Charles Haddon Spurgeon

El ganador de almas


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Cuando la vida nueva entra al corazón, uno de sus primeros efectos es que causa un intenso dolor interno. Aunque en la actualidad oímos de personas que son sanadas antes de ser heridas, y llegan a la certeza de la justificación sin nunca haber lamentado su condenación, dudamos mucho del valor de tal sanidad y justificación. Ese estado de las cosas no es acorde a la verdad. Dios nunca viste a los hombres antes de haberlos desvestido ni los vivifica por el evangelio antes de haberlos matando mediante la ley. Cuando se encuentren con personas en las que no hay trazas de convicción de pecado, pueden estar muy seguros de que no han sido objetos de la obra del Espíritu Santo, pues “cuando él venga, convencerá al mundo de pecado, de justicia y de juicio”. Cuando el Espíritu del Señor sopla sobre nosotros, marchita toda la gloria del hombre, que es como la flor de la hierba, y luego revela una gloria más elevada y permanente. No se asombren si encuentran que esta convicción de pecado es muy aguda y alarmante, pero, por el otro lado, no condenen a aquellos en los que es menos intensa, pues siempre y cuando haya lloro por el pecado y este sea confesado, abandonado y aborrecido, están frente a un fruto evidente del Espíritu. Gran parte del horror y la incredulidad que acompañan a la convicción no es del Espíritu de Dios, sino que proviene de Satanás o de la naturaleza corrupta. No obstante, debe haber convicción de pecado genuina y profunda, y el predicador debe esforzarse por producirla, ya que donde ella no ha sido experimentada, el nuevo nacimiento no ha tenido lugar.

      Igual de cierto es que la verdadera conversión puede identificarse por la presencia de una fe sencilla en Jesucristo. Ustedes no necesitan que yo les hable de esto, pues están plenamente persuadidos de ello. La producción de la fe es el centro mismo del blanco al que están apuntando. No hay nada que pueda demostrarles que han ganado el alma de un hombre para Jesús hasta que la persona ha renunciado a sí misma y a sus propios méritos para refugiarse en Cristo. Debemos ser cuidadosos para asegurarnos de que esta fe en Cristo diga relación con la salvación completa y no con parte de ella. Muchas personas piensan que el Señor Jesús está disponible para perdonar los pecados pasados, pero no pueden confiar en Él para ser preservados en el futuro. Confían en que han sido perdonados por los años pasados, pero no por los años futuros. Sin embargo, en la Escritura nunca se habla de esta subdivisión de la salvación como la obra de Cristo. O bien Él llevó todos nuestros pecados o no llevó ninguno. O bien Él nos salva de una vez para siempre o no nos salva en absoluto. Su muerte nunca puede repetirse y debe haber expiado los pecados futuros de los creyentes, de lo contrario, están perdidos, pues no podemos suponer que vaya a haber otra expiación y de seguro van a cometer pecados en el futuro. Bendito sea Su nombre: “De todo […] en él es justificado todo aquel que cree”. La salvación por gracia es salvación eterna. Los pecadores deben encomendar sus almas al cuidado de Cristo por toda la eternidad; ¿cómo más podría decirse que son salvos? Pero ¡qué pena!: algunos enseñan que los creyentes solo son salvos en parte y que el resto depende de sus propios esfuerzos futuros. ¿Es eso el evangelio? Yo creo que no. La fe genuina confía en un Cristo completo para la salvación completa. ¿Debería sorprendernos que muchos convertidos apostaten siendo que, de hecho, nunca se les enseñó a ejercer fe en Jesús para la salvación eterna, sino solo para una conversión temporal? Una exposición inadecuada de Cristo engendra una fe inadecuada, y cuando esta última se desgasta por su propia debilidad, ¿de quién es la culpa? Conforme a su fe les es hecho: el predicador y el que posee una fe parcial deben asumir en conjunto la culpa por el fracaso cuando su confianza pobre y mutilada llega al colapso. Quiero insistir en esto con más ahínco porque creer de una manera semilegal es algo muy común. Debemos instar al pecador tembloroso a confiar completa y exclusivamente en el Señor Jesús para siempre, de lo contrario, haremos que infiera que debe comenzar en el Espíritu para luego perfeccionarse por la carne. De seguro caminará por la fe en relación al pasado y luego por las obras en relación al futuro, y eso será fatal. La verdadera fe en Jesús recibe la vida eterna y contempla la salvación perfecta en Aquel cuyo único sacrificio ha santificado al pueblo de Dios una vez para siempre. El sentido de que uno es salvo, completamente salvo en Cristo Jesús, no es, como algunos suponen, la fuente de la seguridad carnal y el enemigo del celo santo, sino todo lo contrario. Libertado del temor que hace de la salvación propia un objeto más presente que la salvación de la propia maldad e inspirado por una santa gratitud a su Redentor, el hombre regenerado llega a ser capaz de practicar la virtud y está lleno de entusiasmo por la gloria de Dios. Mientras el hombre tiembla por su sentido de inseguridad, piensa principalmente en sus propios intereses, pero cuando está plantado firmemente en la Roca de la eternidad, tiene el tiempo y la disposición para entonar el nuevo canto que el Señor ha puesto en su boca, y entonces su salvación moral está completa, pues el “yo” ya no es el señor de su ser. No descansen ni se den por satisfechos hasta que vean en sus conversos evidencias claras de la existencia de una fe sencilla, sincera y decidida en el Señor Jesús.

