sujeto verdaderamente revolucionario. “La liberación nacional absoluta –decía– solo la obtendrá el proletariado y será por medio de la revolución obrera”.59 Del campesinado, decía Mella: “La experiencia ha probado que el campesino –el indio en América– es eminentemente individualista y su aspiración suprema no es el socialismo, sino la propiedad privada”.60 De los intelectuales, algo similar:
Todo el mundo sabe que los trabajadores intelectuales, considerados en conjunto, como el ARPA quiere, no son revolucionarios, ni antimperialistas, ni proletarios, sino pequeños y grandes burgueses, casi siempre aliados al capitalismo nacional reaccionario o instrumentos o servidores del imperialismo.61
La “fanfarria arpista”, agregaba Mella, concedía automáticamente el liderazgo de la revolución a la pequeña burguesía o a la clase media.62 Esa alianza entre el campesinado, las clases medias e intelectuales, que otorgaba la hegemonía a estos últimos y no a los obreros, se manifestaba, a juicio de Mella, en dos referentes de Haya: las revoluciones china y mexicana. Cuando el cubano decía que las tres grandes revoluciones del siglo xx, la rusa, la mexicana y la china, demostraban que un frente amplio de obreros, campesinos y pequeña burguesía se estancaba si la hegemonía no estaba en manos de los primeros, no hacía más que postular a la Unión Soviética como paradigma o modelo a seguir en América Latina. China y México, según Mella, y la propia cúpula del PCM eran revoluciones estancadas.
El cubano también daba golpes bajos, como en la mejor tradición del panfletismo marxista-leninista. Alteraba las siglas de la organización (APRA por ARPA) para sugerir que lo que Haya y sus seguidores hacían era música y no política. Confrontaba al peruano con sus propios aliados, al asegurar que los libros de José Ingenieros y Manuel Ugarte eran más “útiles” que la retórica aprista.63 Y, como si Haya no lo reconociera constantemente, sostenía que las ideas de Haya provenían de la Revolución mexicana y que los artículos 27 y 123 de la Constitución de Querétaro eran “más revolucionarios” que toda la “palabrería arpista”.64 Pero el momento menos cívico del libelo de Mella llegaba cuando el joven dirigente cubano acusaba a Haya y a los apristas de “atacar en privado –no hay valor moral y sería mala estrategia hacerlo en público– a la Revolución rusa, a los comunistas y a todos los obreros verdaderamente revolucionarios”.65
Mella, que no fue nunca muy dado al debate propiamente teórico, como Mariátegui o Gramsci –quienes, por cierto, pensaron el rol de los intelectuales, la cuestión rural o el problema étnico de un modo más creativo–, mimetizaba el argumento escolástico, tipo Lenin en Materialismo y empiriocriticismo (1908), de que los apristas fallaban como revolucionarios porque no eran coherentemente “materialistas”.66 Al insistir en la autoridad doctrinal de Lenin, como fuente infalible, extrapolaba experiencias históricas disímiles, como la del populismo ruso de fines del siglo xix, que veía como equivalente del proyecto aprista.67 Sin embargo, tampoco el cubano ocultaba del todo el verdadero motivo de la reacción prosoviética contra Haya de la Torre y el aprismo y era el llamado a la creación de un “partido continental”, independiente de la red comunista.68
Esa disputa estrictamente territorial, que sobredimensionaba diferencias teóricas de menor rango, se plasmaba en la agresividad con que Mella rechazaba el respaldo de los apristas a la lucha de Augusto César Sandino en Nicaragua contra la ocupación militar estadounidense y a los nacionalistas y demócratas guatemaltecos que resistían los regímenes militares y conservadores de José María Orellana y Lázaro Chacón González.69 Según Mella, esos apoyos, así como las constantes referencias de Haya al modelo nacionalista revolucionario del Kuomintang chino, suponían una tendencia divisionista o alternativa dentro del movimiento socialista mundial. Aunque Mella escribió su texto antes de que culminaran los trabajos del VI Congreso del Comintern, en septiembre de 1928, algunas de sus afirmaciones, como la de que la “penetración imperialista terminaba con el problema de la raza”, tenían la factura del determinismo economicista soviético.70
