Yoga de los ocho miembros) para darnos cuenta de que la ética, la disciplina corporal, energética y respiratoria, sensorial y de concentración, meditativa y de absorción están perfectamente encajadas. Incluso volviendo al ejemplo gastronómico que apuntábamos antes, la nutrición es para todo el cuerpo, desde las células hepáticas hasta las neuronas. Es de sentido común que si estos nutrientes no llegaran a todas las células nos encontraríamos en un ciclo de subdesarrollo o muerte celular. Precisamente, lo interesante de la ciencia yóguica es su carácter globalizador, ya que enfoca la vida en su conjunto.
Cierto que cada etapa de la vida requiere un acento distinto y así, decimos en Yoga que en la etapa juvenil éste recae en āsana, en la etapa adulta en prānāyāma y, más adelante, en dhyāna, miembros del asthānga-yoga que veremos en capítulos posteriores. Sin embargo, nunca abandonamos este método simplificado donde en un vértice prestamos atención a la estructura corporal, en otro al movimiento y canalización de la energía y en el tercero, a los procesos mentales. Recapitulando: todo ello sólo hay que tenerlo en cuenta como marco general, pues la acción específica y su desarrollo dependerá de cada practicante, de sus necesidades y de sus motivaciones.
En todo caso, la práctica tiene que ser completa pero también armónica, no podemos hacerlo todo y todo a la vez, tenemos que buscar unos ejercicios equilibrados que se apoyen mutuamente y que se compensen entre sí.
Práctica adaptada y progresiva. Pero, ¿cómo sabemos que la práctica que hacemos, aunque sea continuada, respetuosa y entusiasta, es la que nos corresponde? De la misma manera que sabemos que las medicinas que tomamos son adecuadas a nuestra enfermedad a partir de un diagnóstico riguroso realizado por un especialista con experiencia en tratamientos a lo largo del tiempo. No hay manera de avanzar con éxito en una práctica, si no nos hemos detenido a hacernos un chequeo en profundidad.
¿Qué es lo que tenemos que activar y qué lo que tenemos que calmar en dicha práctica? ¿Qué hay que tonificar y qué flexibilizar? ¿Qué actitudes queremos desarrollar y qué tendencias queremos aplacar? Adaptar una práctica es lo mismo que hacer un traje con tejidos a medida: adaptarlos a una estructura corporal concreta y a la posible actividad que se va a realizar con dicho vestido. Pero acostumbrados a ponernos ropa prêt-a-porter perdemos la sincronía con el vestir que todo buen sastre aprecia. Y esto que resulta curioso en el vestir puede convertirse en algo serio cuando practicamos exclusivamente métodos de Yoga estructurados dirigidos a todo el mundo con muy poca adaptación. Perdemos, de entrada, nuestra escucha y, de paso, esa eficacia y armonía que toda práctica individualizada tiene.
La práctica tiene que entrar como un guante, éste no puede apretar ni estar holgado porque dificultaría el asimiento preciso de los objetos. Por eso la práctica no puede ser cualquier práctica, tiene que tener el tiempo y los ritmos adecuados, la intensidad y los medios reguladores que necesitamos.
Ahora bien, esta adaptación se debe hacer a lo largo del tiempo por la sencilla razón de que cada día, en cada estación y en cada temporada de nuestra vida hay cambios sustanciales que hay que tener en cuenta. La práctica se establece por etapas o por fases, procurando que tengan rigor. Si la práctica nos ayuda a sacarle punta a nuestra vida, ello sólo ocurre dentro de un proceso.
Abordar creativamente este proceso es fruto de nuestra inteligencia. Para conseguir ciertos resultados deseables primero tenemos que desarrollar aspectos básicos. Es posible que no podamos hacer una āsana específica en el comienzo, pero esto no es un problema; podemos empezar por una variante más sencilla con la ayuda de algún elemento externo para facilitar nuestra autorregulación. Más adelante alcanzaremos la postura propuesta quizá con algún elemento dinámico. No hay prisa, la postura que hemos planteado en un inicio aparecerá como resultado de un proceso inteligente.