      Además de una fe no dividida en Jesucristo, también debe haber un arrepentimiento no fingido del pecado. La palabra arrepentimiento es anticuada, no es muy utilizada por los revivalistas modernos. “¡Oh!”, me dijo un día un pastor, “solo significa un cambio de opinión”. Esa observación pretendía ser profunda. “Solo un cambio de opinión”, ¡pero qué cambio! ¡Un cambio de opinión con respecto a todo! En lugar de decir “Es solo un cambio de opinión”, me parece más veraz decir que es un cambio grandioso y profundo, un cambio de la mente misma. Pero más allá del significado literal de la palabra griega, el arrepentimiento no es una nimiedad. No hay una mejor definición del arrepentimiento que la que se entrega en el siguiente himno infantil:

      Arrepentirme es

      Dejar el mal que amé

      Mostrando que lloro en verdad

      Al no volverlo a hacer.

      En todas las personas, la conversión verdadera va acompañada de un sentido de pecado, del cual hemos hablado bajo el nombre de convicción; de dolor por el pecado o un santo pesar por haberlo cometido; de un odio por el pecado, que demuestra que su dominio ha terminado, y de un abandono práctico del pecado, que demuestra que la vida interior del alma está influyendo en la vida exterior. La fe verdadera y el arrepentimiento verdadero son mellizos: sería vano intentar decir cuál nace primero. Todos los rayos de la rueda se mueven a la vez cuando esta se mueve, así también todas las gracias entran en acción cuando el Espíritu Santo obra la regeneración. Sin embargo, debe haber arrepentimiento. Ningún pecador mira al Salvador con los ojos secos o el corazón duro. Por lo tanto, apunten a quebrantar el corazón, a hacer que la conciencia comprenda la condenación y a destetar la mente del pecado; no se den por satisfechos hasta que toda la mente sea cambiada de manera profunda y vital en su relación con el pecado.

      Otra prueba de que el alma ha sido conquistada para Cristo se halla en el cambio verdadero de la vida. Si el hombre no vive diferente a cómo vivía antes, tanto en el hogar como fuera de él, necesita arrepentirse de su arrepentimiento, y su conversión es ficticia. No solo deben cambiar las acciones y el lenguaje, sino también el espíritu y el temperamento. “Pero”, dirá alguien, “muchas veces la gracia es injertada en árboles torcidos”. Sé eso, pero ¿cuál es el fruto del injerto? El fruto será como la planta injertada, no acorde a la naturaleza del tronco original. “Pero”, dice otro, “yo tengo un temperamento horrible, y de repente me supera. Mi enojo se acaba pronto, y me siento muy penitente. Aunque no puedo controlarme, estoy bastante seguro de que soy cristiano”. No vayas tan rápido, amigo mío, o yo podría responder que estoy bastante seguro de lo contrario. ¿De qué sirve que te calmes pronto si en unos pocos momentos quemas todo a tu alrededor? Si alguien me apuñala en un ataque de furia, mi herida no se sanará por verlo llorar por su locura. Debe haber victoria sobre el temperamento precipitado y todo el hombre debe ser renovado, de lo contrario, la conversión será cuestionable. No debemos presentarle una santidad modificada a nuestra gente y decirles: “Todo estará bien si alcanzan este estándar”. La Escritura dice: “El que practica el pecado es del diablo”. Permanecer bajo el poder de cualquier pecado conocido es una señal de que somos esclavos del pecado, pues “sois esclavos de aquel a quien obedecéis”. Vanas son las jactancias de todo aquel que abriga en su seno el amor a cualquier transgresión. Podrá sentir lo que quiera sentir y creer lo que quiera creer, pero aún está en hiel de amargura y prisión de maldad si un pecado específico gobierna su corazón y su vida. La regeneración verdadera