Julián Peragón

La síntesis del yoga


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que mueve al niño o a la niña a subir sigilosamente a la buhardilla, trepar por la escalera de madera, abrirse camino entre los trastos arrinconados y abrir el baúl que está debajo de cajas y cajas de viejos libros? ¿La voluntad o la curiosidad? El niño es el símbolo de lo que permanece en nosotros sensible, todavía tierno, flexible, salvaje e inocente. Practicar desde la curiosidad es recuperar al niño y la dimensión lúdica de la existencia, el placer de aprender y de tejer un tapiz con nuestras experiencias. Tener tiempo para observar, para experimentar y dejar de lado aquella seriedad con la que practicamos a veces porque nos sentimos muy importantes.

      La voluntad viene a decir: mis raíces son fuertes y no hay vendaval ni circunstancia que me mueva de mi decisión. La curiosidad, mucho más tímida expresa: ¿qué hay detrás del horizonte, y del horizonte del horizonte? ¿Qué hay detrás de todo lo que puedo percibir y aún de lo que puedo intuir?

      Si el misterio no tiene un tope, la curiosidad es una manera de vivir, una manera de relacionarse con las cosas, no como algo fijo sino como una relación íntima donde el amante va desnudando a su amado sin prisas.

      Si ya en la práctica, con el empujoncito de la voluntad, pudiéramos abrir el abanico de la curiosidad nos daríamos cuenta de que todo tiende a florecer. Si partimos como semilla, ¿acaso no quisiéramos saber en qué flor nos convertiríamos, cuál sería nuestro aroma, nuestro colorido, nuestra delicada forma?. Regamos la práctica con la lluvia de la curiosidad, la convertimos en una película de suspense, boquiabiertos con lo que va apareciendo, ilusionados con lo insospechado.

      La curiosidad es la clara convicción de que no estamos completos sino en un proceso de evolución, de que gracias a una profunda inteligencia todo se despliega buscando una mayor organización o una mayor armonía.

      Desapego. Al mismo nivel que la práctica (abhyāsa), Patañjali plantea en el sūtra 15 del libro I otro elemento de suma importancia: el desapego (vairāgya). De entrada parece chocante; ¿acaso no bastaba con una práctica constante, intensa, respetuosa, entusiasta, completa y adaptada para tener éxito, para reducir nuestra dispersión, para desplegar nuestras potencialidades? Parece que no. Una práctica tal como la hemos definido puede llevarnos muy lejos en nuestros propósitos pero también puede darnos un poder personal difícil de manejar; puede inflar sobremanera nuestra valía y puede atarnos a las experiencias extraordinarias que se desprenden de ella.

      La práctica nos recuerda aquello que hemos de hacer mientras que el desapego nos avisa de lo que hemos de evitar. A través de la primera, buscamos calma y claridad y, gracias al segundo, volvemos al punto cero de nuestra humildad.

      Tenemos que practicar sin esperar enriquecernos, sin sucumbir a las experiencias sensuales y sin aumentar nuestra imagen glorificada. Nuestra práctica tiene que evitar el apego a la misma y a las personas que nos orientan o que orientamos; sin quedar atrapados en un collar de verdades filosóficas y sin creernos (por encima de la realidad) nuestras visiones más deslumbrantes. Pero sobre todo, nuestra práctica tiene que evitar cualquier reconocimiento de santidad.

      Si ya es difícil aquella práctica, ahora rizamos el rizo con una actitud de desapego que pareciera de otro mundo. Podríamos decir que hay una relación directamente proporcional entre la complejidad del mundo y nuestra práctica. Con un destornillador no puedes arreglar una máquina de última generación, necesitamos una práctica precisa y una actitud ponderada para sortear los reveses de nuestro carácter y las dificultades del mundo exterior.

       Obstáculos

      Ya sabemos, al menos en teoría, cómo ha de ser nuestra práctica, cómo darle solidez y profundidad; lo que no está tan claro es qué hacer cuando aparezcan los primeros obstáculos, las impertinentes resistencias. Patañjali nos lo pone fácil al enumerar nueve obstáculos con los que podemos encontrarnos durante la práctica. Su lectura nos puede ayudar a reconocerlos y, al mirarlos de frente, mostrarnos la manera de empezar a disolverlos. Veamos aquí una interpretación, entre muchas, desde una perspectiva amplia.

