la importante revista marxista británica fundada por el comunista inglés de ascendencia sueca e india Rajani Palme Dutt, merecería mayor estudio. El más formulado programa del APRA aparecía en una publicación que, aunque se cuidaba de no ser identificada como órgano oficial del Partido Comunista británico, era dirigida por un dirigente de ese partido y del Comité Ejecutivo de la Internacional Comunista (CEIC), como Palme Dutt, a quien Moscú encargaría intervenir en la fundación del Partido Comunista en la India. Haya, quien en el cuarto número de Amauta volvía a formular la idea de un “frente común intelectual” en América Latina, en diálogo con las tesis del nacionalismo continental de Vasconcelos, traslada al programa del APRA algunas ideas del propio Palme Dutt sobre la India, China y la necesidad del diálogo entre socialismo y nacionalismo en Asia.27
El frentismo, que Haya traslada del plano intelectual al político en “¿Qué es el APRA?”, no solo se refería a la alianza entre clases, sino a ese diálogo entre nacionalistas y comunistas en América Latina. El líder peruano defendía enfrentar el dominio del “imperialismo yanqui” en la región por medio de una “unidad política de América Latina”, que en otros textos llama “confederación”, pero también a través de medidas más concretas como la nacionalización de tierras e industrias, la internacionalización del canal de Panamá y la solidaridad con “todos los pueblos y clases oprimidos del mundo”.28 Haya llegó a contemplar posibles alianzas con Gobiernos europeos, contrarios a la expansión de Estados Unidos hacia América Latina, como el francés bajo el mandato del socialista Édouard Herriot, a mediados de los años veinte, que reconoció a la Unión Soviética y mostró desagrado con el tono agresivo del secretario de Estado Frank Billings Kellogg, bajo la presidencia de John Calvin Coolidge, en la negociación del tratado de arbitraje con México.
Aunque insistía, una y otra vez –por ejemplo, en su mensaje a los cubanos apristas de Mañana– en que los problemas latinoamericanos no podían tener soluciones europeas, había una flexibilidad geopolítica en Haya de la Torre que, inevitablemente, debió de generar suspicacias e incomprensiones en la izquierda comunista prosoviética. Haya hablaba con admiración del Kuomintang chino y decía que su aspiración era lograr “un organismo revolucionario que arraigara en la conciencia de las masas” como el partido nacionalista de Sun Yat-sen y Chiang Kai-shek.29 Sin embargo, sus alusiones a la Revolución china, al igual que sus opiniones sobre la mexicana, eran más complejas, ya que no se referían únicamente a la corriente nacionalista, sino a toda la diversidad de fuerzas involucradas, incluyendo, por supuesto, a Chen Duxiu, Li Dazhao y los comunistas. En pasajes como el siguiente, Haya no hablaba únicamente de los nacionalistas, sino también de los comunistas, a quienes el Comintern había sugerido una alianza con los primeros a principios de los años veinte:
Para nosotros, pueblos latinoamericanos, la China joven es un ejemplo extraordinario. China renace por sí misma y la libertad del pueblo chino es obra de los chinos mismos. Las figuras de la juventud revolucionaria china que dirigen la acción, que luchan en las batallas, que gobiernan las grandes secciones del país conquistadas por la revolución, son eminentes figuras directoras, hombres que encarnan profundamente la conciencia en rebelión de su pueblo.30
Sin embargo, hasta 1928 por lo menos, la construcción de la red del APRA comparte, con la propia red del Comintern, algunos espacios de la izquierda americana y europea. Es a principios de ese año que las tesis del largo VI Congreso de la Internacional Comunista, en Moscú, encabezado por Nicolái Bujarin, que operaron el giro hacia la estrategia de “clase contra clase”, frente a las alternativas socialdemócratas y nacionalistas de la izquierda, llegan, propiamente, a América Latina.31 Eso explica que Haya todavía colabore en Amauta en 1927 y que participe activamente en el Congreso contra la Opresión Colonial y el Imperialismo de Bruselas, en febrero de 1927, organizado, entre otros, por el escritor francés Henri Barbusse, el marxista alemán “Willi” Münzenberg y el dirigente comunista neoyorquino Charles Francis Phillips (“Jesús Ramírez”, “Manuel Gómez”, “Charles Shipman”, “Frank Seaman”), fundador de la Liga Antimperialista de las Américas (LADLA).32
A medida que el Comintern y los partidos comunistas latinoamericanos abandonaban las posiciones dialogantes del periodo bolchevique, Haya reafirmaba su confianza en la necesidad de involucrar a las clases medias en la lucha, en priorizar la defensa de la soberanía nacional y en presentar la Revolución mexicana como referente central de la política latinoamericana.33 “Cada Gobierno latinoamericano es un virreinato del imperialismo yanqui”, decía, y para salir de esa condición colonial era indispensable una política concertada y unitaria que debía incluir a la clase política regional.34 A la vez que lanzaba una convocatoria tan amplia, llamaba a aplicar el “método dialéctico”, desechando todas las denominaciones previas de la región –América Latina o Hispanoamérica– y adoptando la de Indoamérica.35 En esa doble prédica socialista y nacionalista se unirá a José Ingenieros en el volumen Teoría y táctica de la acción renovadora de la juventud en América Latina (1928).
