412-414.
45 Sobre la distinción entre liberalismo y republicanismo, véase Ortiz Leroux, 2014, pp. 51-53; Marcone, 2015, pp. 107-121; Arroyo, 2016, pp. 245-274; Rosler, 2016, pp. 305-311.
46 Halperín Donghi, 1993, pp. 745-751.
47 Rojas, 2014, pp. 315-323.
48 Jaksic y Gazmuri (eds.), 2018, pp. 141, 142 y 145-147.
49 Lozoya López, 2018, pp. 171 y 172; Casals, 2018, pp. 342-346; Correa et al., 2011, pp. 124-130.
50 Guillén Martínez, 2015, pp. 415-417; Melo, 2017, pp. 208-210.
51 Para una revisión historiográfica de este periodo de la historia de Cuba, véase Pérez, 1988, pp. 281-288; Pérez-Stable, 1993, pp. 37-51; Ameringer, 2000, pp. 167-190; Riera Hernández, 1974, pp. 7-34; Guanche, 2008, pp. 305-328; Ehrlich, 2015, pp. 93-117; Rodríguez Arechavaleta, 2017, pp. 15-22; Ramírez Chicharro, 2019, pp. 13-35.
52 Mañach, 1944, p. 99.
ii
Haya, Mella y la división originaria
El encuentro entre Víctor Raúl Haya de la Torre y José Vasconcelos en México, durante el exilio del primero provocado por la dictadura de Augusto Leguía, es una de las escenas fundacionales del despegue de la ideología revolucionaria en el siglo xx latinoamericano.1 Haya llegó a México a fines de 1923, luego de encabezar el movimiento estudiantil contra el régimen peruano y tras un breve periplo que lo llevó a Panamá y a Cuba, donde alentó los trabajos de la Universidad Popular José Martí, creada por el joven comunista Julio Antonio Mella, a partir del modelo de la Universidad Popular González Prada en Lima, a principios de la década.2 En México, donde trabajaría como asistente de Vasconcelos, entonces secretario de Educación Pública del Gobierno de Álvaro Obregón, Haya compartió el entusiasmo por la Revolución mexicana y por la difusión, a través de ella, de las ideas, los líderes y las aspiraciones de otras dos revoluciones: la rusa y la china de 1911.
Las ideas de Vasconcelos sobre el nacionalismo revolucionario latinoamericano, plasmadas en el ensayo La raza cósmica (1925), promovidas por el intelectual mexicano en una apoteósica gira por Brasil y Argentina, estuvieron en el origen de la concepción de la Alianza Popular Revolucionaria Americana (APRA), fundada en la capital mexicana en 1924. Vasconcelos llamaba a una regeneración de América Latina por medio del mestizaje, pero también a la proyección de una identidad espiritual virtuosa, propia de una civilización indoamericana capaz de sintetizar valores universales que solo se manifestaban fragmentariamente en otras partes del mundo.3 La nueva civilización o la nueva raza de que hablaba el intelectual mexicano era singular y universal a la vez por basarse en el mestizaje de todas las anteriores o existentes, sin “repetir a ninguna ni en la forma ni en el fondo”.4
La tesis, incorporada por Haya de la Torre a la creación del APRA, suponía que esa nueva civilización racial y espiritual, llamada Indoamérica, debía asimilar lo mejor de las otras razas y civilizaciones, exhibiendo una fisonomía propia. Vasconcelos decía, a propósito de las cuatro alegorías del patio del Palacio de la Educación Pública, las de Grecia, España, México y la India, que la raza cósmica se forma con los “tesoros” de las otras.5 Haya retomará la idea en muchos de sus textos escritos entre 1923 y 1927 y reunidos en el volumen Por la emancipación de América Latina, aunque complementando a Vasconcelos por medio de un marxismo-leninismo revisado: la civilización latinoamericana era específica, diferente a la europea, no solo por la identidad de su cultura o su civilización, sino por el sedimento “feudal” y “colonial” de su capitalismo.6 Ese sedimento, a juicio del intelectual y político peruano, era producto de la dominación imperialista: en América Latina, dirá enmendando a Lenin, el imperialismo no era la última, sino la fase originaria del capitalismo.
