(del que hableremos en profundidad más adelante) estructura lo que denominamos hoy en día Yoga clásico nos está insinuando, a su manera, que hay un yo físico pero también otro emocional, nos dice que no nos podemos olvidar del yo ético y tampoco del intelectual, que hay un yo místico y que, en definitiva, nos interesa conectar con esa dimensión espiritual.
Lamentablemente, una de las disfunciones en la divulgación del Yoga es haberlo fragmentado demasiado. Clases de Yoga sin hablar de ética; sesiones donde salimos extenuados de hacer posturas pero en las que no ha habido lugar para la meditación; secuencias de posturas enlazadas sin un trabajo de respiración en profundidad… La demanda es la demanda, dirán muchos. Una gran mayoría de personas quieren unas clases para soltar su estrés, dinamizar el cuerpo y relajarse un poco, nada más. Totalmente respetable aunque, en el fondo, dudo de que no deseen nada más. La experiencia me lo demuestra.
Sin embargo, el Yoga, en su integridad, podría ser un buen revulsivo para transformar un estilo de vida insano, cuestionar creencias limitadoras y fortalecer una ética débil o desorientada. No podemos limitarnos a poner paños de agua caliente, necesitamos una palanca para mover las piedras enormes que obstaculizan nuestro desarrollo, tanto individual como colectivo.
El mercado del Yoga
En la actualidad hay un par de centenares de millones de personas que practican o simpatizan con el Yoga en todo el mundo y, sin duda, somos muchos los que consumimos camisetas, pantalones, esterillas y cintas, además de libros, revistas, viajes, alimentos sanos y productos para la higiene personal. No hay nada de malo en ello. Sin embargo, la delicada línea entre la transmisión sincera de una ciencia del conocimiento y el escaparate mercantilista del Yoga tiende a diluirse.
La publicidad de muchos centros de Yoga no se ha quedado atrás. Prometemos en nuestros folletos promocionales relax, bienestar, realización personal y felicidad. Las imágenes de nuestros carteles muestran personas jóvenes y sanas en paraísos naturales, o bien yoguis haciendo posturas acrobáticas sin perder la sonrisa. Hay gurus que han patentado su serie de Yoga y existen numerosos pleitos en la justicia por la utilización de una marca o de una técnica. Podríamos decir que es el mundo real donde confluyen (y chocan) los intereses de cada uno. Pero ya no tengo tan claro si es el Yoga el que ha venido para transformar la sociedad, o es la lógica neoliberal imperante la que está cambiando al Yoga. Seguramente no hay mala intención en la publicidad del Yoga pero, a todas luces, prometemos cosas increíbles que seguramente son restos de mitos que rodean al Yoga y no resultados reales que podamos constatar en nosotros mismos, ya sea como profesores o como alumnos.
A menudo tengo dificultades para responder a la pregunta sobre qué estilo de Yoga practico e imparto en mis clases. Si hiciéramos un listado exhaustivo de los tipos de Yoga que podemos encontrar en toda la oferta existente, seguramente quedaríamos anonadados. Parece que unos cuantos han tenido más éxito y, sin embargo, una mirada externa no apreciaría demasiadas diferencias entre todos ellos, a no ser, tal vez en la intensidad o en las secuencias… pero al fin y al cabo imparten clases de hatha-yoga en la gran mayoría de ellos, todas respetables, por supuesto.
Asimismo me sorprende que un conocimiento que ha pasado de mano en mano desde tiempos inmemoriales tenga que ser bautizado con nuestro nombre o apellido y ponerle barreras a su expansión. Me extraña que nos seduzcan tanto los estilos de Yoga y no tanto las personas reales que los transmiten que, al fin y al cabo, son los que difunden esta enseñanza. Seguramente nos identificamos todavía con aquellas marcas que nos dan confianza y prestigio. Pero, ¿acaso hemos caído en otra forma de mercantilización del Yoga? ¿Hemos cedido a una modalidad superficial de esta ciencia del cuerpo y del alma tan profunda? O quizá ¿es que estamos todavía en la fase adolescente de dicha divulgación y nos toca madurar? Pero antes de seguir adelante, asegurémonos que sabemos bien lo que es el Yoga.