La solución que Haya daba al “problema del nombre” con el término Indoamérica deja ver su aproximación al indigenismo. Pero el elemento indigenista en Haya, como apuntábamos más arriba, carecía de una ideologización del mestizaje y, a la vez, de una total subordinación del conflicto étnico al conflicto clasista. En su ensayo “La causa del indio” (1927) suscribía la tesis de González Prada y otros de que la “causa del indio es social, no racial”.36 Aunque más adelante reclamaba el reconocimiento de la diversidad étnica de Perú y América Latina como un componente del antimperialismo, ya que al defender a las comunidades se enfrentaba a la ideología imperial, que consideraba “nuestras razas inferiores” y con ese prejuicio creaba una “justificación moral” para la opresión y la servidumbre.37
Conforme se perfilaba el programa del APRA, Haya se vio en la disyuntiva de tener que tomar una doble distancia del clasismo marxista, a lo Julio Antonio Mella, y del nacionalismo identitario, a lo José Vasconcelos. Lo dice de manera bastante clara en algunos textos de fines de los años veinte y principios de los treinta, cuando advierte que “en la lucha contra el moderno imperialismo –capitalista e industrial, de los Estados Unidos, que es el imperialismo que con más vigor nos subyuga– tampoco puede existir una rivalidad nacional o racialista”.38 Y lo reafirma más adelante, en un deslinde entre nacionalismo y socialismo, de un lado, y racialismo y chovinismo, del otro. En pocos intelectuales latinoamericanos de aquellas décadas, esa diferencia llegó a ser tan explícita:
No siendo los pueblos de Norteamérica y los de la América Latina descendientes de un mismo tronco racial, no ha faltado entre nosotros quienes hayan visto el problema de nuestra lucha defensiva como una cuestión nacional, como una rivalidad étnica entre sajones y latinos. Esta concepción me parece falsa y el aprismo la condena. Nosotros luchamos contra un sistema económico que se proyecta sobre nuestros pueblos como una nueva conquista. Nosotros los apristas no tenemos una concepción racial de nuestra defensa contra el imperialismo yanqui.39
Una vez más, Haya encontrará el equilibrio adecuado entre ese nacionalismo no racialista ni chovinista y ese socialismo no clasista ni prosoviético en la Revolución mexicana. En mayo de 1927, en un texto escrito en Oxford para The New Leader de Londres, admite que los Gobiernos de Álvaro Obregón y Plutarco Elías Calles no han podido “avanzar en el real camino del socialismo”, pero no duda que ese será el camino.40 Ante el conflicto religioso de la “guerra cristera” respalda al Gobierno mexicano, aunque volviendo al punto de que, a su juicio, la verdadera raíz del problema no era religiosa, sino consecuencia de la “política de expansión y amenaza de Estados Unidos”.41 A Haya no le cabe duda, a fines de los años veinte, de que la vanguardia de la revolución latinoamericana sigue estando en México y lo reitera en cuanto elogio escribe de las ideas de Romain Rolland sobre América Latina, como lugar de relanzamiento de la utopía del Nuevo Mundo frente a la decadencia de Occidente.42
Aquella apuesta por México, en medio del ascendente cuestionamiento del Gobierno mexicano como “burguesía nacional” por parte del Comintern y los comunistas prosoviéticos, se lee en su correspondencia con sus amigos mexicanos, especialmente con Vasconcelos, pero también con el poeta Carlos Pellicer.43 Haya daba la razón al influyente