Para que nuestro medio de transporte esté a punto, las ruedas tienen que estar bien engrasadas, los ejes alineados, los bueyes alimentados y el equipaje bien sujeto.
La imagen que utilizamos es adecuada en tanto que podemos identificarla con la globalidad de la que formamos parte. El carromato podría ser nuestro cuerpo mientras que los bueyes la parte instintiva a la que a menudo hay que ponerle unas anteojeras porque fácilmente es tentada por los sentidos. Las riendas son nuestra mente que tiene capacidad para dirigir esa fuerza instintiva y el cochero, el yo, el pequeño yo que organiza y dirige el camino a emprender. No nos olvidemos que en el interior del carruaje vamos nosotros mismos, nuestro Ser profundo, sin el cual no tendría sentido ni carromato ni viaje alguno.
Es evidente que si el carromato tiene el freno echado, los bueyes desenganchados, el cochero no encuentra las riendas y nosotros estamos confusos, la posibilidad de hacer un viaje queda descartada. El Yoga nos ayuda a transformar el caos inicial en orden y a dialogar con los elementos opuestos para crear una nueva armonía.
Una de las raíces de la palabra Yoga viene de yug que significa, entre otros: atar, uncir, unión, medio, magia y un largo etcétera, y también está emparentada con la palabra yugo, precisamente el yugo que hay que poner a los bueyes para que sigan unidos por el camino. Yoga, en este sentido, significa unión.
Buscamos unión pero parece ser que, en ese mismo camino de vida que recorremos, nos encontramos, sin quererlo, mucha disgregación. Les pasa a las parejas que aunque se quieran no se entienden, a los grupos religiosos que aunque persigan un mismo objetivo se ignoran, a muchas naciones vecinas que, aunque compartan gran parte de su historia, se odian. La desunión se da entre la humanidad y la naturaleza, a la cual necesitamos pero a la que no dejamos sorprendentemente de explotar y de aniquilar; desunión que habita incluso entre hombres y mujeres que, aunque seamos compañeros de vida, no cejamos en el control y a veces en el maltrato. Maltrato que también se da con los animales, con los niños o con las personas mayores, es decir, con los más débiles. Esta escisión se agrava cuando permanecemos insensibles ante el sufrimiento ajeno, cuando desconfiamos del vecino, cuando marginamos a un otro simplemente por ser diferente a nosotros. Esa fragmentación que reside en el mundo nos afecta, nos envenena y nos aliena, y no se sabe bien si es el mundo el que nos disecciona a su imagen y semejanza o somos nosotros mismos los que sembramos las semillas que después vemos crecer allá fuera.
En todo caso, la desunión más palpable la sufrimos en nuestras propias carnes. El cuerpo pierde sensibilidad y nuestra mente la capacidad de atención; decimos por la boca lo que después nuestro cuerpo desmiente, somatizamos en un plano lo que no es integrado en otro. En definitiva, nuestras corazas corporales, nuestras emocio nes desbocadas y nuestros complejos insidiosos nos hablan de aquella falta de armonía y de la necesidad de la unión que propone el Yoga.
La capacidad de trabajar globalmente, en cuerpo, mente y alma utilizando herramientas posturales, respiratorias y energéticas, favoreciendo la concentración, la meditación y la relajación, posibilita un mejor encaje de todo lo que somos y profundiza en una mayor armonía. Qué duda cabe de la urgencia en buscar esta unión.
Trascendencia
A veces es útil utilizar el simbolismo para clarificar muchas de las situaciones que vivimos. El símbolo de la cruz puede ser muy fecundo para hablar de trascendencia; si pudiéramos representar mediante líneas simples nuestra trayectoria de vida, diríamos que las experiencias que vivimos transcurren a lo largo de una línea horizontal hilvanando circunstancia tras circunstancia desde el nacimiento hasta la muerte. Sobre este horizonte sería necesario elevarnos para alcanzar con la mirada toda su extensión. La línea vertical nos daría profundidad sobre el eje de la experiencia, nos enseñaría el dibujo ondulado o rectilíneo, sólido o endeble que los innumerables actos han dejado sobre el terreno vital, y con ello, comprenderíamos mejor las cicatrices que han dejado nuestras acciones.
