Julián Peragón

La síntesis del yoga


Скачать книгу

14 del libro I de los Yoga-sūtras nos recuerda las cualidades de una práctica apropiada: “Sólo si la práctica adecuada se mantiene largo tiempo, sin interrupciones, con las cualidades de celo y actitud positiva, puede esta triunfar”. T.K.V. Desikachar (hijo y discípulo de Tirumalai Krishnamacarya, un gran yogui del siglo XX, precursor del Yoga moderno) sigue comentando muy acertadamente que: “siempre existirá una tendencia a comenzar la práctica con entusiasmo y energía, un deseo de rápidos resultados. Pero las limitaciones de la vida cotidiana y la enorme resistencia de la mente nos incitan a ceder a las debilidades humanas”.

      Tenemos aquí las claves de la práctica esencial del Yoga y de los posibles impedimentos que podemos encontrar. Pero no corramos tanto, veamos lentamente éstas y otras cualidades necesarias para dar solidez a nuestra práctica.

      Práctica continua y sin interrupción. Es de sentido común que una práctica tiene que ser constante. No es mero capricho, no olvidemos que la práctica del Yoga tiende a soltar los condicionamientos de ciertos hábitos y automatismos y éstos se rearman con suma facilidad si les damos libertad día sí y día también. Lo tenemos claro cuando tomamos medicinas: hay que tomarlas de forma ordenada y continuada para mantener la dosis activa en sangre y evitar la nueva proliferación de gérmenes.

      Gota a gota se perfora hasta la roca más dura. Cada āsana que realizamos se convierte en una pequeña impresión que deja una estela de alineación, estabilidad o calma mental. Un conjunto de impresiones conforma, a la larga, un patrón que se reimprime sobre los viejos automatismos creando nuevas formas de estar y de sentir en nuestro cuerpo y en nuestra mente. Merece la pena insistir e insistir en nuestra práctica aunque no veamos a corto o medio plazo los resultados esperados. Podemos decir que ahora es tiempo de siembra, postura a postura y meditación tras meditación. Pero también es tiempo de no especular con la cosecha en Yoga, con la fantasía de los logros obtenidos. Hay que practicar tenazmente y con la mente abierta.

      Práctica intensa y prudente. Sobre aquella continuidad de la práctica debemos imprimir una intensidad tal que haga posible la liberación de nuestras tensiones. Hemos de recordar el concepto de tapas que en sánscrito es ese fuego interno que surge de una ascesis como una especie de horno alquímico donde podemos transmutar nuestras energías, las más densas en sutiles. Concepto importante del cual hablaremos con mayor profundidad un poco más adelante. Asimismo, cuando encontramos la intensidad adecuada, los sentidos se pliegan y la mente queda casi detenida. Es la magia del Yoga, la capacidad de aterrizar en la presencia.

      En otro orden de cosas, ya sabemos a estas alturas que el Yoga no es ni una moda ni un juego de salón; estamos moviendo, si se me permite el símil, capas de sedimentos de nuestro interior, corazas musculares que parecen inexpugnables, emociones encharcadas o visiones enquistadas de la realidad. Movemos muchas estructuras y por eso mismo tenemos que ser prudentes.

      Sin embargo, debemos ser conscientes de nuestros límites y empujarlos amorosamente para que se hagan más silenciosos. Digámoslo claramente: cuando nuestro punto de partida es débil, una práctica larga y con técnicas avanzadas es, cuanto menos, arriesgada.

      La intensidad no tiene por qué estar reñida con la prudencia. Excesiva prudencia nos paralizaría y demasiada intensidad vencería desafortunadamente nuestros límites de seguridad. De ahí la necesidad de encontrar un buen equilibrio flexible.

      Práctica respetuosa y supervisada. Para que la intensidad no nos acobarde demasiado, hace falta instalar la red de seguridad que marca toda tradición. Este soporte que nos ofrece una escuela tradicional o linaje ha pervivido a lo largo de los siglos y, si bien es cierto que a veces reacciona tarde a los cambios personales y sociales, también lo es que ha sabido sortear con éxito los obstáculos con los que han tenido que lidiar los iniciados en su peculiar camino de realización. Tener como base de nuestra práctica los conocimientos de una tradición o la cercanía de una escuela honesta es algo necesario para darle solidez.

