Julián Peragón

La síntesis del yoga


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Lesiones

      Si hay alguna ley sagrada en el Yoga ésta es ahimsā, la no violencia, de la que hablaremos en profundidad más adelante. Ahimsā es un respeto profundo por la vida que se expresa fuera en la naturaleza y que nos recorre por dentro, en nuestro cuerpo. Una actitud de pacificación en la relación con los otros y en la relación con nosotros mismos.

      Hacer Yoga desde esta consideración ética implicaría un cuidado delicado con el propio equilibrio del cuerpo sin necesidad de violentarlo y de llevarlo a extremos que lo fuerzan y agotan. El número de lesiones que se da en la práctica es mayor del que sería si respetáramos rigurosamente esta ley. Hay tanta fe en el aspecto saludable del Yoga que sus resultados negativos se silencian. Y se silencian porque las lesiones a menudo no son inmediatas a la práctica, pueden parecer difusas al mezclarse con otros síntomas, o quizás de forma deliberada no las queremos reconocer porque cuestionan nuestro hacer en la práctica.

      Las lesiones en el deporte son el pan de cada día y no hay que ser muy avispado para comprender que el deporte, sobretodo el de élite, tiene como fondo el espectáculo y está basado en la competitividad y en la mejora continua de resultados. El cuerpo no es ni funciona como una máquina y no siempre puede dar el máximo rendimiento, de ahí la trampa insidiosa del dopaje. El deporte mueve pasiones y, asimismo, puede ser fuente de vida y de vigor, pero (volviendo a lo nuestro) el Yoga no es un deporte y competir por lograr la postura más perfecta, como hacen algunas raras escuelas de Yoga es, cuanto menos, ridículo.

      En el Yoga no hay competición porque no es algo objetivable que se pueda medir. No se trata, evidentemente, de correr más rápido, saltar más lejos o levantar más peso como en el deporte, pero tampoco de mantener más tiempo una postura, flexionarse más o mantener el equilibrio con una sola mano; en el Yoga se trata simplemente de ser.

      El Yoga es un proceso interno que se apoya en soportes corporales, energéticos o mentales y ese proceso interno no se puede medir como insinuábamos por el grado de apertura de una articulación o por la elasticidad de un músculo. Es mucho más como veremos en su momento. Entonces ¿por qué aparecen tantas lesiones en el Yoga?

      En primer lugar por una estrategia de imitación muy primaria que ha quedado en el fondo de nuestro proceso de aprendizaje. Cuando no estamos entendiendo muy bien adónde apuntan los ejercicios del Yoga, nos basta con hacer lo mejor posible lo que se hace en clase. Y esto está reforzado en muchas ocasiones por la poca prudencia del conductor de sesiones de Yoga cuando se pone de modelo y establece una única forma de hacer los ejercicios sin pautas claras de regulación o ajuste.

      Y, por supuesto, no podemos olvidar tampoco la falta de escucha del propio alumno que le dificulta reconocer si está preparado para abordar dicho ejercicio con el suficiente dominio y el grado necesario de comodidad.

      Nos atreveríamos a plantear que hay un déficit pedagógico en la enseñanza del Yoga en el que se prioriza la técnica por encima de la vivencia y se intenta llegar al objetivo sin tener en cuenta el punto de partida.

      Pongamos el ejemplo de la postura sobre la cabeza, sirsāsana. Está claro que, a nivel anatómico, las vértebras cervicales son pequeñas y muy móviles porque su función es sólo la de sostener el peso del cráneo y permitir un amplio movimiento en casi todas las direcciones para controlar el entorno que nos rodea. Además, para recordar la fragilidad de esta zona, hay que señalar que pasa la arteria vertebral y los nervios craneales a través de las apófisis transversas de las vértebras. Podemos entender que la naturaleza no ha preparado estas vértebras cervicales para sostener el peso del cuerpo y, sin embargo, en el Yoga actual y tradicional se habla de este āsana como de la postura reina. Pero ¿para quién?

      Seguramente se ha practicado esta postura para activar ciertas glándulas y centros energéticos superiores, sin desestimar el flujo circulatorio sobre el cerebro y los sentidos. A decir verdad podemos encontrar muchos beneficios para practicar esta postura pero… también muchos riesgos.