Si pusiéramos voz a esta cruz de la vida, seguramente el enfoque horizontal vendría a decir: “la mesa está servida. Hay que vivir, y hay que vivir con intensidad. Tenemos un cuerpo y una mente aptos para experimentar y retirarse de la vida, vivir a medio gas o de forma temeraria es una especie de locura”. Sin embargo, el enfoque vertical añadiría: “no basta con expe-rimentar. Es vano estar atado a la rueda de la vida que gira sin parar buscando las experiencias placenteras o huyendo de las dolorosas. No basta con dejar una huella indeleble a través de la vivencia, hay que saber adónde apunta lo vivido. Hay que exprimir la experiencia y sacar el jugo de la sabiduría para que el vivir sea un arte, una oportunidad de crecimiento y un espacio de asombro”.
Alzarse sobre la contundencia de lo vivido como el águila que divisa la globalidad del horizonte, no parece fácil de entrada. Requiere de un esfuerzo, demanda reflexión, discriminación y ecuanimidad. Necesita de una cierta distancia y de un desapego de aquello que nos ata, al menos para no sucumbir bajo el peso de lo experimentado.
Volviendo a la imagen del carro, de poco serviría todo el esfuerzo de poner a punto el carruaje sólo para dar vueltas alrededor de nuestro jardín. Con el carromato pretendemos hacer un largo viaje. Este largo viaje se llama en Yoga samādhi (absorción), es el octavo miembro que enumera Patañjali e implica un cultivo de la atención extraordinario para ver nítidamente la realidad. Tal vez podríamos sintetizar lo que significa el Yoga como un aterrizaje en la realidad y no, como muchos piensan, un despegar de la realidad hacia mundos
“insondables”. Es evidente que el Yoga no cimenta su filosofía sobre el posible desierto de lo humano sino sobre un anhelo, que a menudo pasa desapercibido, de trascendencia. Trascendencia entendida como la capacidad de vivir e integrar dimensiones de vida que nos abren a nuevas capacidades más sutiles y más globales, menos lastradas por la simple supervivencia o la subjetividad.
Resumiendo: el Yoga es unión de todo lo que nos habita para impulsarnos como un trampolín hacia las profundidades del Ser.
Transformación
Señalar en el mapa la cumbre a la que queremos llegar es relativamente fácil, más difícil será escalar la montaña con nuestros pies y nuestras manos. El yogui (y la yoguini) es ante todo un caminante. No carga con los libros eruditos, prefiere conocer la realidad de primera mano, saber lo que es caer y levantarse, perderse y reencontrarse, pasar frío y desesperanza por los caminos.
Cierto que el Yoga es un estado especial de unión y de trascendencia tal como apuntábamos unos párrafos atrás, pero no nos olvidemos, Yoga también es el camino que nos lleva a ese estado, con sus etapas, con sus avances y sus dificultades.
En la metáfora del camino el paisaje cambia porque nosotros nos movemos en una dirección determinada. Si siempre pasáramos por el mismo sitio nos daríamos cuenta de que estamos en un bucle, o sea, de que hemos perdido la dirección del camino. Es lo que ocurre en la práctica del Yoga: si no avanzas es que te has topado con un obstáculo muy serio puesto que el Yoga es transformación e implica un avance en nuestro conocimiento de la realidad y en nuestro desarrollo personal. Avance que aparentemente puede ser muy lento porque estamos enraizándonos en capas muy profundas de nuestra psique poco visibles a la luz de los comportamientos sociales cotidianos.
Lo inaudito del mensaje del Yoga es que nos dice: “nada es imposible, siempre y cuando vayas etapa por etapa respetando los límites”. No importa lo que tardes, lo importante es la marcha, un paso detrás de otro, ahora un estiramiento y después una respiración, más tarde estar centrado o la comprensión de la naturaleza de una cualidad de la mente. Lo importante es entender que partimos de un punto, nuestro momento actual y que, en ese punto, hay una potencialidad que podemos desplegar. Somos, por así decir, la mariposa dentro del gusano y el Yoga es el proceso de la crisálida por el que inevitablemente tenemos que pasar.
Un viaje de tal envergadura requiere voluntad, ecuanimidad, capacidad de dominar nuestros sentidos y extrema concentración. Ahora tenemos que preguntarnos si nuestro carromato, y nosotros con él, está preparado para ello.
Purificación
Sin embargo, un largo viaje es complejo y necesitamos llevar en las alforjas otros elementos