Las ideas de Haya de la Torre se inspiraban en el latinoamericanismo de la generación de 1910, especialmente, en ensayos como El porvenir de América Latina (1910) y El destino de un continente (1923) del argentino Manuel Ugarte, que reseñó elogiosamente. En consonancia, esas ideas tuvieron una recepción entusiasta en un campo intelectual iberoamericano, ávido de alternativas de integración continental frente al panamericanismo estadounidense. Haya recibió mensajes de apoyo y solidaridad de los españoles Miguel de Unamuno y Eduardo Ortega y Gasset, el argentino José Ingenieros, el uruguayo Carlos Quijano y el guatemalteco Miguel Ángel Asturias, que participaron en la Asamblea Antimperialista Latinoamericana de París en 1925. No solo hispanistas antisajones, como el chileno Joaquín Edwards Bello en El nacionalismo continental (1925), sino comunistas como Julio Antonio Mella y José Carlos Mariátegui secundaron el integracionismo de Haya hasta 1927.7
En las páginas que siguen propongo reconstruir el momento de la ruptura entre apristas y comunistas, luego de repasar la confluencia inicial de aquellas corrientes de la izquierda a principios de los años veinte. Nuestro argumento es que la fractura tuvo elementos geopolíticos que han sido subestimados, mientras se magnifican divisiones ideológicas que, desde la historia conceptual, resultan menos decisivas. El choque entre comunistas y populistas a fines de los veinte tiene como origen la intensificación de la red internacional de Moscú, específicamente en América Latina, por un lado, y la construcción del sistema político mexicano, basado en el presidencialismo autoritario y el partido hegemónico, por el otro. El distanciamiento entre comunismo y populismo fue, también, resultado de la divergente institucionalización de las dos primeras revoluciones del siglo xx: la mexicana y la rusa.
haya y el bolchevismo
Los orígenes del APRA están marcados por la visión entusiasta del bolchevismo que Haya posee e impulsa a principios de los años veinte. Antes que Julio Antonio Mella, José Carlos Mariátegui, Juan Marinello, Aníbal Ponce y algunos de los comunistas de la primera generación, el peruano viajó a Moscú y conoció a Trotski. Existen diversas hipótesis sobre el origen de aquel viaje a la Unión Soviética: algunos sostienen que Haya viajó a instancias de comunistas mexicanos como Diego Rivera y Rafael Carrillo Azpéitia, que lo propusieron para intervenir en el V Congreso de la Internacional y hacer avanzar la fundación de partidos comunistas en América Latina. Otros, como Roy Soto Rivera, sostienen que el viaje fue parte de una gira estudiantil por Europa, financiada desde Lima por Ana Melisa Graves y respaldada por Vasconcelos desde México, quien lo incorporó al primer tramo del trayecto a Nueva York.8 También intervinieron, por lo visto, en aquel viaje la Federación Obrera de Lima, el periódico mexicano El Universal Ilustrado, en el que Haya colaborada, y la red de estudiantes marxistas, socialistas y cristianos de Estados Unidos, en la que destacaba Bertram Wolfe, un joven graduado de la Universidad de Columbia, militante del Partido Comunista estadounidense, muy bien relacionado con el naciente comunismo mexicano.
Haya permaneció en la Unión Soviética entre julio y octubre de 1924, meses decisivos para la historia del comunismo en el siglo xx, puesto que fueron los que siguieron a la muerte de Lenin y dieron inicio a la fractura del primer bolchevismo. En sus notas de viaje, insistía en que su objetivo era “ver” y “estudiar la nueva realidad rusa” y aseguraba presentarse como “no comunista” y haber hablado en el V Congreso del Comintern en la “tribuna de periodistas”.9 Sus retratos de líderes soviéticos son apenas brochazos, pero suficientemente comunicativos como para detectar sus preferencias: Lunacharski es “sagaz y talentosísimo”; Zinóviev “rechoncho y bastante afónico”; Kalinin “sencillo, viejo campesino de tono muy monótono”, Stalin “vigoroso, imponente, con su gesto astuto y sus largos discursos, aparentemente sin mayor elocuencia”, y Ríkov “más vivaz”…10
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