Julián Peragón

La síntesis del yoga


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      Las leyendas acerca de las proezas de los yoguis no son el legado de un saber que podamos tomar al pie de la letra, ya que la mayor parte de las veces forman parte de residuos de historias que provienen de una mentalidad mágica o mítica, aunque, por descontado, tienen un valor simbólico. Sin embargo, se sigue haciendo alusión en muchos libros de Yoga actuales a los ashta-siddhi, los ocho poderes supranormales de los yoguis que reconocen los textos hinduistas que abarcan desde el poder de hacerse infinitamente pequeño; aumentar de tamaño a voluntad; hacerse cada vez más pesado; volverse tan ligero como el algodón; conseguir cualquier cosa por la fuerza de la voluntad; así como el poder de subyugar y el poder de tener supremacía sobre todo. Incluso, en el Bhāgavata-purana, Krishna, avatar de la divinidad, enumera otros siddhis o poderes de los yoguis como ver desde lejos, transformarse en cualquier forma deseada, participar en las diversiones sexuales de los dioses, escuchar desde la lejanía o morir cuando se desea.

      Textos serios y de referencia para el Yoga hablan de poderes mágicos que pueden conseguir los yoguis como superar la muerte o entrar dentro de la mente de otra persona. Y, aunque hoy en día prudentemente hemos interpretado dichos sūtras o aforismos de forma simbólica, a nadie se le escapa que dicen textualmente lo que dicen. Podemos preguntarnos también si los autores clásicos creían en ellos de forma literal o si quizás estaban utilizando una estratagema para retar a los que se inician en la vía del Yoga.

      Cierto que Patañjali, del que bien poco se sabe, que compila y sistematiza la filosofía del Yoga, habla en los Yoga-sūtras (siglo II de nuestra era) de los peligros de esos poderes extraordinarios pero, al fin y al cabo, los reconoce y les da un cierto estatus. ¿Cómo es que llegamos a identificar poderes excepcionales con espiritualidad? ¿Qué tiene de espiritual parar el corazón a voluntad? ¿Qué fascinación crea en nuestra alma infantil alguien que ha conseguido dejar de comer o superar el sueño? Hay que desmitificar urgentemente las creencias legendarias en torno al Yoga y reinterpretar lo que entendemos por espiritualidad. Empecemos a indagar por lo más básico.

       Escucha

      Es posible que la primera pregunta que nos hagamos en el Yoga sea ¿adónde quiero ir? Pero con seguridad, la siguiente pregunta tiene que ser ¿dónde estoy?, al menos para poder trazar con una cierta estabilidad el recorrido a seguir. Es lo que haría cualquier caminante en el mapa, marcar con una cruz el punto de partida y el de llegada, de lo contrario el mapa sirve de bien poco.

      Para saber dónde estamos, cuál es nuestro punto de partida, hemos de observar nuestro momento presente, hemos de hacer una escucha en profundidad. Sólo con esa escucha del aquí y ahora nuestra acción puede tener un mínimo de posibilidades de ser adecuada. En esa escucha podríamos descubrir, entre otras cosas, cómo está nuestro mapa de tensiones corporales; si nuestra respiración está alterada por alguna emoción desbocada; si hay dispersión o preocupación en nuestra mente. De esta manera, de todo el amplio y rico abanico de posibilidades que nos ofrece el Yoga, podríamos utilizar aquéllas técnicas o ejercicios que nos puedan ayudar más.

      Si esta atención la llevamos a nuestro mundo cotidiano el mapa se vuelve muy claro. Seguramente saldríamos enfadados si nuestro médico nos rellenara una receta sin apenas mirarnos, sin preguntarnos qué síntomas tenemos y sin hacernos las correspondientes pruebas para obtener un buen diagnóstico con el fin de darnos las medicinas adecuadas a nuestra enfermedad.

      El buen vivir está basado en la escucha: solemos ir a dormir cuando tenemos sueño y a comer cuando arrecia el apetito. Llamamos a un amigo cuando necesitamos compañía o nos retiramos cuando buscamos la soledad. No obstante, los entresijos de la vida actual impiden a menudo esta regulación natural hasta tal punto que vamos a dormir y a comer simplemente porque es la hora establecida, perdiendo, a la postre, nuestra sensibilidad.