      Aún así, no hay duda de que siempre podemos estar equivocados y creer que vamos en una dirección cuando, en realidad, vamos en sentido opuesto. A nuestra práctica le ocurre lo que a cualquier asunto humano: la falta de distancia. No podemos caminar a ras de suelo y tener simultáneamente la perspectiva aérea del horizonte, lo que nos daría mucha más información acerca de los caminos por los que vamos a transitar.

      Tomar distancia es la habilidad de cambiar de perspectiva. Los profesores de Yoga expertos tienen, de tanto en tanto, la precaución de intentar colocarse en la piel de sus alumnos y de preguntarles cómo se sienten tras una sesión, de observar cómo se mueven, cómo practican, para obtener una mayor certitud acerca de la manera de transmitirles el Yoga. Si hiciéramos lo mismo con nuestra práctica y recogiéramos pacientemente las impresiones que aquélla deja en nuestro cuerpo y mente, o supervisáramos nuestra evolución con algún guía experto, posiblemente la podríamos reconducir y ajustarla más y más a nuestras necesidades. De este modo evitaríamos quedarnos un tiempo indefinido en un bucle sin salida practicando lo mismo pero sin avanzar en ninguna dirección.

      Práctica entusiasta y con fe. Si nuestra práctica adolece de entusiasmo fácilmente caerá en lo rutinario y al final se disipará o caerá en el olvido. Es posible que la pasión no nos visite en un principio o que se marche a otras latitudes después de un tiempo cuando la cotidianidad vaya desinflando los globos de la ilusión. Sin embargo, aprender a amar lo que hacemos es la mejor disposición delante del esfuerzo intenso. De hecho, cuando hay verdadera pasión no se siente el esfuerzo y prima más el gozo que el cansancio. No olvidemos que el Yoga es un arte y no una píldora que, aunque sane, se toma a regañadientes.

      Es cierto que cuando acucia una enfermedad o se agudiza una tensión practicamos Yoga para resolverlo. En este sentido, chikitsā es la rama terapéutica del Yoga que sólo utilizamos cuando un desarreglo en nuestro sistema nos impide continuar con nuestra práctica intensa.

      Quizá los dioses no nos bendigan, de entrada, con la pasión suficiente para vencer las resistencias que siempre aparecen en algún recodo del camino. Nadie puede imponerse una pasión; sin embargo, sí podemos crear las condiciones para que aparezca. Qué curioso que “entusiasmo” venga de un vocablo griego que significa rapto o posesión divina, tal vez aludiendo a una condición extraordinaria que poseen muchos poetas, artistas y genios que han podido elevar el techo del saber humano un poco más arriba de lo mundano.

      Sin aspirar a tanto, entusiasmarse con la propia práctica es la mejor manera de hacerla carne como si fuera una segunda piel, un nuevo vestido de sensaciones al desplegarse nuestras potencialidades, avivadas por aquel fuego que parece ciertamente divino. El entusiasmo puede tener sus más y sus menos, sus mareas altas o bajas dependiendo de las peripecias de ese rapto divino. En cambio, la fe es consistente y avanza con fuerza como un pelotón de carreras. Es cierto que las luces de nuestra mente son como faros que alumbran las cercanías de lo conocido pero también lo es que, más allá, todo es oscuridad o misterio.

      Ahora bien, aunque no podamos abarcar todo el horizonte, sabemos que éste se mueve flexiblemente con nosotros y que, tarde o temprano, nuestro barco topará con tierra firme. La fe es la adhesión de nuestra pequeña comprensión a un todo mayor que, aunque desconocido en parte y por eso mismo temido, es sentido en lo más profundo como algo íntimo y benefactor.

      Si el entusiasmo es el motor del barco de nuestra práctica, la fe es la alegría de contemplar la estrella que marca el rumbo a seguir, anticipo de la transformación que está por venir.

      Práctica completa y armónica. En nuestra alimentación no tomamos todas las clases de alimentos a la vez: hoy hay legumbres y mañana, tal vez, verduras o cereales. Sin embargo, en el cómputo final nuestra alimentación tiene que ser completa y contemplar todos los ingredientes que necesitamos desde las proteínas a los hidratos, a las vitaminas y minerales so pena de desnutrición. En nuestra práctica de Yoga ocurre lo mismo; aunque hoy fortalezcamos los abdominales y mañana la capacidad respiratoria, debemos contemplar todos los segmentos del cuerpo, sus centros energéticos y también las cualidades físicas, hasta abarcar todos los elementos de los que estamos constituidos.

      Polarizar la práctica, bien hacia