Ya vimos al inicio del Capítulo 1 los nexos tan estrechos que se ha establecido tradicionalmente entre palabra y razón. El estudio de las patologías que afectan el lenguaje ha atraído siempre a filósofos y lingüistas. Por ejemplo, John Locke, en una época en que las anormalidades no eran objeto de ningún tipo de atención seria, considera a quienes no son capaces de abstraer con corrección simplemente como enfermos mentales:
...quienes perciben con dificultad, o retengan mal las ideas que llegan a su mente. […] Quienes no puedan distinguir, comparar y abstraer, apenar podrán entender y hacer uso del lenguaje, o juzgar o razonar [...] y sólo acerca de cosas que tengan presentes y que sean muy familiares a sus sentidos. [...] Los locos juntan ideas que no deben unirse, de tal suerte que formulan proposiciones equivocadas […] los idiotas apenas formulan proposiciones y casi no razonan.[57]
Según Locke, un surrealista sería un loco...[58]
Más atrás (en § 3) hice una referencia a cómo para Cassirer el uso de la palabra en la formación de conceptos es un criterio de salud mental. Considera que en las patologías que él describe (apraxia, agnosia, afasia) se ha dañado la capacidad de simbolización (especialmente de la basada en el lenguaje discursivo), y por tanto de representación. Considera a esa falta de simbolización y representación demasiado «cercana a la vida».[59]
Estos estudios coinciden en señalar que los enfermos mentales o las personas con un bajo nivel intelectual son quienes tienen el más rudimentario manejo del lenguaje. Tal ha sido la concepción predominante durante siglos (o milenios) entre filósofos, lógicos, gramáticos y psicólogos, según la cual la manera “correcta” de razonar es criterio de salud mental, de inteligencia o de razón. Mas no todo es tan fácil de explicar en este terreno. Así sería si no se hubiesen levantado tantas críticas a la idea de que quien no sabe categorizar, abstraer o definir es un enfermo mental, un tonto, un salvaje o un niño...
Si aceptamos las críticas de Wittgenstein y Feyerabend a la exigencia de hacer sólo “definiciones exactas”, no podemos aceptar sin más que quien demuestra incapacidad verbal para formar estas definiciones es necesariamente un baldado intelectual. ¿No se debe ese tipo de valoraciones a que se ubica el pensamiento únicamente en el reino de lo abstracto, de lo discursivo y lo no sensorial? ¿No se puede “pensar” también sin lenguaje discursivo? Ésta es precisamente la postura de Arnheim, y a ella me adhiero. Se acaba de ver cómo para él la abstracción no implica desconexión de la experiencia directa, de la percepción, sino que es un lazo de unión entre percepción y pensamiento. Es más, la abstracción es un componente de la percepción misma. Si hay enfermos incapaces de desligarse de la situación presente concreta y real, incapaces de nombrar con palabras principios generales de ciertas situaciones, o de hacer clasificaciones “lógicas” subsuntivas, ello no significa que son incapaces de abstraer. Hay un hecho que ninguna teoría puede negar: estos enfermos pueden resolver problemas y fabricar objetos; abstraen y son creativos.[60] Pero se ha erigido lo “lógico” como criterio de “inteligencia” y como un parámetro para demostrar concluyentemente la superioridad de los adultos frente a niños y de los civilizados frente a los “primitivos”: «Si se afirma que los naturales, los niños y las personas incultas tienen problemas con los “símbolos”, es necesario cuestionar qué se quiere decir con ello. ¿Son incapaces de pensar abstractamente? ¿O bien son incapaces o reacios a efectuar operaciones mentales desligadas de tareas concretas?» [Ibíd., pp. 202-204]
Ciertamente, los niños, los primitivos, los enfermos mentales y los incultos tienen dificultades para manejar el lenguaje a la manera en que lo maneja un adulto civilizado sano y culto. Pero también es cierto que casi siempre pueden utilizar con enorme riqueza y creatividad otras formas de lenguaje: imágenes, sonidos, gestos; y que para ellos los silencios tienen un enorme significado y un gran valor. ¿Cómo debemos interpretar esto? Desde luego, con base en postulados no logocéntricos.