      Si esta postura sobre la cabeza la hace una persona que conoce bien la técnica, domina el equilibrio, tiene fuerza en la musculatura cervical y hombros y prepara convenientemente la postura es posible que se minimicen los riesgos y sea adecuada su ejecución; pero si ocurre lo contrario podemos encontrarnos con lesiones graves a nivel de los discos intervertebrales.

      De la misma manera que existen alimentos que nos sientan bien y otros que nos generan intolerancias, no siempre somos aptos para realizar cualquier postura de Yoga, hay que saber cuáles son las contraindicaciones y conocer nuestros límites.

       Vivencia interior

      Una manera de hacer un Yoga sin lesiones es situando el acento en la práctica. No insistir tanto en la consecución de ciertas posturas, muchas de ellas avanzadas, sino más bien permanecer en ese equilibrio del que hablaremos más adelante, entre comodidad y estabilidad de la postura. No podemos llegar a ese equilibrio si no hay escucha, y es precisamente esa escucha la que abre la puerta a nuestro mundo interior. ¿Y si lo verdaderamente importante de la práctica fuera invisible a los ojos? ¿Y sí, por poner un ejemplo gastronómico, lo importante no fuera el pastel adornado de nata, chocolate y guindas que nos comemos sino el disfrute, el cómo nos sienta, la fluidez de la digestión y la consecuente nutrición, objetivo último de la alimentación?

      Acostumbrados a ver libros de posturas de Yoga técnicamente impecables realizadas por personas jóvenes, guapas y flexibles olvidamos que el Yoga, desde las posturas a la meditación, es sobretodo una vivencia, un soporte para la concentración, un despertar de nuestra sensibilidad y un encuentro con lo que realmente somos, con nuestra fuente interior. Algo que se puede vislumbrar pero que no se ve en las fotografías.

      Cuando uno se dirige hacia esa vivencia interior se libera de la esclavitud de la imagen y se distancia de la técnica rígida que no tiene en cuenta a la persona. Es como si hiciéramos Yoga en un grupo, todos con con los ojos vendados. Entonces no habría nada que mirar en el exterior y nada que demostrar. Esto es clave en la práctica del Yoga: no tenemos nada que exhibir porque cada uno está en su propio proceso personal, con toda la complejidad de elementos físicos, emocionales o mentales y, por tanto, sin comparación posible con el de otra persona.

      Mi primer profesor de Yoga nos solía decir: “aquí no venís a hacer Yoga sino a aprender”. Lamentablemente en la actualidad el aprendiz de Yoga que se comprometía con la disciplina y que acudía a clase con su cuaderno, con sus lecturas y sus preguntas, entusiasmado con el Yoga, está quedando marginado. Hoy se impone el cliente de Yoga, el que paga una cuota para tener unos horarios donde relajarse y estirarse, antes o después del trabajo, pero al que no le interesa descubrir las entrañas del Yoga sino su ejecución y la experiencia que le brinda. Pareciera que es el instructor el que se pliega a su demanda evitando cualquier comentario cuestionador, interiorización que pueda irritar o ejercicio que exceda la intensidad acostumbrada. Se busca en el Yoga una terapia y no tanto un método de autoconocimiento.

       Espiritualidad

      Ha llegado el momento de apuntar que el Yoga tiene manos y pies, cabeza y entrañas, corazón y arterias, pero también mente y alma. Es un todo indivisible tal como es un organismo vivo, nada en su constitución le es gratuito. Plantear un Yoga integral no implica necesariamente hacerlo más complicado o engorroso, más elitista o esotérico, sino más real.

      Estamos señalando desde el inicio que el Yoga se tiene que adaptar y, si somos capaces de proponer una variante de un āsana, hacerla dinámica para su mejor aprendizaje, utilizar elementos exteriores como cintas, bloques o soportes en la pared para que el alumno pueda regularse, también lo podemos hacer con los ejercicios de respiración, la meditación o la filosofía. Podemos hacer juegos para desbloquear la respiración, ejercicios de concentración para preparar la meditación, utilizar algún cuento sabio para explicar conceptos de la filosofía del Yoga. Sólo nos falta claridad en los objetivos y creatividad para encontrar atajos y nuevas formas de aprendizaje. Tenemos mucho que hacer en esta rama de la pedagogía del Yoga.

      Sin embargo, el mayor tabú a la hora de implementar un Yoga integral es la espiritualidad. Desde la perspectiva del Yoga, la espiritualidad