      Primer obstáculo. Vyādhi. Enfermedad

      La enfermedad se puede interponer en nuestro camino y en la práctica personal porque nuestro cuerpo requiere de todas nuestras energías para restablecer la salud. Es posible que una enfermedad aguda, puntual o circunstancial, no ofrezca gran problema y que, incluso, sea un episodio bienvenido de purificación y de renovación de nuestras fuerzas vitales. Pero la enfermedad crónica, la que se despliega o recrudece a lo largo del tiempo, sí que nos sustrae energía y aumenta nuestro nivel de ansiedad.

      Sin embargo, restablecer nuestra salud no implica necesariamente abandonar nuestra práctica. Ésta tendrá que cambiar y adaptarse a nuestra condición física y psíquica y aportar nuevas soluciones para potenciar nuestro vigor y bienestar. Está claro que en el proceso de enfermedad perdemos pie en la práctica, perdemos intensidad y también el entusiasmo necesario para proponernos nuevas metas. De ahí la inmensa importancia de conservar y potenciar la salud con ejercicios adecuados, descanso suficiente y alimentación sana y nutritiva.

      Segundo obstáculo. Styāna. Apatía

      Nuestros estados mentales fluctúan. Cuando nuestra conciencia ordinaria se sumerge en la pereza abandonamos o descuidamos la práctica. Esa pereza o apatía es una especie de estancamiento mental que nos impide estar frescos y disponibles para la acción, incluso para aquella que deseamos. Dejamos que nuestra vitalidad se vaya por el desagüe y que la claridad mental quede aplastada por un saco de ideas fijas y de hábitos rutinarios que no sabemos frenar. Nos cuesta horrores levantarnos y colocarnos encima de la esterilla. Percibimos antes las molestias o el esfuerzo que el vigor o el bienestar de la práctica. Para evitar caer en la trampa y postergar la acción, es necesario cultivar la voluntad y refrescar nuestras motivaciones.

      Tercer obstáculo. Samshaya. Duda

      La duda y la incertidumbre también pueden aparecer en nuestro camino, especialmente cuando éste se pone difícil. A medida que profundizamos en nuestra práctica cosechamos, tarde o temprano, un racimo de obstáculos, límites y errores que lógicamente forman parte del proceso que experimentamos. Esta dificultad sobreviene cuando uno no está dispuesto a hacer más sacrificios, o piensa que se ha equi vocado de método o de disciplina y empieza a dudar. Es fácil caer en la tentación de hacer otra cosa que prometa liberación con menos esfuerzo. La duda es una actitud que corroe nuestra esperanza. Es por ello que tenemos que atravesarla con fe y coraje suficientes.

      Cuarto obstáculo. Pramāda. Negligencia

      Si queremos alcanzar rápido una meta lo que seguramente conquistaremos, paradojas de la vida, son retrocesos. La prisa y la impaciencia son males consustanciales al mundo actual que va tan y tan rápido, aunque muchas veces no sepamos bien dónde… La prisa genera precipitación y, por supuesto, negligencia.

      Si estamos demasiado imantados hacia los resultados de una práctica en particular podemos perder la belleza del momento y la escucha necesaria para saber en qué lugar y momento hemos de parar. La impaciencia es íntima amiga de las lesiones y las lesiones el mayor veneno para la continuidad y la confianza en una práctica.

      Sólo podremos vencer esa impaciencia cuando confiemos en que, por el hecho de estar en el buen camino, con constancia y con corazón, todo será hecho.

      Quinto obstáculo. Ālasya. Desánimo

      También se convierte en un obstáculo la falta de entusiasmo. Uno puede tener todo a su favor: medios, conocimiento, personas que nos asesoran con su experiencia pero si falta el entusiasmo la mayor parte permanece en la superficie: algo aguada, sin sustancia ni vitalidad.

      Cuando uno se resigna a una realidad dada, a lo que ya se ha conseguido y se deja llevar por la inercia pierde estabilidad en su camino. Es cierto que muchas veces aflora la fatiga tras un desmedido esfuerzo (pues no se han medido bien las fuerzas) y se tira la toalla en el primer round.

      El entusiasmo es un pozo inagotable de energía, es una curiosidad sana por el florecimiento que conlleva una práctica, una disci plina. De alguna manera es ponerle un