§ 12. La tricotomía materia-forma-contenido
Una filosofía de la imagen necesita tomar en cuenta las maneras en que el pensamiento ha sido pensado, y cómo han sido entendidas sus relaciones con la palabra (escrita, hablada o pensada). En su momento,[61] habrá que estudiar también las relaciones entre pensamiento, conocimiento e imagen. Por ahora, además de la relevancia epistemológica de esta temática, tenemos ya su relevancia ontológica. Pues en las reflexiones filosóficas sobre la imagen hay que abordar preguntas como: ¿Qué es “ser una imagen de...”? ¿“Ser una imagen de…” es presentar una forma que represente un contenido? ¿Puede haber formas sin contenido? ¿Puede haber imágenes que no sean formas, que sean informes? ¿Las Formas platónicas son imágenes? ¿Si lo son, tienen un carácter visual o no?
El problema de los nexos entre lenguaje y pensamiento hace aflorar una cuestión crucial: la dicotomía entre materia y forma, por un lado, y contenido, por otro. O tal vez sea mejor hablar de una tricotomía, que se presta muy bien para ser representada por un triángulo:
Cuando se dice que el lenguaje (verbal, visual, gestual, etc.) es un medio para comunicar, representar y organizar el pensamiento, se está planteando una separación dicotómica entre lo primero y lo segundo. Es decir, las palabras, las imágenes o los gestos son entendidos como una materia organizada de cierta forma, que sirve para transmitir determinados contenidos independientes de ella. Esa “materia” es en principio sonora, pero puede adquirir otras modalidades: visual (en la escritura, en el alfabeto manual de los mudos, en las señales con banderas) o táctil (en el caso de la escritura Braille). En cuanto al “contenido”, consiste en los pensamientos, las ideas, las intenciones o las emociones (por mencionar las nociones más comunes) que requieren un vehículo físico para ser emitidos y recibidos. De no existir estos medios, no habría comunicación o información. Así, se supone que, por un lado, está disponible una materia/forma y, por otro, un contenido, como realidades separadas que existen independientemente entre sí. Realidades que en el acto de la comunicación se relacionan, pero que podrían permanecer ajenas, pues preexisten a esa relación.
Me propongo demostrar que dicha separación en dos o en tres realidades ajenas es más bien una distinción intelectual, útil para fines analíticos o teóricos, pero que en realidad es más fácil o más “natural” concebir una especie de continuidad entre materia, forma y contenido. En otros términos, busco contribuir a que no se vea este triángulo como una tricotomía, sino como un todo orgánico, en donde cada vértice es necesario para la existencia de los otros dos.
En la historia del pensamiento occidental, quizá los dos más grandes momentos en que se estableció la separación entre la materia y las ideas fueron la filosofía platónica y la filosofía cartesiana. Con Platón se formuló la concepción del cuerpo como mera materia sujeta al devenir, en cuyo “interior” yace el alma. Ésta, a su vez, no está sujeta al devenir, aunque su “encierro” en el cuerpo le impide encontrarse (o reencontrarse) con las Ideas eternas. Para que el alma recupere su verdadero estatus, deberá desprenderse del cuerpo (de las necesidades materiales y de las formas físicas) para acceder a las Ideas o Formas eternas. Este camino es en realidad una ascesis, que implica renunciar a lo sensible y a las apariencias para acceder a las esencias. Se trata de una ruptura radical con la materia y la forma a fin de liberar al alma de éstas y habilitarla para su elevación.
Cuando el pensamiento de Platón fue asimilado dentro del mundo cristiano se planteó una problemática muy compleja: ¿había que renunciar por completo a la vertiente física para llegar a Dios? En el terreno de las imágenes se separaron con nitidez dos posturas: a favor de la representación visual de contenidos teológicos (iconofilia, iconodulia) o abiertamente en contra (iconoclastia).[62]
René Descartes postuló la misma separación entre lo material y lo espiritual, pero ahora formulada en términos ya no idealistas, sino racionalistas. Cuando este filósofo afirmó de manera contundente en la Sexta de sus Meditaciones metafísicas: «soy una cosa que piensa» y «estoy compuesto de cuerpo y alma», abrió un ancho camino al dualismo, no sólo en la explicación