Carmen Pilar Lamuela Polo

Gracias por existir


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otra vez con la vida. Pero se veía mayor para andar de un lado para otro por eso había aceptado el trabajo en el periódico de provincias con un sueldo medio-bajo, pero suficiente para vivir.

      Lo único que seguía atándola a su pasado, era la visita dominical a su padre Jóse. Se había convertido en un hábito el visitarlo por espacio de una hora en la residencia de ese pueblo de la comarca de Valdejalón.

      Isabel sabía que Jóse estaba bien cuidado, pero cada vez que iba a la residencia notaba como se le escapaban las energías. Era como si las personas que allí la miraban hicieran de vampiros y absorbieran la vida a los que osaban entrar en sus dominios. La misma sensación le producían los hospitales. Era como si la concentración de tanta pena y dolor ejerciera de imán atrayendo toda la carga positiva que estuviera cerca. Así que cuando salía de esos lugares se sentía descargada emocionalmente y físicamente cansada y tardaba unas horas en volver a tener ilusión por seguir viviendo y ver los colores en las cosas que le rodeaban. Admiraba a las personas que trabajan en esos lugares porque si no tienen vocación es muy difícil de soportar la presión a la que están sometidas además de encontrar cosas positivas a esas circunstancias límite que viven todos los días.

      Jóse notaba esa inadversión de su hija a la residencia y procuraba esperarle en el jardín de la residencia o incluso en los bancos de la plaza si hacia buen tiempo. Le gustaba hablar con ella. Le contaba historias que le habían pasado en su juventud o madurez. A veces repetía relaciones familiares a las que Isabel prestaba poca atención. Jóse decía que no se podía olvidar de donde se venía, que para bien o para mal, había que saber de los antepasados porque había errores que tardaban en solucionarse más de una generación y había que solucionarlos si no seguirían repitiéndose como una especie de reencarnación del problema que resurge por generaciones en algunas familias, por ejemplo, de abuelos jugadores, nietos jugadores o cualquier otro vicio. Hay que romper la tendencia con voluntad y consciencia de la dificultad.

      Últimamente, Jóse, estaba obsesionado con la palabra “caracol”. Le sonaba bien, además le atraía el dibujo de los caracoles que hacen los niños pequeños. Esas líneas que van convergiendo en un punto pero que no se tocan nunca.

      A veces olvidaba que estaba en una residencia de ancianos y pensaba que estaba de vacaciones y que algún día volvería a su casa, a sus campos, a su pueblo y con su gente. De repente, la mirada le cambiaba, se tornaba gris, triste y entonces se daba cuenta que sus amigos-as se habían muerto y que estaba sólo, rodeado de personas a las que no conocía y por las que no sentía aprecio. Entonces cogía un lápiz pequeño y un papel y se ponía a dibujar caracoles, de diferentes tamaños, en diferentes posiciones. A veces, hasta los coloreaba. Dibujaba caracoles hasta que soltaba una carcajada al ver la hoja de papel llena de caracoles de colores, tamaños y posiciones diferentes.

      El domingo era especial porque podía hablar con Isabel por espacio de una hora (nunca se quedaba más). Ese momento se marcaba en su mente y en su corazón, dándole fuerzas durante el resto de la semana. Había veces que hasta se preparaba un guion de lo que iba a contarle a aquella mujer que lo visitaba todos los domingos. El la seguía viendo joven, a veces niña.Otras la confundía en el tiempo con su esposa recién casada y entonces le pedía que le cogiera la mano para notar su piel suave que le devolvía a su juventud. Esos momentos le llevaban a recordar cuando era joven, a las personas que había conocido a lo largo de su vida o las cosas que le habían pasado o le habían contado. Algunas se las relataba a Isabel,otras no le daban tiempo y se las guardaba como en un arcón las mantas para sacarlas cuando tenía frío y estaba solo.Cuando lo pillaban riendo solo,al principio se molestaba, pero luego hacía sonreír al personal que lo atendía y pensaba que no era tan mala cosa.

      Llevaba solo un año en la residencia. Antes vivía solo en el pueblo. Él se hacía todo de casa: la compra, la comida, la limpieza… Gastaba dinero en teléfono, porque siempre que le apetecía llamaba a Isabel al móvil. Le daba igual que estuviera trabajando, él le llamaba para preguntarle si había comido bien, si había dormido y sobre todo cuándo iría a verlo.

