en la unidad de operaciones especiales del Ejército británico. Fue lanzada en paracaídas sobre Francia en misiones de alto riego. Finalmente, fue capturada y fusilada.
La historia de Szabo es la de miles de combatientes anónimos que se jugaron la vida en territorio enemigo, sea para proporcionar información de los movimientos de tropas, para participar en acciones de sabotaje o para encubrir a quienes resistían frente a la barbarie. Eran personas corrientes y normales que actuaron por pura decencia y sin esperar ninguna recompensa.
Hay muchos motivos para ser espía, pero probablemente el más elemental es la adhesión a una causa. Es imposible no sentir admiración o empatía por figuras como Szabo o Monzón, que llevaron su compromiso con una causa hasta el límite.
Estamos demasiado acostumbrados a un estereotipo negativo de los espías, a los que generalmente identificamos con la traición, para darnos cuenta del valor que había que tener para hacer ese trabajo. Aquí queda el retrato de algunos de estos personajes que, sin querer cambiar la historia, hicieron algo que dio sentido a su vida y ayudaron a crear un mundo mejor.
En sentido contrario, hay también casos como el de William Joyce, un dirigente que abandonó Inglaterra para convertirse en altavoz de los nazis. Fue ejecutado al final de la guerra sin que nadie sintiera piedad por él. Todavía sigue siendo en la memoria colectiva de los británicos el prototipo de traidor. Ciertamente, Joyce causa repugnancia, pero tuvo la dignidad de reconocer lo que había hecho sin pedir ningún tipo de clemencia. Esto también los ilustra sobre el alma del espía.
Espiar es uno de los trabajos más peligrosos y solitarios porque, además de jugarse la vida en un medio hostil, cada agente está obligado a parecer lo que no es y a tomar decisiones sin contar con la ayuda de nadie. Hay que tener una personalidad muy fuerte para ejercer este oficio.
En un ensayo sobre Anthony Blunt, asesor de la reina y espía comunista, George Steiner expresa su perplejidad por el hecho de que aristócratas e intelectuales británicos, las élites de Cambridge o Harvard, decidieran alistarse como espías al servicio de Stalin. Hoy es difícil de comprender esa elección de una causa que negaba la libertad y justificaba una represión salvaje. Pero en el mundo de los años treinta las cosas estaban mucho menos claras y personas como Philby renegaban de una sociedad decadente e hipócrita y creían que el comunismo representaba la salvación de la humanidad.
También hemos incluido en este apartado la biografía de Isser Harel, el primer jefe del Mosad, el hombre que pilotó la captura de Adolf Eichmann, el oficial de las SS, ejecutado en Israel por su responsabilidad en el Holocausto. Por su interés, este capítulo del libro recoge cómo se produjo la localización, detención y traslado a Jerusalén de Eichmann, efectuada por el Mosad.
Para concluir, digamos que en todo espía hay ciertamente un espejismo, una apuesta en el sentido pascaliano. Uno se lo juega todo a una carta por muy improbable que sea la obtención de un premio. O, mejor dicho, el premio es la propia apuesta. Este libro no aspira a desvelar los secretos del alma de los espías, pero sí a contar quiénes fueron y qué hicieron. El trabajo ha sido arduo, pero creo que ha merecido la pena. Queda en manos de la benevolencia del lector.
Mata Hari
Fue fusilada en 1917 por espiar para los alemanes, pero todo indica que fue víctima de un montaje. Se hacía pasar por una princesa malaya. Aceptó ser reclutada porque estaba arruinada tras haberse convertido en un sex symbol en los cabarets de París.
El mito de la agente H21
Margaretha Zelle, más conocida por Mata Hari, fue fusilada en Vincennes el 15 de octubre de 1917 por alta traición, en el mismo lugar donde un siglo antes Napoleón había ordenado asesinar al duque de Enghien. Todo lo que rodea a esta mujer es un mito en el que es imposible separar la leyenda de la realidad.
Mata Hari había sido condenada a muerte tras un juicio en el que se le acusaba de haber sido responsable de la muerte de miles de soldados franceses como espía al servicio de los alemanes durante la Primera Guerra Mundial. Pero todo indica que las pruebas eran manipuladas y que su condena fue motivada por la conveniencia de buscar un chivo expiatorio para apaciguar a la opinión pública.
