Fernando Zamora Águila

Filosofía de la imagen: lenguaje, imagen y representación


Скачать книгу

juego de lenguaje». [Ibíd., p. 348] Con ello, está tendiendo un puente entre Kant y Wittgenstein, apoyándose en Heidegger. La filosofía trascendental de Kant, así como la filosofía del lenguaje de Wittgenstein e incluso la hermenéutica heideggeriana han sido «transformadas». Pero no sólo éstas. También, yendo hacia atrás, se remite Apel al relativismo lingüístico postulado por Humboldt, y lo relaciona con su propuesta. El principal problema que plantea el relativismo es (como acabamos de ver) que cada lengua puede quedar reducida a una especie de “cárcel” dentro de la cual vive el hablante, y de la que no puede salir, a menos que aprenda a hablar otra lengua, en cuyo caso se meterá en otra “cárcel” que lo encerrará igualmente. Pero Apel encuentra que este problema puede ser resuelto cuando se apela a la noción de “juegos de lenguaje”, concepto en el que basa su idea de una transformación de la filosofía trascendental en una filosofía del lenguaje:

      Mientras es posible concebir los sistemas lingüísticos […] como condiciones inconmensurables (espacios, perspectivas) de las formaciones conceptuales posibles, eso no es procedente […] en los juegos de lenguaje. […] Así, es razonable esperar una comprensión lingüística del sentido entre personas pertenecientes a distintas comunidades de lenguaje, en el nivel de una competencia comunicativa (que no depende sólo de las preformaciones lingüísticas específicas, sino —como muestra la traducción— también de los universales pragmáticos). [Ibíd., pp. 351-352]

      Los juegos de lenguaje son el suelo común en el cual se desenvuelven los hablantes, y gracias al cual es posible que se transite, no sólo de una individualidad a otra, sino de una lengua a otra (esto es, de una Weltanschauung a otra). Es posible, pues, esperar una comunicación efectiva entre las personas, así como la construcción de consensos dentro de las comunidades o entre distintas comunidades. Pero el punto de unión no se da en una “interioridad” o “privacidad” solipsista, sino en la operación efectiva de los «juegos de lenguaje». Este es el fundamento de la «transformación lingüísticamente orientada de la filosofía trascendental». [Ibíd., p. 353] Y la aplicación del concepto de “juegos de lenguaje” en un sentido hermenéutico consolida no sólo la «transformación», sino la «reconstrucción» de la filosofía trascendental: «En lugar de la “conciencia sin más” supuesta por la metafísica kantiana […] aparece el principio regulativo de la formación crítica de consensos en una comunidad de comunicación ideal establecida en una comunidad de comunicación real». [Ibíd., pp. 354-355]

      § 9. La ontologización de la palabra en Heidegger

      El recorrido hecho hasta el momento permite extraer ya una conclusión: dentro de las concepciones logocéntricas, la palabra no es un simple instrumento, medio o vehículo del pensamiento, de la comunicación o del conocimiento, sino que, más bien, establece lo que es pensable, comunicable o cognoscible. El racionalismo lingüístico parte de un postulado absolutizante y excluyente: la humanidad que hay en cada uno de nosotros está configurada lingüísticamente; estamos hechos de lenguaje articulado. Por ello nuestro mundo no puede ser ni pre ni post-lingüístico. En el caso del relativismo lingüístico (sobre todo el radical-solipsista, pero también el moderado-antropologista), pensamos, comunicamos y conocemos dentro de una lengua determinada, por lo cual trasladar los resultados de estas actividades a otras lenguas implica traducirlos o interpretarlos, con los peligros y limitaciones consiguientes a tal extrapolación. Para el trascendentalismo lingüístico, por último, el discurso es la condición de posibilidad del conocimiento (por tanto, del pensamiento y de la comunicación): se puede conocer sólo aquello que se puede pensar, se puede pensar sólo aquello que se puede enunciar discursivamente. Común a los tres enfoques es esa idea de que la palabra nos antecede, de que ella habla por nuestra boca y nosotros no la utilizamos a ella, sino que ella nos utiliza: el lenguaje discursivo no es un vehículo, sino que nosotros somos el vehículo de éste.

      La esencia de las artes es, pues, la poesía, y la esencia de ésta es el lenguaje articulado que, a su vez, con su poder de nombrar y de delimitar, establece lo pensable y lo cognoscible. He aquí en germen la faceta del pensamiento heideggeriano que puede ser caracterizada como “idealismo lingüístico”, y que tanto peso tendrá en Gadamer y, de modo atenuado, en Ricoeur. A continuación examinaré la formulación de estas mismas ideas en otros dos momentos de Heidegger.

      La «esencia humana» consiste en la lingüisticidad, y ésta a su vez es lo que conecta al ser humano con el ser: la que distingue el «modo de “ser” humano». Estamos, pues, hechos de lenguaje discursivo: por ejemplo, el lenguaje del filósofo. Eso nos distingue. Al mismo tiempo, esta comunicación con el ser convierte al poseedor del lenguaje en un «guardián» o «cuidador» del ser: «A esto apunta Sein und Zeit cuando es experimentada la exis­tencia ec-stática como “cuidado”». [Ibíd., p.