budista o cristiano y practicar Yoga pero también puede no seguir ninguna religión. La espiritualidad del Yoga tiene que ver con la comprensión profunda de que somos mucho más que estructuras mentales con las que estamos identificados y, por lo tanto, que más allá de ellas podemos encontrar el núcleo profundo del Ser que es fuente de conciencia, de paz y de libertad. El Yoga como disciplina estructurada nos dice que esa fuente de dicha y claridad se puede experimentar si seguimos adecuadamente los pasos a través de una práctica por la que discurre nuestro proceso interior. Espiritualidad puede ser simplemente vivir las experiencias vitales desde un enfoque del que extraer el máximo aprendizaje y percibir así, a lo largo de los años, un sentido interno que nos orienta y nos da coraje. Cuando descubrimos que no estamos aislados sino en íntima conexión con la naturaleza, cuando aprendemos a amar lo que hacemos y a respetar lo que sentimos ante los demás, cuando somos capaces de diluirnos ante la infinitud de lo que nos rodea, podemos decir que empezamos a iluminarnos por dentro.
En todos nosotros hay un anhelo de trascendencia y una búsqueda de sabiduría y sería un error, en la divulgación del Yoga, evitar (por miedo, complejo o estrechez de miras, por el resquemor o la desconfianza que genera todavía la espiritualidad) el abrir pequeños espacios en nuestras clases de Yoga para investigar sobre la profundidad del Ser que somos.
Yoga real
A causa de ese complejo que poseemos sobre la espiritualidad conviene salir de los templos y aterrizar en la vida cotidiana. Hablando de Yoga, necesitamos despejar la confusión que tenemos entre medios y fines. La salita de práctica personal o el centro de Yoga donde acudimos semanalmente sólo son laboratorios donde drenar tensiones, reforzar cualidades, cultivar la atención o aumentar la sensibilidad que después vamos a necesitar en nuestra vida. Podríamos decir que el Yoga real es el Yoga cotidiano, el que hacemos día a día: el Yoga de fregar los platos, peinar a nuestra mascota, enviar el correo electrónico a nuestro cliente o jugar con nuestros hijos. Es ahí, en los entresijos de la vida donde se dan los āsanas más complicados, las técnicas de relajación más insospechadas y el control de la respiración más difícil. Es ahí donde tenemos que insistir.
Mientras estamos en la esterilla con los pies más arriba que la cabeza o manteniendo el equilibrio con un pie no hemos de olvidar que el Yoga empieza con nuestra vida real porque el Yoga es una filosofía de vida, una respuesta al sufrimiento, un dominio de sí mismo y un arte de fluir con la existencia. Y todo esto lo practicamos desde que abrimos los ojos por la mañana hasta que los cerramos por la noche.
Orientación
Cualquier objetivo en la práctica del Yoga, por pequeño que sea, es lícito y conveniente. Hacer Yoga para perder peso o para dormir mejor pueden ser propósitos totalmente respetables y, quién sabe, quizás generen el deseo de conocer el Yoga en profundidad más adelante. Lo importante en la transmisión del Yoga es tener claro el para qué, de la misma manera que al sostener un martillo sabemos si es para arreglar un mueble o para hacer una escultura. La orientación en el Yoga es clave para no perderse y para ajustar expectativas y resultados. La misma técnica que utilizamos variará en su enfoque e intensidad si la orientación es una u otra, o ambas a la vez.
La primera orientación que contemplamos en la práctica de Yoga es la salud. Hacemos Yoga para sentirnos mejor y para potenciar nuestros recursos fisiológicos. Qué duda cabe que la práctica asidua del Yoga ayuda al tránsito intestinal, favorece el retorno venoso, oxigena mejor nuestros tejidos, equilibra la presión arterial, relaja la musculatura, endereza la columna, calma el sistema nervioso y fortalece el inmunológico, entre muchos otros beneficios. No hay que insistir más en esto que se ha difundido a los cuatro vientos, pero lo que me parece más importante de esta orientación es que constituye un recurso más que la persona puede utilizar de forma independiente en su vida.
Acostumbramos a ser pasivos en la enfermedad cuando nos vivimos como “pacientes”, valga la idoneidad de la palabra, de un tipo de terapia u otro, o cuando recibimos pastillas, agujas de acupuntura, bolitas homeopáticas, infusiones naturales o masajes terapéuticos. Es evidente que son necesarios y la práctica del Yoga no implica renunciar a ellos, pero sí es importante destacar, desde esta orientación, que el Yoga no es algo que recibimos sino algo que hacemos. Es una técnica que nos da libertad porque aporta conocimiento para profundizar en nuestras tensiones. Conformamos así un Yoga para una gestión activa de nuestra salud.