CAPÍTULO 1
YOGA
el sentido
Antes de iniciar un largo viaje, vale la pena pararse para revisar el mapa y comprobar que la brújula efectivamente marca el norte del territorio. Un pequeño error de grado al inicio puede ser catastrófico a medio o largo plazo. Asimismo, adoptar una práctica de Yoga sin saber qué es lo que podemos desplegar, y qué no, puede llevarnos a una cierta incoherencia o a un elevado desorden en la práctica. No en vano, la tradición más profunda del Yoga, antes de proponer ninguna técnica, habla del sentido del Yoga, de los objetivos deseables, de las bases de una práctica sólida y de los obstáculos que podemos encontrar en el camino. Nos alecciona acerca de lo que es el Yoga y de lo que podemos esperar de él, por si acaso decidiéramos no emprender camino alguno.
La elección de un camino debería implicar (metafóricamente hablando) cerebro, corazón y entrañas; es decir, una implicación total de la globalidad que somos. O dicho de otra forma, en el caso en que nos sintamos impelidos a recorrer este camino necesitaremos una brújula en el Yoga para estar bien orientados y no perdernos aunque los caminos serpenteen por territorios, en principio, desconcertantes. La aguja magnetizada nos asegurará llegar a buen puerto. Veamos pues adonde puede apuntar la aguja de la brújula del Yoga y cuál es su más profundo sentido.
Visión
Definir el Yoga es un poco arriesgado porque lleva a sus espaldas varios milenios de vida, muchas culturas que han convivido con él y otras tantas filosofías (a veces divergentes) que han crecido en el mismo suelo estableciendo una suerte de simbiosis inseparable. No obstante, sí podemos destilar los puntos que tienen en común, apartar aquello que parece anecdótico o que responde a formas culturales muy particulares y extraer el núcleo de una sabiduría contrastada por gran número de sabios a lo largo de los tiempos. Habremos, por tanto, de definir el Yoga no sólo en base a la tradición (que es necesario no perderla de vista), definirlo también desde nuestra perspectiva actual, desde el punto común donde ahora nos encontramos. Es la tarea del caminante: interpretar la brújula desde el preciso recodo del camino donde se encuentra y no meramente desde un lugar ya recorrido.
El Yoga es uno de los seis darshanas o sistemas filosóficos ortodoxos hindúes, muy relacionado con el Sāmkhya. Juntos conjugan metafísica y práctica, indagación sobre la realidad y mística en la contemplación. La función de estos sistemas es la de apoyarnos para que podamos ver con más nitidez la realidad. Nos proveen de una perspectiva no convencional y de gran calado acerca de lo que nos rodea y de lo que vivimos en cada situación de nuestra existencia.
Todo este entramado filosófico nos sirve como una especie de espejo que nos da muchos más detalles de la realidad cuando nos miramos detenidamente en él, espejo yóguico que nos permite contemplarnos en profundidad. Cuando practicamos un āsana (postura), cuando hacemos un prānāyāma (respiración) o cuando hacemos dhyāna (meditación), nos damos cuenta de la tensión del músculo, de la ansiedad emocional o de la dispersión mental. El Yoga es como una lupa que amplifica a través de sus conocimientos el momento presente pero también son unos prismáticos para ver con mayor amplitud nuestro horizonte vital.
Es necesario ir más allá de la información que nos dan nuestros sentidos y más allá del corsé de nuestra moral aunque también hay que andar con pies de plomo para no caer a su vez en otro corsé, pretendidamente yóguico, cuando su estructura filosófica se vuelve rígida y cuando su práctica deja de ajustarse al momento presente. En definitiva, el Yoga rompe con aquella visión estrecha y nos acerca, aunque todavía tengamos los ojos vendados, a percibir el olor de lo sagrado. Y con ello nos preguntamos ¿qué hay dentro de esa visión?
Unión
Una manera de entender otro significado de la palabra Yoga es a través de una metáfora tradicional muy fecunda: la imagen del carromato. La función de un carromato es la de transportarnos o llevar nuestros enseres, pero para que cumpla dicha función las ruedas tienen que estar insertadas en los ejes del carromato, y éste a los caballos o bueyes a través de un enganche; los bueyes atados entre sí y ambos sujetos a unas riendas