también el lenguaje, sino que el lenguaje es la casa del ser, habitando en la cual el hombre ek-siste, en cuanto, al resguardarla, pertenece a la verdad del ser». [Ibíd., p. 87] Se refiere a la antigua expresión que define al ser humano como zoón lógon éjon (animal o ser vivo dotado de lenguaje), y que pone en un mismo plano la “animalidad” del humano y su capacidad lingüística, de modo que la diferencia entre él y los «demás animales» se reduce a una capacidad específica que éstos no poseen. Para Heidegger, en cambio, la humanidad radica en su conexión con el ser por el lenguaje verbal, el cual es mucho más que un puente hacia el ser: «el lenguaje [es] a la vez la casa del ser y la morada del ser humano». [Ibíd., p. 117] ¿Es esto “humanismo”?, se pregunta Heidegger, y responde: «De seguro que no, en cuanto el humanismo piensa metafísicamente» [Ibíd., p. 82] esto es, en tanto desconoce nuestra relación con el ser como seres lingüísticos. Ello significa que Heidegger sí se reconoce como un humanista, y sí reconoce al lenguaje discursivo como la característica específica de lo humano, pero su humanismo va más allá del tradicional debido a que lo radicaliza. Se apoya en uno de los postulados del humanismo clásico y del humanismo clasicista del Renacimiento (así como del racionalismo lingüístico, que es una consecuencia de ambos): somos seres lingüísticos, nuestro mundo está constituido lingüísticamente. Y de ahí parte para avanzar a una posición ontológica extrema: el ser mismo se manifiesta lingüísticamente, el ser mismo no sólo es quien piensa por nuestro conducto, sino que es quien “habla” por nuestra boca:
El pensar es —para hablar sin rodeos— el pensar del ser.
El lenguaje es así el lenguaje del ser, como las nubes son las nubes del cielo. [Ibíd., pp. 67 y 121]
Quien habla no somos nosotros, sino el ser; el lenguaje que hablamos no es el nuestro, sino el suyo. Esta idealización del lenguaje verbal alcanza su máximo en la serie de conferencias publicadas como En camino hacia el lenguaje. En la primera de ellas, Heidegger parece retomar una vieja idea: el humano se distingue de los demás seres vivientes en que posee lenguaje: «El humano habla. Nosotros hablamos despiertos o dormidos. Hablamos incluso cuando no emitimos palabra alguna. [...] El humano se distingue de la plantas y de los animales en que es un ser viviente capacitado para el lenguaje».[42] Pero de inmediato va más allá: esa capacidad distintiva no es para Heidegger una mera facultad diferenciadora entre un ser viviente y los demás.
El lenguaje no es esencialmente ni una expresión ni una acción del humano. El lenguaje habla.
El lenguaje habla. ¿El lenguaje, y no el humano? [Ibíd., pp. 19 y 20]
Rechaza no sólo la concepción del lenguaje como manifestación “externa” de una “interioridad”, sino también las concepciones pragmatista (el lenguaje como una actividad humana, como una acción), y cognoscitivista (el lenguaje como una representación tanto de lo real como de lo irreal) del mismo. Un poema de Stefan George que alude a la presencia muda de las cosas le permite responder parcialmente a la pregunta que ha planteado: «El lenguaje habla con el sonido del silencio».[43]
Las conferencias reunidas como «La esencia del lenguaje» se centran en una cuestión: cómo tener una experiencia con el lenguaje. Pese a que vivimos en la casa construida por éste —dice Heidegger—, no es fácil determinar cuál es nuestra experiencia con él, que es más bien oscura y no verbalizable.[44] Pero, ¿qué es tener una experiencia?
Nos falta por conocer los caminos que nos lleven a la posibilidad de tener una experiencia con el lenguaje. Desde hace mucho tiempo hay caminos así. [...] Uno de estos casos es el caso del poeta.
Experimentar algo es: en el caminar, sobre el camino lograr algo. [Ibíd., pp. 161-162 y 178]
La palabra poética, el arte verbal, es una forma privilegiada de acceder a la mo-rada del ser: al lenguaje verbal. Esto nos lo ha dicho Heidegger una y otra vez, y no cesa de repetirlo. Apoyándose de nuevo en Stefan George, quien en su poema La palabra afirma: «No habría cosas donde faltaran palabras», el filósofo se toma la licencia de alterar la frase, para subrayar su intención: «No hay cosas donde faltan palabras, i. e. nombres. La palabra da el ser a la cosa», rematando así: «Aquí vale la afirmación: El lenguaje es la casa del ser». [Ibíd., pp. 164 y 166] Tener una experiencia con el lenguaje, podemos concluir de acuerdo con Heidegger, es, entonces, algo como lo que sucede cuando se emite la palabra poética: dar, por medio del lenguaje discursivo, el ser a las cosas nombradas.
