretende ser un manual de etnografía. Más bien pretende abrir un debate a partir de la relación entre espacio y etnografía. Con la intención de reconocer los modos como las perspectivas críticas sobre la categoría espacio han afectado la práctica etnográfica, invitamos a etnógrafos y etnógrafas de diferentes lugares de América Latina para que nos compartieran, desde sus experiencias prácticas, los modos como se configuraba esa relación espacio y etnografía en términos prácticos y epistémicos.

      El espacio como contexto etnográfico

      Si bien hoy en día la etnografía no es patrimonio exclusivo de la antropología, es en la configuración de ese saber disciplinar donde se desarrolla como un método de trabajo. La etnografía y la noción de trabajo de campo no aparecían en la perspectiva evolucionista en los inicios de la disciplina, pero desde ese momento se empezó a definir el lugar del sujeto de estudio y el del etnógrafo amateur como la fuente de información para esos primeros emprendimientos teóricos. Viajeros, misioneros y cronistas fueron los etnógrafos de la época, alimentando con datos y extensas descripciones de pueblos desconocidos las primeras preguntas antropológicas. La preocupación de Edward Taylor y Lewis Morgan, principales representantes de dicha corriente teórica, era por la clasificación y jerarquía de pueblos y grupos con respecto a sus propios patrones culturales y “civilizatorios”. En este sentido, el lugar y tratamiento de la información o los datos se enfocaban en reunirlos, clasificarlos y compararlos. Así, los reconocidos pioneros de la disciplina, preocupados por comprender una historia común de la humanidad, buscaron datos sobre culturas lejanas y “primitivas” en información dispersa, recolectada por otros, ubicando a dichas culturas como una cristalización del pasado de sus propias sociedades. Este momento de la disciplina se proyectaría en términos metodológicos en la clásica división experto y recolector. Aquí la comprensión del tiempo y el espacio se podrían asociar a la lectura de la historia en modo lineal evolutivo, a partir de la distribución de rasgos diferenciales de pueblos dispersos en el espacio.

      Las investigaciones de Franz Boas y Bronislaw Malinowski dieron otra forma al trabajo etnográfico que tuvo diversas implicaciones para la comprensión del campo. Boas comenzó a interesarse por la naturaleza de los datos en la antropología, aquello que podría ser comparable y lo que no. Empezó sus recorridos, a finales del siglo xix, por las tierras de los inuit y los esquimales, en Canadá, preocupado por producir un material etnográfico que diera cuenta de cómo pensaban, hablaban y actuaban las personas. Los datos antropológicos cambiaron de estatuto, así como también cambió el sujeto de estudio. Se inauguró la recolección de datos in situ, y con ello la misma naturaleza de los datos puso en juego preguntas por su profundidad y carácter comparativo. De esta manera, Boas inauguró la noción de informante, donde el lugar del individuo era destacado en tanto representante de la cultura. Margaret Mead y Gregory Bateson, alumnos de Franz Boas, se destacaron por emprender trabajos etnográficos experimentales en Samoa y Polinesia. Además de acceder a los informantes o la perspectiva individual, estos trabajos invitaban a tomar información que registrara el flujo de la vida cotidiana, inaugurando nuevos intereses para la disciplina como el tema de las emociones, el cuerpo, la producción de las ideas, la mente, la cognición, el género y, en general, las diferencias al interior de cada cultura.

      En las preocupaciones de Boas vemos que una forma particular de relacionar individuo y cultura dejó un legado importante en la construcción de las nociones de trabajo de campo y etnografía. El individuo era parte del todo, que buscaba comprender, siendo uno de los caminos claves para explicar los procesos históricos y las relaciones entre esa persona y su contexto. La idea de totalidad ya no se centraría en la historia de la humanidad a partir de la lógica clasificatoria evolucionista, sino en cada cultura como totalidad. Aquí el espacio es pensado como el telón de fondo de los procesos históricos, pero sobre todo el lugar de recolección de la información de “primera mano” a través de la perspectiva de los “informantes”.