Si fuéramos alpinistas ascenderíamos a la cumbre por etapas, con los descansos necesarios, con el tiempo suficiente para adaptarse a la altitud, con los instrumentos adecuados y con el ímpetu elevado. Aunque hay que decir, para ser más exactos, que el objetivo último del Yoga no es tanto una cumbre lejana que anhelamos como el mismo momento que estamos viviendo y que pasa desapercibido ya sea por nuestra dispersión o superficialidad. El paisaje que estamos viendo mientras caminamos forma parte también del objetivo del Yoga.
Kriyâ-yoga
Hasta el momento hemos visto algunas de las cualidades de la acción para que nuestra práctica sea estable. Una práctica que tiene cimientos y tiene armonía porque está pensada para fluir con nuestra vida y se vuelve soporte para rozar siquiera la fuente en la que se baña el Ser que somos.
Ahora bien, es evidente que la práctica no es sólo lo que puedes hacer sobre una esterilla, tiene que englobar desde el cuerpo al espíritu pasando por las capas intermedias, especialmente todo lo concerniente a la mente. La palabra clave en Yoga es kriyā, que significa purificación, y que Patañjali plantea en el primer sūtra del sādhana-pāda. La raíz de kriyā es kri que significa algo que tiene que realizarse, una especie de obligación, acción o esfuerzo para conseguir un conocimiento. Este Yoga de la acción purificadora tal vez sea una simplificación del gran Yoga pero, en definitiva, es el Yoga del día a día, el Yoga real sin el cual todo el abanico metafísico no tendría sentido. Veamos los tres elementos de este kriyā-yoga.
Tapas. Este concepto lo encontramos, en primer lugar, en las Upanishads (escritos del hinduismo védico tardío) e indica una especie de ardor que siente el iniciado en su práctica intensa. Esta intensidad funciona como un fuego que quema las impurezas. La metáfora tradicional es la de la gota de néctar que desciende desde la cima de la cabeza y se quema en el fuego del vientre. Si existe mucha ceniza, es decir, muchas impurezas, el fuego quema lentamente y con dificultad. Si limpiamos ese horno alquímico e insuflamos más vigor tal como hacemos con un fuelle sobre nuestra hoguera podremos aumentar el fuego. ¿Para qué? El mito nos habla de la Kundalinī, serpiente enroscada tres vueltas y media en la base de la columna que podrá despertar y ascender a través del canal central cuando los obstáculos hayan sido eliminados gracias a ese fuego purificador. Este relato sugiere, en otros términos, la importancia de elevar la energía instintiva hacia el polo de la conciencia y para ello es necesario ese calor fruto de una ascesis.
Cabe remarcar que este calor se genera a través de nuestra voluntad y está enmarcado en una práctica rigurosa que nos ayuda a mantenernos sanos en cuerpo y mente. Nos asiste en el dominio de uno mismo, nos da coraje para sortear los obstáculos de la vida y una buena disposición frente a la acción. En todo caso tapas es el primer elemento de la práctica que purifica el cuerpo a través de āsanas, de una alimentación frugal y de unos ejercicios de higiene en profundidad.
Svādhyāya. Con tapas podemos hacer una gran hoguera y quemar muchos troncos, de esta manera movilizamos una tremenda energía con una práctica intensa pero tal vez sin tener clara la dirección. El hámster también camina velozmente sobre una rueda que, sin embargo, no va a ningún sitio. Asimismo, necesitaríamos disparar una flecha en una dirección precisa, allí donde colocamos nuestras metas.
Svādhyāya significa estudio de sí mismo y esto, tradicionalmente, se ha hecho a través de la lectura y relectura de los libros sagrados y, como no, de la relación fundamentalmente iluminadora con los maestros y maestras.
Interrogarse acerca de quién soy es utilizar una pregunta clave como palanca para abrir las puertas de la mente o una lupa para entender los meandros de nuestra propia personalidad. Si tapas, desde la perspectiva del campesino, es hacer surcos para que llegue el agua a los campos cultivados, svādhyāya es la luz del sol que hace crecer las plantas. De eso se trata, de tener luces, de intensificar la inteligencia para poder discriminar lo que es anecdótico de lo esencial, lo que es pura apariencia de lo que es real; en definitiva, lo que pertenece al ego de lo que corresponde al Ser.
Hasta aquí, la acción tiene que ser purificadora y la decisión esclarecedora. Tapas y svādhyāya se reclaman como el motor y el volante de un coche, debemos poner inteligencia e intención a nuestra práctica para que ésta nos lleve en la dirección deseada.
Hoy