      Isabel le había sugerido, en su 97 cumpleaños, que pensara en buscar una residencia para pasar el invierno. Pero él se encontraba bien y no quería abandonar su casa. Decía que su casa le daba seguridad, que se la conocía, que tenía sus propios fantasmas que le acompañaban y cuidaban de él.

      Un día, fue a buscar el pan y al bajar el bordillo de la acera, notó que algo se había roto y cayó al suelo. Le recogieron los vecinos y avisaron a la ambulancia que lo trasladó al hospital “Ernest Lluch” de Calatayud.

      Avisaron a Isabel que acudió al centro a comprobar que Jóse había sufrido una rotura de cadera y que tenía una pequeña brecha en la frente que habían cosido con cuatro puntos de sutura. Nada, para lo que podía haber sido.

      Cuando Isabel le sugirió acudir a la residencia, Jóse había llorado delante de su hija y del otro paciente que estaba en su habitación. Para Isabel, ver llorar a su padre le alteraba el equilibrio corporal y emocional.Siempre lo había percibido como pilar de su vida, fuerte, equilibrado …y ahora lo veía como un niño sin consuelo y lo peor, sin poder decidir sobre sí mismo y su vida.Jóse no sabía cómo explicarlo, y solo podía llorar y notar como su corazón cabalgaba a gran velocidad. Él no tenía la culpa de existir y de que los demás lo hubieran abandonado. Sin amigos y sin conocidos de confianza,sólo le quedaba ella y ahora quería separarse de él y dejarlo sin su apoyo. Isabel notó la crisis que estaba produciéndose en su padre y llamo al médico para que le suministrara un tranquilizante porque temía algo peor.

      - ¿Por qué te pones así? Ya sabías que esta situación iba a producirse tarde o temprano-le intentaba tranquilizar Isabel.

      -Sí, ya, pero no pensaba que iba a ser ahora-contestaba Jóse lloriqueando.

      -Yo no puedo cuidar de ti ¿lo entiendes? -le decía Isabel con toda dulzura de la que era capaz.

      -Ya, ya, pero…es que tengo miedo-sentenció Jóse sin atreverse ni a mirar a su hija.

      Isabel podía comprender el miedo que da, con una edad avanzada cambiar de domicilio. Además de tener que aprender a convivir con gente desconocida, a un ritmo que no es el tuyo sino el de todos. A ritmo de comida y de limpieza.

      -No sé si podré –susurraba Jóse.

      -Claro que sí -le respondía Isabel-vas a vivir una nueva aventura Jóse.

      -Sí, ya…. la última aventura-seguía llorando mansamente mientras miraba a su hija como un niño pequeño al que le niegan un capricho al que cree que tiene derecho.

      Le operaron en el centro hospitalario e Isabel permaneció a su lado el tiempo que su trabajo se lo permitió. Al octavo día, sin poder andar todavía, le trasladaron en ambulancia a la residencia de La Almunia. Una vecina le llevó ropa marcada y le ayudó a hacer el traslado de sus pertenencias –una sola maleta negra de tamaño medio. Toda una vida en una maleta.

      En principio solo estaría el tiempo de convalecencia, pero ya hacía un año de aquello.

      SM-“Sorry”, Madonna

      La noticia a la que acudieron sus ojos le parecía espeluznante, pero, al igual que ocurre con ciertas lecturas, las palabras eligen a los lectores.El titular rezaba: “Las prisiones de China están llenándose de ancianos que cometen delitos menores. En la cárcel comen tres veces al día, no necesitan dinero y están acompañados “.

      Isabel, necesitaba justificar el ingreso de Jóse en la residencia.Tenía que seguir con su vida.Su padre ya había tenido la suya y aunque había sido un gran apoyo,ahora se tenían que cambiar los papeles. Estaba todo correcto. Los primeros días llamaba para tener noticias hasta que, con buen criterio, le sugirieron que alargara las llamadas y el tiempo entre ellas.Además debía marcar un día de visita,porque ello facilitaría la adaptación al nuevo entorno de Jóse. Así lo hizo.

      El verano era un periodo desastroso para los periodistas. Escaseaban las noticias y había que rebuscar entre los famosos y su vida, sus rupturas, problemas y miserias. Imaginarse si esto era a nivel nacional e internacional, a nivel comarcal no había nada. Siempre se podría recurrir a documentales,