Sin embargo, el recelo antipopulista y antinacionalista de Mella lo llevaba a acertar en la crítica de algunas contradicciones de Haya de la Torre. Una de las más evidentes era la de elogiar constantemente al Kuomintang y, la vez, respaldar el movimiento antichino en México. Por lealtad a los gobernantes del México posrevolucionario, Haya, según Mella, hizo “declaraciones que defendían el interés de los comerciantes mexicanos, amenazados por la competencia, y que atacaban, so pretexto de inferioridades raciales y vicios, al consumidor pobre, al proletariado y al semiproletariado”.71 Mella parecía coincidir con la propaganda oficial del Maximato callista, que machacaba que los “chinos hacían competencia a los comerciantes nativos”, pero tenía razón en confrontar a Haya cuando el peruano hacía el juego al racismo y el nacionalismo mexicanos.72
Los estudios de Christine Hatzky y Víctor y Lazar Jeifets, en los archivos de Moscú, permiten concluir que Mella fue readmitido en el PCC en mayo de 1927, luego de su desempeño en el Congreso de Bruselas y de su viaje a la Unión Soviética en la primavera de ese año, donde se entrevistó con Elena Stásova y visitó las fábricas de Donbás, en Ucrania. Los escritos sobre la Unión Soviética de Mella para El Machete, como ha observado Manuel Muñiz, reproducían los clichés de la propaganda moscovita y, como en el texto contra Haya, reiteraban que el Comintern y la Unión Soviética eran “la vanguardia y el baluarte del movimiento socialista” y el “pivote de todo movimiento de emancipación nacional que sea sincero”, ya que “la teoría leninista sobre el imperialismo es de aplicación universal, no regional como algunos revisionistas pretenden probar simplistamente”.73 Sin embargo, en aquellos escritos Mella elogiaba a Trotski y no mencionaba a Stalin, lo que pudo haber dado lugar a las acusaciones de trotskismo que harían algunos ortodoxos latinoamericanos como el mexicano David Alfaro Siqueiros, argentino Victorio Codovilla y el venezolano Ricardo Martínez.
Tiene sentido la tesis, manejada por Hatzky, Muñiz y otros, de que a través de aquellos escritos Mella se acomodaba a las posiciones dogmáticas de la Internacional Comunista, a la vez que en su práctica política intentaba explorar otras vías revolucionarias. Sabemos que en su viaje a la Unión Soviética solicitó al Comintern una autorización para establecer alianzas con nacionalistas venezolanos y cubanos, contrarios a las dictaduras de Juan Vicente Gómez y Gerardo Machado, y que a su llegada a México planteó la posibilidad de crear un nuevo partido político y apoyó la descentralización sindical para los obreros y los campesinos. En más de una zona de la praxis revolucionaria, Mella y Haya estaban de acuerdo y hasta cohabitaban, como en la solidaridad concreta a los revolucionarios centroamericanos, pero la subordinación, o no, a Moscú los separaba.
Tal vez por ello, Ricardo Melgar Bao ha hablado de una “ruptura amistosa” entre Haya y Mella, que llegaría a ser “frontal y definitiva”.74 Más allá de sus “giros discursivos” y de la magnificación de las diferencias, que el propio Haya practicó en su larga vida, había una zona de confluencia entre ambos revolucionarios, que se puso a prueba, sobre todo, en las revoluciones centroamericanas y caribeñas de los años veinte y treinta.75 La correspondencia de Haya con el hondureño Rafael Heliodoro Valle, figura clave de la difusión del proyecto revolucionario mexicano en Centroamérica, es rica en evidencias de aquel diálogo entre socialistas y populistas. Hubo entre unos y otros una zona de confluencia que se pondría a prueba en las revoluciones nicaragüense, salvadoreña, guatemalteca y cubana.
La mayor convergencia teórica entre Mella y Haya tal vez se encuentre en algunos de los últimos ensayos del cubano, como el que dedicó al tema de la clase media en El Machete a fines de 1928. Mella trabajaba entonces en una alianza con los veteranos oficiales de la última guerra de independencia de Cuba: Carlos Mendieta Montefur, Roberto Méndez Peñate y Federico Laredo Brú, que probablemente había conocido en La Habana, cuando se produjo la creación del Movimiento Nacional de Veteranos y Patriotas en 1923, y que ahora convocaba para organizar una expedición contra la dictadura machadista en Cuba.76 Un primer punto de contacto entre ambos revolucionarios es la valoración positiva que hacían de la NEP de Lenin, ya que gracias a una relativa apertura del mercado y la propiedad privada se lograba el tránsito de muchos obreros y campesinos a la clase media.77
Pero la revaloración de la clase media que proponía