cuando el paciente no quiere. También conviene tener precaución o no utilizarla: (1) con pacientes que no hayan desarrollado la teoría de la mente; (2) que abusen de sustancias y no cuenten con un apoyo psicosocial externo; (3) pacientes que presentan una alta inestabilidad emocional; (4) personas con trastorno mental como esquizofrenia y otras psicosis, si no presentan eutimia y no diferencian entre lo externo y lo interno (fantasía); (5) quienes muestren hipersensibilidad al tacto con la arena o rechazo a esta; (6) personas que necesiten atender primero a un problema o crisis personal que requiere un previo afrontamiento en el mundo real; (7) mujeres y niños víctimas de violencia de género o que se encuentran en una situación de desprotección (deben estar en un entorno de convivencia seguro).
Debemos tener presente que hay pacientes que han podido tener experiencias negativas, adversas e incluso traumáticas con la arena o en un lugar donde existe este elemento natural. Por ello, tenemos que ser cuidadosos porque se puede convertir en un catalizador de recuerdos emocionalmente intensos e incluso traumáticos. Recuerdo a un niño cuyo padre pereció ahogado en un silo de arena en el que trabajaba. Solo pudimos usar la caja cuando creamos un vínculo seguro y pudimos hablarlo. Ninguna técnica sustituye a la empatía. En caso de duda, siempre es mejor optar por otras técnicas. La adecuación de estas a las necesidades de cada cliente es fundamental. No debemos dejarnos arrastrar por la fascinación y el encantamiento que producen la caja y las miniaturas. Como todas las técnicas, tiene sus alcances y limitaciones. Para saber más, consulte el libro La armonía relacional. Aplicaciones de la caja de arena a la traumaterapia (Benito y Gonzalo, 2017).
2.1 Fase de preparación
En psicoterapia, lo primero y más importante de todo es partir de esta premisa: sentimos un profundo respeto por nuestros pacientes. Muchos de ellos han convivido con personas que han traicionado su confianza, menoscabado su seguridad e infligido malos tratos. Por ello, la relación terapéutica debe ser reparadora en este sentido, priorizando el mantenimiento de la «armonía relacional» (Benito y Gonzalo, 2017) con nuestros clientes por encima de las técnicas psicoterapéuticas. El terapeuta pide siempre permiso a los pacientes para cualquier intervención que se proponga hacer.
Para introducir la caja de arena, la misma sala de terapia, bien organizada e iluminada, con su estantería de miniaturas a la vista, es ya, de entrada, una atractiva e implícita invitación a los pacientes a jugar con estas en la arena. Tenemos que ser capaces de ofrecerles una explicación de qué es la caja de arena y en qué puede ayudarlos, adaptando nuestro lenguaje a sus necesidades. Nunca forzamos a los pacientes a hacer nada, ni siquiera de manera sutil, aunque sí podemos animarlos. Damos seguridad a los que se muestran más inhibidos y calma a los que puedan sentirse más ansiosos. Es importante explicitar que no existe juicio alguno y que buscamos justo lo que los pacientes construyan en la arena.
Dicho esto, antes de que los pacientes creen su escena en el interior de la caja, conviene que se familiaricen con los materiales. Que vean y toquen las figuras y jugueteen con la arena3 entre los dedos. Esto produce una experiencia sensorial y cinestésica que los relaja, los emplaza al presente y los dispone favorablemente para que puedan conectar con su interior. Todos estos elementos de tacto y movimiento con la arena son importantes para personas que han sufrido traumas, pues les provee de una sensación de presencia en el «aquí y el ahora» del espacio de la terapia y con el terapeuta a su lado (los pacientes deben sentir que están en una estancia y con una persona seguras).
