Charles Haddon Spurgeon

El ganador de almas


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pues anhelamos ver toda enseñanza religiosa basada en la roca sólida de la verdad y no en la arena de la imaginación. Sin embargo, al mismo tiempo, nuestro gran fin no es el cambio de las opiniones, sino la regeneración de las naturalezas. Queremos llevar a los hombres a Cristo, y no a nuestras propias concepciones peculiares del cristianismo. Nuestra primera preocupación debe ser que las ovejas se reúnan en torno al gran Pastor; ya habrá tiempo suficiente en el futuro para asegurarlas en nuestros diversos rediles. Hacer prosélitos es una tarea adecuada para los fariseos; engendrar a los hombres para Dios es el fin honorable de los ministros de Cristo.

      En segundo lugar, no consideramos que se logre ganar almas al escribir con apuro más nombres en la lista de miembros de nuestra iglesia para poder reportar un buen aumento a fin de año.

      Eso es fácil de hacer, y hay hermanos que realizan un gran esfuerzo (por no decir que emplean artes) para conseguirlo. Sin embargo, si es considerado el principio y el fin de todos los esfuerzos del ministro, el resultado será deplorable. Desde luego, introduzcamos a los verdaderos convertidos a la iglesia, pues parte de nuestra labor es enseñarles a observar todas las cosas que Cristo les ha ordenado, pero eso debe hacerse con los discípulos, no con los meros profesantes. Si no empleamos la prudencia, es posible que hagamos más mal que bien en este asunto. Introducir personas inconversas a la iglesia es debilitarla y degradarla; por lo tanto, una aparente ganancia puede terminar siendo una verdadera pérdida. Yo no soy de las personas que condenan las estadísticas ni considero que produzcan toda clase de males, pues hacen mucho bien si son precisas y se usan legítimamente. Es bueno que el pueblo vea la miseria del país cuando hay estadísticas de disminución para que se vea impulsado a buscar la prosperidad de rodillas ante el Señor. Por el otro lado, no es para nada malo que los obreros sean animados al contemplar un registro de los resultados. Lamentaría mucho que la práctica de sumar, restar y calcular el resultado neto fuera abandonada, pues debe ser bueno conocer nuestra condición numérica. Algunos han notado que los que objetan el proceso a menudo son hermanos cuyos informes insatisfactorios debieran producir en ellos un cierto grado de humillación. No siempre ocurre eso, pero sí es sospechosamente frecuente. El otro día oí del informe de una iglesia cuyo ministro, que era bien conocido por haber reducido su congregación a cero, escribió con algo de ingenio: “Nuestra iglesia está mirando hacia arriba”. Cuando le preguntaron sobre esa afirmación, respondió: “Todos saben que la iglesia está de espaldas y lo único que puede hacer es mirar hacia arriba”. Cuando las iglesias están mirando hacia arriba en ese sentido, sus pastores por lo general dicen que las estadísticas son muy engañosas y que no podemos tabular la obra del Espíritu ni calcular la prosperidad de una iglesia en cifras. La realidad es que sí podemos hacer un cálculo muy acertado si las cifras son honestas y si tomamos en consideración todas las circunstancias. Cuando no hay crecimiento, podemos calcular con bastante precisión que no se está haciendo mucho. Y si hay una clara reducción de la iglesia en una población creciente, podemos concluir que las oraciones de la gente y la predicación del ministro no son de lo más poderosas.