La segunda orientación tiene que ver con el conocimiento de uno mismo. Cuando hacemos un āsana, por ejemplo, podemos notar con facilidad nuestras tensiones corporales, por otro lado nada extraordinario, pues vivir comporta desgaste y tensión. Pero esas tensiones, cada uno con las suyas, se tornan significativas. La tensión en los hombros, las cervicales o las lumbares nos pueden señalar, a menudo dolorosamente, que hay demasiada tensión en nuestros actos, una sobrecarga de responsabilidad en el trabajo o excesivo control en nuestras relaciones. Un ejercicio de respiración nos puede indicar un posible desequilibrio entre el dar o el recibir, y unos minutos en el silencio de la meditación la capacidad o no de estar con uno mismo sin angustia. Es decir, el Yoga nos sirve de espejo donde mirarnos y nos ayuda a comprendernos un poco más y, a ser posible, a aceptarnos.
La tercera orientación posible en nuestra práctica reside en un impulso de trascendencia tal y como comentábamos unos párrafos más arriba. El Yoga nos ayuda a comprender que todo está profundamente interrelacionado y que nosotros, por muy insignificantes que nos sintamos, formamos parte de una cadena infinita de vida que va desde las partículas subatómicas a los grandes cúmulos de las galaxias. Como los antiguos, podemos decir que el microcosmos que nos habita se refleja en el macrocosmos que nos sostiene, y viceversa. Esa íntima relación es la que buscamos en Yoga, una progresiva detención de las oscilaciones ordinarias de nuestra mente para encontrar una quietud intensa donde lo sutil de la existencia halle su propia voz.
Resumiendo: la dimensión terapéutica del Yoga nos ayuda a tener salud y vigor; la parte de crecimiento personal es una invitación a reconocernos y a (desde la aceptación de la realidad que percibimos) transformar los elementos disfuncionales de nuestra personalidad. Es desde esta salud y maduración interior desde donde podremos dar un salto inmenso hacia las profundidades de nuestro Ser. Ello implica, evidentemente, un cierto compromiso y una responsabilidad personal de integración, cada vez mayor, del Yoga en nuestra vida.
Yoga creativo
La tradición no es un esquema anclado en el pasado al cual nos hemos de ceñir, más bien hemos de entenderla como una sabiduría que se abre camino a lo largo de los siglos; en una transmisión directa o escrita, que se adapta a las circunstancias y a las mentalidades donde logra germinar. En este sentido toda tradición debería ser lo suficien temente flexible para captar el espíritu de los tiempos y ajustarse a ellos, pero ¿cómo hacerlo?
El Yoga, insistimos, necesita renovarse. Hace tiempo que salió de la cueva, del bosque y del ashram, hace ya mucho que está en la calle y llama a la puerta de la gente. Hoy en día el Yoga tiene que ayudar a la educación en las escuelas y también mejorar la autonomía de nuestros mayores. El Yoga, ahora mismo, ha de formar parte del equipo de salud, haciendo lo que sabe hacer, ayudando a movilizarnos, a relajarnos, a respirar y a encontrar momentos de quietud. El Yoga puede ser un complemento ideal dentro de la empresa, de la fábrica o de la oficina para gestionar los elementos que generan estrés; puede reforzar en los jóvenes la capacidad para concentrarse en el estudio y evitar lesiones innecesarias en el deporte; puede ayudar mucho en todo tipo de discapacidades e incluso a favorecer la mejora personal en los periodos prolongados de falta de libertad que supone la prisión. El Yoga tiene un gran potencial pero necesita ser creativo.
La creatividad no es más que inteligencia aplicada a una situación dada. Debemos seguir fielmente la brújula del Yoga, pero hemos de tener también la suficiente habilidad para encontrar el trayecto más adecuado a nuestros gustos y necesidades. Cada vez más, el Yoga se parece a un self service con infinitas posibilidades; depende de nosotros hacer un buen uso y, si tuviéramos que dar un consejo, diríamos que más vale servirse aquello que podamos digerir bien, masticando lentamente. El Yoga de este siglo tiene que apoyarse en la escucha respetuosa de lo que somos y dar una respuesta creativa a lo que nos