Fernando Zamora Águila

Filosofía de la imagen: lenguaje, imagen y representación


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href="#ulink_65a307aa-fa19-589d-97fa-726d642f872b">[50] Véase § 78.

      Capítulo 2

      Lenguaje, conocimiento y pensamiento

      ¡Puede incluso que no exista lo que concebimos como Lenguaje

      (con L mayúscula)! La exposición de que “el pensamiento es una cuestión

      de LENGUAJE” es una generalización incorrecta de la idea, más correctamente

      expresada, de que «el pensamiento es una cuestión de lenguas diversas».

      En vez de indicar algo que sea común a todo lo que llamamos lenguaje,

      digo que no hay nada en absoluto común a estos fenómenos por lo cual

      empleamos la misma palabra para todos —sino que están emparentados entre

      sí de muchas maneras diferentes. Y a causa de este parentesco, o de estos

      parentescos, los llamamos a todos “lenguaje”.

      Las relaciones entre lenguaje y realidad han sido uno de los problemas filosóficos de más difícil tratamiento. Ello se debe a que nuestra vía de acceso a su solución es el lenguaje mismo: para determinar cómo las palabras se relacionan con las cosas tenemos que valernos de las palabras mismas. Si fuera posible valerse de un metalenguaje netamente diferenciado del lenguaje con el cual nos referimos al mundo, seguramente no se nos presentarían muchas de las interrogantes que nos asedian.

      Una de las más viejas discusiones filosóficas se refiere a la capacidad o incapacidad de un concepto para comprender las características de aquello a lo que se refiere. Éste era uno de los principales temas de discusión para Platón, y en casi todos sus diálogos vemos que, por boca de Sócrates, insta a sus interlocutores a definir, delimitar, caracterizar o conceptualizar las cosas. Prácticamente en todas estas ocasiones, Sócrates lucha contra la tendencia espontánea de los demás a ejemplificar, enumerar cualidades, comparar o mostrar. Él pide una generalización y siempre se le responde con series de casos particulares; quiere abstraer y se le responde con hechos concretos.

      Paul Feyerabend explica este surgimiento de los conceptos abstractos en Grecia como un empobrecimiento de la representación. Contrasta el procedimiento de Sócrates con el de los sofistas, que no buscaban decir qué son las cosas en general, sino más bien cómo son, o qué variaciones presentan. Sabemos que las dos son maneras de pensar las cosas, pero se distinguen por su grado de abstracción o de concreción. Feyerabend, por su parte, afirma que las respuestas a las que Platón combate y quiere eliminar no provienen de la filosofía, sino de la épica, donde la virtud, el saber, la belleza, etc. son ilustrados, no definidos:

      Se tiene, pues, una lucha entre la representación rica en detalles y la representación sin detalles basada en esquematizaciones. Igualmente es de notarse, dice Feyerabend, que para los sofistas la imposibilidad de formar conceptos generales está directamente conectada con la imposibilidad de decir en palabras, y exhaustivamente, las cualidades de cualquier cosa o acción. Por ello es que se recurre a ejemplos, y no a definiciones. Pero el Sócrates platónico no quiere ilustraciones, sino abstracciones fijas. El surgimiento de los conceptos filosóficos en Grecia significó, pues, el descrédito y la desaparición como medio de conocimiento de las narraciones vivaces y de las descripciones detalladas sobre dioses, hombres y hechos cosmológicos. En su lugar se implantaron definiciones y descripciones de dioses carentes de forma y movimiento que controlan todo desde un sólo lugar: dioses sin cualidades concretas, inhumanos, monstruosos, y concebidos por un intelectual que ve el mundo desde su escritorio. [Ibíd., pp. 50-52]

      He aquí una crítica a las intenciones de crear un sistema para escribir o expresar “exactamente” los conceptos. A fin de cuentas, el uso determina si un término ha sido correctamente aplicado o no, con independencia de su definición.

      Trasladémonos a un terreno teórico muy distinto, el de la teoría de la forma (Gestaltheorie). Rudolf Arnheim realiza una crítica de la noción tradicional de concepto, que es muy similar a las de Feyerabend y Wittgenstein. Para él, ese enfoque tradicional entiende la formación del concepto como un proceso basado en datos sensoriales pero alejado de ellos y como una suma generalizadora de propiedades comunes:

      Arnheim está señalando que la generalización como primer paso hacia el conocimiento no es un instrumento confiable, debido a que la agrupación de rasgos comunes es muy relativa o incluso arbitraria. Para él, la generalización y la inducción presuponen la abstracción, y no al revés. Es decir, que la generalización no es el primer paso, sino que sigue al acto abstractivo. Agrupar rasgos comunes no es el modo de llegar a la abstracción, sino que más bien la abstracción es el modo de llegar a las clasificaciones:

      Antes de generalizar, uno debe seleccionar las características que servirán para determinar qué cosas serán agrupadas bajo determinada categoría. Es decir: la generalización presupone la abstracción. […] Esta selección requiere un criterio, o sea, la abstracción previa de ciertas propiedades que deben estar presentes en los individuos a elegir. [Ibíd., pp. 161-165. Cursivas de F.Z.]