      Aun así, la prisa por introducir miembros a la iglesia es sumamente dañina, tanto para la iglesia como para los supuestos conversos. Recuerdo muy bien el caso de varios jóvenes de buen carácter moral y religiosamente prometedores. En vez de examinar sus corazones y procurar su verdadera conversión, su pastor no les dio descanso hasta persuadirlos a hacer una profesión de fe. Pensaba que tendrían más obligaciones con las cosas santas si profesaban la religión, y se sentía bastante seguro al presionarlos, pues “eran muy prometedores”. Se imaginó que si los desanimaba examinándolos con cuidado, podría apartarlos, así que para asegurarlos, los transformó en hipócritas. Esos jóvenes ahora están mucho más lejos de la Iglesia de Dios que lo que habrían estado si hubieran sufrido la afrenta de ser dejados en el lugar que les correspondía y se les hubiera advertido que no se habían convertido a Dios. Recibir a una persona en el número de los fieles es una grave injuria contra ella a menos que haya buenas razones para creer que en verdad ha sido regenerada. Estoy seguro de ello, pues hablo luego de haber observado con mucho cuidado. Algunos de los pecadores más flagrantes que conozco fueron una vez miembros de una iglesia, y creo que fueron guiados a hacer una profesión de fe mediante el ejercicio de una presión indebida, bien intencionada pero imprudente. Por lo tanto, no piensen que ganar almas equivale a multiplicar el número de bautismos y agrandar el tamaño de la iglesia o que esas cosas son garantías de que están ganando almas. ¿Qué significan los siguientes reportes del campo de batalla?: “Ayer en la noche, catorce almas experimentaron convicción, quince fueron justificadas y ocho recibieron la santificación completa”. Estoy harto de ese alarde público, de ese conteo de gallinas no empolladas, de esa exhibición de despojos dudosos. Abandonen esas formas de contar del pueblo, esa vana pretensión de certificar en medio minuto lo que requiere la evaluación de toda una vida. Esperen lo mejor, pero sean razonables en sus mayores entusiasmos. Tener lugares destinados para atender a los que tienen inquietudes espirituales es muy bueno, pero si producen alardes vanos, contristarán al Espíritu Santo y ocasionarán gran daño.

      Queridos amigos, ganar almas tampoco es solo crear entusiasmo. El entusiasmo acompaña todo gran movimiento. Podríamos cuestionarnos con razón la sinceridad y el poder de un movimiento si fue tan tranquilo como es leer la biblia en el salón de la casa. No es posible hacer estallar rocas grandes sin producir el sonido de las explosiones ni pelear una batalla manteniendo a todos callados como momia. En un día seco, el carruaje no se está moviendo mucho por el camino si no deja ruido y polvo a su paso; la fricción y la agitación son resultados naturales de la fuerza en movimiento. Del mismo modo, cuando el Espíritu de Dios está en movimiento y las mentes de los hombres son agitadas, debe haber y habrá ciertas señales visibles del movimiento, pero ellas nunca deben confundirse con el movimiento mismo. Si alguien se imagina que levantar polvo es el propósito del paso de un carruaje, puede tomar la escoba y muy pronto alzará tanto polvo como cincuenta carruajes, pero en vez de producir un beneficio causará un fastidio. El entusiasmo es tan incidental como el polvo, pero jamás debe ser nuestro objetivo. Cuando la mujer barrió su casa, lo hizo para encontrar la moneda, no para levantar una nube de polvo.

      No tengan por objetivo la sensación y el “efecto”. Es posible que veamos torrentes de lágrimas, ojos llorosos, sollozos, clamores, multitudes de personas que se quedan en el recinto después de la reunión y toda clase de confusión, y podemos tolerar esas cosas como acompañantes del sentimiento genuino, pero les ruego que no planifiquen su producción.

      Con mucha frecuencia ocurre que los conversos que nacen en el entusiasmo mueren cuando este se acaba. Son como ciertos insectos que surgen en los días extremadamente calurosos y mueren a la puesta del sol. Algunos conversos viven en el fuego como las salamandras, pero mueren a una temperatura razonable. No me gusta la religión que requiere o crea una cabeza caliente. Denme la piedad que florece en el Calvario, no en el monte Vesubio.3 El celo más apasionado por Cristo es consistente con el sentido común y la razón: el delirio, el griterío y el fanatismo son productos de otro celo, de uno que no es conforme a ciencia. Queremos preparar a los hombres para la recámara de la comunión, no para el manicomio de Bedlam. Nadie lamenta más que yo que estas advertencias sean necesarias, pero cuando recuerdo las extravagancias de ciertos revivalistas salvajes, no puedo decir nada menos y podría decir mucho más.

      ¿Qué es ganar verdaderamente un alma para Dios? En cuanto eso ocurre mediante instrumentos, ¿cuáles son los procesos por los que el alma es guiada a Dios y a la salvación? Considero que una de las principales operaciones consiste en instruir al hombre para que conozca la verdad de Dios. La instrucción mediante el evangelio es el comienzo de toda obra genuina en la mente de los hombres. “Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo”. La enseñanza comienza la obra y también la corona.

      Según Isaías, el evangelio es “Inclinad vuestro oído, y venid a mí; oíd, y vivirá vuestra alma”. En consecuencia, a nosotros nos corresponde darles a los hombres algo digno de escuchar; de hecho, nos corresponde instruirlos. Hemos sido enviados a evangelizar o predicar el evangelio a toda criatura, y eso no puede realizarse a menos que les enseñemos las grandes verdades de la revelación. El evangelio