Tras comunicar a los pacientes las consignas (las recordamos: tienen total libertad de crear lo que deseen en la arena, es necesario guardar silencio y no hay nada que deban saber hacer, no existe la posibilidad de equivocarse), se les anima a que «sus manos hablen» y que permitan que las figuritas «los elijan» a ellos, sin pensar demasiado, «dejándose llevar». Les aclaramos que los profesionales somos facilitadores, no expertos, así como que no existe juicio alguno; es una experiencia completamente diferente a otras que hayan podido vivir; a partir de aquí, comienza la fase de creación de la caja de arena.
2.2 Fase de creación
Durante la fase de creación de la caja, los clientes guardan silencio. Algunos pueden necesitar hablar en voz alta, si lo que verbalizan tiene relación con lo que están representando en la arena. En este caso, puede permitirse la verbalización.
El terapeuta se mantiene completamente presente, atento e involucrado en el proceso, actuando como un facilitador. Si el profesional no dispone en la estantería de determinadas miniaturas que los pacientes pueden precisar para construir su caja, se les ofrece un cestillo con materiales diversos (plastilina, lana, papel, pinturas…) para que construyan lo que necesiten, y se les presta ayuda para fabricarlo.
El terapeuta se coloca a una distancia de los pacientes que les permita gozar de suficiente espacio para que miniaturicen su mundo en la arena con comodidad. Conviene preguntar a los clientes si se sienten cómodos a esa distancia. A las víctimas de malos tratos les da seguridad este tipo de consideraciones, pues se sienten vistos y respetados.
El profesional puede apuntar y tomar notas durante esta fase, pero en las siguientes es mejor dejar el cuaderno y el bolígrafo encima de la mesa y centrarse en los pacientes. Si se necesita, se puede grabar la sesión en vídeo, previa firma de un consentimiento informado por parte de estos4.
2.3 Fase de contemplación
En la fase de contemplación, una vez que las personas han creado la escena, es fundamental dedicar todo el tiempo que estas necesiten para que caminen despacio alrededor de la caja y observen, desde diferentes ángulos, lo que han construido. El terapeuta también mira en silencio y contempla la escena con atención plena. Esta fase es muy importante, porque, si bien la anterior está principalmente gobernada por el hemisferio derecho del cerebro (se produce una «disociación benigna» [Benito y Gonzalo, 2017] de manera natural y sin que el constructor de la escena en la caja realmente lo busque, es el propio cerebro quien lo hace, pues se activa el «pensamiento en imágenes» [Rae, 2013]), en esta segunda etapa contemplativa se produce progresivamente un diálogo entre el hemisferio derecho y el izquierdo a través del cuerpo calloso5. El hemisferio izquierdo, verbal y contador de historias, busca un sentido a lo que el derecho ha construido y es confrontado por este. En este momento, se pueden producir insights6, y algunos pacientes pueden tomar conciencia de que se les revelan aspectos del self disociados que no habían imaginado que emergerían a su conciencia. Si el terapeuta transmite seguridad, el paciente podrá regularse emocionalmente y aceptar de manera progresiva lo revelado en su caja de arena. Es posible, además, que, al contemplar la imagen, algunos clientes conecten con recuerdos traumáticos de su biografía que se activan al visualizar la escena de la caja. Pueden ser pacientes que han sufrido un trauma temprano y crónico de naturaleza compleja, como suele suceder en las víctimas de abuso sexual y/o maltrato, que pueden irse fuera de la «ventana de tolerancia a las emociones»7 por la desregulación emocional que suelen padecer a veces (Ogden y Fisher, 2016). Estas conexiones pueden conllevar una intensa abreacción8 emocional, pues los recuerdos que se activan, vía visual, de naturaleza traumática, son duros y dolorosos. Otras veces, al contrario, la imagen puede propiciar la desconexión y la distancia emocional como defensa. En este momento (y en otros de esta índole que puedan surgir durante la sesión con la caja de arena) es de vital importancia que la confianza y seguridad en la relación terapéutica puedan ayudar a los pacientes a estabilizarse. El terapeuta acompañará adecuadamente a estos y contendrá la expresión de lo que emerja, ofreciéndoles la