Miguel de Cervantes Saavedra

Novelas ejemplares


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lleva las almas todas

      De cuantos miran y admiran

      Su devoción y su pompa.

      Y para mostrar que es parte

      Del cielo en la tierra toda,

      A un lado lleva el sol de Austria,

      Al otro, la tierna aurora.

      A sus espaldas la sigue

      Un lucero que a deshora

      Salió, la noche del día

      Que el cielo y la tierra lloran.

      Y si en el cielo hay estrellas

      Que lucientes carros forman,

      En otros carros su cielo

      Vivas estrellas adornan.

      Aquí el anciano Saturno

      La barba pule y remoza,

      Y aunque tardo, va ligero;

      Que el placer cura la gota.

      El dios parlero va en lenguas

      Lisonjeras y amorosas,

      Y Cupido en cifras varias,

      Que rubíes y perlas bordan.

      Allí va el furioso Marte

      En la persona curiosa

      De más de un gallardo joven

      Que de su sombra se asombra.

      Junto a la casa del sol

      Va Júpiter; que no hay cosa

      Difícil a la privanza

      Fundada en prudentes obras.

      Va la luna en las mejillas

      De una y otra humana diosa,

      Venus casta, en la belleza

      De las que este cielo forman.

      Pequeñuelos Ganimedes

      Cruzan, van, vuelven y tornan

      Por el cinto tachonado

      Desta esfera milagrosa.

      Y para que todo admire

      Y todo asombre, no hay cosa

      Que de liberal no pase

      Hasta el extremo de pródiga.

      Milán con sus ricas telas

      Allí va en vista curiosa;

      las Indias con sus diamantes,

      Y Arabia con sus aromas.

      Con los mal intencionados

      Va la envidia mordedora,

      Y la bondad en los pechos

      De la lealtad española.

      La alegría universal

      Huyendo de la congoja,

      Calles y plazas discurre,

      Descompuesta y casi loca.

      A mil mudas bendiciones

      Abre el silencio la boca,

      Y repiten los muchachos

      Lo que los hombres entonan.

      Cuál dice: «Fecunda vid,

      Crece, sube, abraza y toca

      El olmo felice tuyo,

      Que mil siglos te haga sombra.

      Para gloria de ti misma,

      Para bien de España y honra,

      Para arrimo de la Iglesia,

      Para asombro de Mahoma».

      Otra lengua clama y dice:

      «Vivas, ¡oh blanca paloma!,

      Que nos has dado por crías

      Águilas de dos coronas.

      Para ahuyentar de los aires

      Las de rapiña furiosas,

      Para cubrir con sus alas,

      A las virtudes medrosas».

      Otra más discreta y grave

      Más aguda y más curiosa

      Dice, vertiendo alegría

      Por los ojos y la boca:

      «Esta perla que nos diste,

      Nácar de Austria, única y sola,

      ¡Qué de máquinas que rompe!

      ¡Qué de designios que corta!

      ¡Qué de esperanzas que infunde!

      ¡Qué de deseos malogra!

      ¡Qué de temores aumenta!

      ¡Qué de preñados aborta!».

      En esto, se llegó al templo

      Del Fénix santo que en Roma

      Fue abrasado, y quedó vivo

      En la fama y en la gloria.

      A la imagen de la vida,

      A la del cielo Señora,

      A la que por ser humilde,

      Las estrellas pisan ahora,

      A la Madre y Virgen junto,

      A la hija y a la esposa

      De Dios, hincada de hinojos,

      Margarita así razona:

      «Lo que me has dado te doy,

      Mano siempre dadivosa;

      Que a do falta el favor tuyo,

      Siempre la miseria sobra.

      Las primicias de mis frutos

      Te ofrezco, Virgen hermosa:

      Tales cuales son las mira,

      Recibe, ampara y mejora.

      A su padre te encomiendo;

      Que humano Atlante se encorva

      Al peso de tantos reinos

      Y de climas tan remotas.

      Sé que el corazón del rey

      En las manos de Dios mora,

      Y sé que puede con Dios

      Cuanto pidieres piadosa».

      Acabada esta oración,

      Otra semejante entonan

      Himnos y voces que muestran

      Que está en el suelo su gloria.

      Acabados los oficios,

      Con reales ceremonias,

      Volvió a su punto este cielo

      Y esfera maravillosa.

      Apenas acabó Preciosa su romance, cuando del ilustre auditorio y grave senado que la oía, de muchas se formó una voz sola que dijo:

      —Torna a cantar, Preciosa, que no faltarán cuartos como tierra.

      Más de doscientas personas estaban mirando el baile y escuchando el canto de las gitanas, y en la mayor fuga dél acertó a pasar por allí uno de los tenientes de la villa; y viendo tanta gente junta, preguntó qué era: y fuele respondido que estaban escuchando a la gitanilla hermosa que cantaba.

      Llegose el teniente, que era curioso, y escuchó un rato,