La inteligencia francesa había encontrado un mensaje comprometedor a la agente H21, nombre operativo de Mata Hari, con una clave fácilmente descifrable a la que acompañaba el recibo de una transferencia de 5000 dólares a una cuenta suya en un banco francés. Esa prueba fue determinante en el juicio, pero hoy existen sólidos indicios de que era una trampa para entregar a la espía a los franceses.
En un peligroso doble juego, Mata Hari también había sido reclutada por el capitán Georges Ladoux, al que informaba de los movimientos de las tropas alemanas y de la estrategia del alto mando. Ladoux siempre desconfió de sus informes y vigiló sus actividades. En el otro lado, los prusianos dudaron desde el comienzo de su lealtad.
Mata Hari había nacido en 1876 en Holanda en el seno de una familia de clase media. Su padre era sombrerero. Contrajo matrimonio muy joven con un militar que le llevaba veinte años. Fue un enlace desgraciado, que se rompió definitivamente cuando la servidumbre envenenó a uno de sus hijos en un misterioso episodio, tal vez por venganza o celos de su esposo.
Tras romper con su marido, Margaretha Zelle se instaló en París en 1904 y, poco más tarde, se convirtió en Mata Hari, haciéndose pasar gracias a sus rasgos por una princesa malaya. Mata Hari significa en ese idioma «ojo del día». En esa época empezó a bailar semidesnuda en cabarets con un éxito impresionante. Los hombres se volvían locos por ella y llenaban cada noche su espectáculo para ver las danzas sagradas que ella decía haber aprendido en Java.
Pero cuando comenzó la guerra en 1914 Mata Hari había envejecido y su atractivo había disminuido. En pleno declive y con deudas que no podía saldar, recibió la oferta de espiar para los servicios secretos alemanes a cambio de dinero. Ella aceptó sin titubear y se convirtió en la agente H21.
Durante el conflicto informaba a Eugen Kramer, jefe de la contrainteligencia alemana, al que pasaba cotilleos y datos de escaso valor. Simultáneamente trabajaba para Ladoux, al que intentaba contentar con material de segunda mano.
En 1917, fue detenida en el hotel Elysée Palace por espiar para Alemania. Pidió unos minutos para cambiarse y se presentó totalmente desnuda ante sus captores con un casco militar lleno de bombones. La treta no resultó. Fue fusilada unos meses después por un pelotón de doce soldados. Se negó a que le vendaran los ojos y la ataran a un poste. Solo una bala le acertó en el corazón. Los otros once disparos fallaron. Un misterio más en el mito de esta mujer fatal, hoy convertida en leyenda.
Sidney Reilly
Fue agente británico, ruso y japonés con una biografía llena de peripecias. Trabajó en sus últimos años para desestabilizar el régimen bolchevique. Fue detenido en 1925 y ejecutado en Moscú por orden de Stalin. Adoptaba múltiples personalidades para lograr sus objetivos.
La Pimpinela Escarlata
No hay en la historia del espionaje ninguna figura tan rocambolesca como la de Sidney Reilly, ejecutado en 1925 en Moscú. Su origen familiar es un misterio, aunque parece que nació en Odesa en 1874, en el seno de una familia judía. Fue espía al servicio del Imperio británico, de Japón y de la Rusia zarista.
Por su implicación en la organización y financiación de la resistencia contra el régimen de Lenin fue el hombre más buscado por la Cheka, hasta que lograron atraparlo mediante una trampa. Fue en esa época cuando se ganó el apodo de la Pimpinela escarlata por su habilidad para eludir la persecución comunista.
Durante su vida disfrutó de numerosas identidades, ejerció múltiples oficios y ocupaciones y trabajó para el mejor postor. Durante la Primera Guerra Mundial, residió en Nueva York, desde donde se hizo millonario vendiendo munición a los alemanes y los rusos, a la vez que colaboraba con los servicios británicos.
Ya en 1892 era confidente de la Ojrana, la policía política zarista, con el nombre de Rosenblum, que al parecer era el de su padre biológico, que le abandonó al nacer. Unos años después, emigró a Brasil tras fingir