      Una de la funciones saludables del Yoga es volver a recuperar esta percepción necesaria para que la vida se reajuste ante los cambios y poder hacer de forma fluida un buen encaje entre nuestro mundo interior y la realidad que nos rodea.

      Responder en Yoga, previo a la práctica, a la pregunta ¿qué necesito hacer en este momento? No parece nada fácil, y no resulta fácil ya sea por la ausencia de sensibilidad, por la complejidad del momento presente o la falta de conocimiento. La escucha es lo que reclama el Yoga porque, ¿acaso tendría que hacer el mismo Yoga una persona joven que otra mayor, o cualquiera de nosotros los mismos ejercicios por la mañana que por la tarde, la misma secuencia en verano que en invierno, el mismo ritmo una persona sedentaria que otra deportista? Insistimos, ¿conviene que una persona con cifosis haga los mismos movimientos que otra con escoliosis; una persona vital la misma intensidad que otra mental; la misma orientación una persona con un objetivo de salud que otra con una necesidad mística?

      No obstante, la escucha demanda muchos matices. La escucha no está sólo al inicio del camino, en este caso la práctica de Yoga, está también en cada postura y en cada respiración, nos debe alumbrar todo el tiempo. Podríamos decir que la escucha en realidad es una actitud en el viaje, una manera de tener en cuenta aquello que reclama su porción de presencia y una habilidad de hacerle hueco en la realidad. Si insistimos en la atención al inicio de cualquier praxis en Yoga es para evitar, por un lado, la precipitación propia de cualquier persona que se apasiona con su arte y, por otro, para tener tiempo de leer la letra pequeña que se esconde en los dobleces de nuestro interior y que nos da la clave para interpretar mejor lo que vamos a encontrar en los siguientes tramos de ese viaje hacia uno mismo que es en definitiva el Yoga.

      El sentido común ya nos avisa de que es una locura un Yoga para todos y para cualquier momento. Y si esto cae por su propio peso, la cuestión es si los profesores que acaban su formación saben adaptar el Yoga a cada persona según su momento y sus necesidades.

       Adaptación

      Si el saber cómo estamos requiere de una escucha muy fina, adaptar el Yoga implica, además, conocimiento y experiencia. No basta darse cuenta de la tensión del hombro, hay que saber también si nos conviene un movimiento de antepulsión o de retropulsión, de rotación interna o externa, de elevación o descenso del hombro además de encontrar el āsana más adecuado a dicho movimiento. Hay que darse cuenta si lo que nos conviene es tonificar, estirar, movilizar o relajar aquella zona tensionada o bloqueada. Seguramente vamos a necesitar la ayuda de alguien con más experiencia que nos guíe.

      Con toda probabilidad la relación tradicional entre maestro y discípulo era personal y, por tanto, adaptada a su momento presente. Con la divulgación masiva del Yoga la relación personal se ha ido perdiendo y las clases se han hecho exclusivamente grupales. Y aunque hay muchos elementos importantes en una clase grupal, es también necesario recuperar el vínculo original en la enseñanza del Yoga.

      La adaptación personal requiere de una entrevista previa para informar acerca de los objetivos y técnicas del Yoga, seguida de una ficha de salud para cotejar las contraindicaciones a tener en cuenta en la misma práctica así como de la autorización de su equipo médico si fuera necesario.

      Una adaptación necesita de una lectura corporal y de una pequeña serie test para ver dónde están los acortamientos y las asimetrías del cuerpo. Es necesario también tener una percepción de las cualidades corporales desde el equilibrio a la coordinación, desde la flexibilidad a la resistencia, entre otras, así como del grado de calma mental y gestión del estrés que mantenemos como posibles alumnos.

      Adaptar el Yoga es proponer una práctica a seguir con unos objetivos claros y mantener sesiones individuales periódicas para supervisar y ajustar tanto la práctica como los objetivos.

      Por supuesto, estas sesiones individuales son compatibles con la asistencia a clases grupales donde reforzar el aprendizaje básico del Yoga y ver nuevas posibilidades a incluir en la práctica personal. Planteo estas cuestiones para que se entienda que la disciplina del Yoga no es mero coser y cantar, pero sobretodo para recordar a los instructores la amplitud de esta ciencia del cuerpo y del alma.

      Al final, lo realmente importante es ir estableciendo una práctica personal sólida e inteligente, pues sin ella, la posibilidad de un avance a medio o largo plazo se esfuma y sólo nos quedarán los beneficios