La auténtica experiencia con el lenguaje se da tanto en el pensar como en el poetizar, y éstos nos acercan a la esencia del lenguaje. Pero, ¿hay una esencia del lenguaje (una Wesen der Sprache)? Sí, mientras seamos capaces de experimentarla como un «lenguaje de la esencia» (Sprache des Wesens), un lenguaje del ser. Entonces estaremos en el camino del pensar y del poetizar: experimentaremos el lenguaje al ejercerlo como tal, como apertura. [Ibíd., p. 176]
Y sin embargo... «Sigue siendo oscuro cómo podemos pensar la esencia, sigue siendo completamente oscuro en qué medida la esencia habla, y lo más oscuro de todo es qué significa hablar. [...] Si esclareciéramos esto [...] llegaríamos a lo que nos permite tener una experiencia con el lenguaje...» [Ibíd., pp. 201 y 202] Heidegger atisba territorios en donde la experiencia se vuelve confusa, en donde ni siquiera la palabra poética puede alcanzar para decir lo que se experimenta. De la conferencia «El camino hacia el lenguaje» puedo reseñar ahora muy poco, casi nada. En ella —como también en la anterior— se abre una puerta hacia el abandono del logocentrismo:
Lo esencial del lenguaje es el decir como mostrar.
El decir es un mostrar.
El lenguaje, que cuando habla dice, cuida que nuestro hablar escuche lo no dicho y corresponda a lo dicho. Así es también el guardar silencio.[45]
Palabras que nos remiten, inevitablemente, al Tractatus de Wittgenstein. Al tratar más adelante estas cuestiones[46] veremos cómo el Heidegger II y el Wittgenstein I se encuentran.
§ 10. El logocentrismo hermenéutico de Gadamer
En Gadamer las posturas logocéntricas no tienen los complejos matices que sí tienen en Heidegger. Por el contrario, su reificación del lenguaje verbal está perfectamente delineada. Casi podría decirse que por momentos este filósofo se desempeña como un auténtico militante a favor de la causa humanista tradicional. Por ejemplo, cuando en su artículo «Hombre y lenguaje» resuenan con gran convicción las palabras de Isócrates citadas al iniciar este capítulo:
Sólo los seres humanos poseen [...] logos que los capacita para informarse mutuamente sobre lo que es útil y lo que es dañino, y también lo que es justo y lo que es injusto [...] nota característica del hombre [es la] superioridad sobre lo actual, un sentido del futuro. [...] Y todo ello, porque el hombre es el único poseedor del logos. [...] Puede hablar, es decir, hacer patente lo no actual mediante su lenguaje, de forma que también otro lo pueda ver. Puede [...] tener conceptos comunes sobre todos aquellos conceptos que posibilitan la convivencia de los hombres sin asesinatos ni homicidios. [...] Todo esto va implícito en el simple enunciado de que el hombre es el ser vivo dotado de lenguaje.[47]
Aquí Gadamer se apoya explícitamente en el Aristóteles de la Política, pero es innegable la presencia del viejo Isócrates en su defensa del logos: «logos no significa sólo pensamiento y lenguaje, sino también concepto y ley». [Ibíd., p. 147] El lenguaje de la palabra es, pues, como la cara externa de la razón: nuestro racionalismo es lingüístico, y no puede ser de otro tipo.
Sin embargo, procura no limitarse a estas afirmaciones humanistas y racionalizantes. Siguiendo a Heidegger, entiende a las palabras como el hábitat del ser humano, y no como una herramienta de su razón:
El lenguaje no es un medio más que la conciencia utiliza para comunicarse con el mundo. [...] Aprender a hablar no significa utilizar un instrumento ya existente [...] significa la adquisición de la familiaridad y conocimiento del mundo mismo tal como nos sale al encuentro. [Ibíd., pp. 147-148] Todo lo humano debemos hacerlo pasar por el lenguaje. [Ibíd., p. 152]
En Verdad