“emplazamiento de unas prácticas de recreo sobre otras” y la diferenciación creciente entre prácticas con distintas trayectorias, algunas de las cuales (riñas de gallos, por ejemplo) fueron desmarcándose del calendario festivo propiamente dicho. Uno de los modos como Ruiz nos acerca a esos nuevos “emplazamientos” es por medio de la incorporación en el texto de varias fotografías de lugares o de actividades recreativas en las que podemos ver e imaginar las diversiones y los espectáculos como ocasiones para el encuentro de los grupos sociales y para el disfrute compartido de diversas actividades.
Hasta ahora me he referido más a los procesos de cambio que el autor investiga que a quienes lo protagonizan o a cómo Ruiz establece quiénes son los actores centrales de esta historia. Como en otras investigaciones a propósito de la evolución de las prácticas culturales y de la transformación de su sentido, el autor se refiere a las “élites” de la ciudad y explora sistemáticamente diferentes fuentes, entre las que se encuentran las memorias de viajeros colombianos y extranjeros.
El autor es consciente de los problemas atados a la definición de quienes son una élite, y aunque no discute extensamente la categoría sí toma precauciones con respecto al lugar que les asigna. Ruiz habla de las “élites”, pero nos advierte sobre la necesidad de no concebirlos como simples “receptores” o propagadores de las ideas y prácticas “progresistas europeas”. La advertencia es clave porque en varias historias de las prácticas culturales o recreativas, por ejemplo, los autores abrazan una lógica elitista y difusionista según la cual las “élites” de una determinada sociedad fueron las “primeras” en acoger una serie de prácticas o gustos europeos que luego ellos mismos “difundirían” o que sencillamente fueron “llegando” a otros grupos sociales. Su trabajo meticuloso le permite evitar ese elitismo difusionista y detectar los numerosos factores locales que incidieron en la apropiación que las élites hicieron de prácticas determinadas. De manera convincente, critica las aproximaciones historiográficas centradas en la “imitación” que supuestamente las élites bogotanas hicieron de prácticas europeas, y dirige su atención a los modos como ellas vivieron y participaron del entrelazamiento de cuatro procesos, debidamente formulados en la introducción y desarrollados en los capítulos. Los cuatro procesos son: 1) la disputa política y legitimación partidista sobre el papel que diversiones coloniales podrían o no desempeñar en el orden republicano; 2) la formación de un ámbito de espectáculos diferenciado; 3) la deslocalización de plazas coloniales y la redefinición de espacios para parques y jardines donde tendrían lugar prácticas propias de la civilización y el progreso; y, finalmente, 4) “la creciente aceptación de la idea del tiempo como un bien escaso que debe ser usado en beneficio de la perfectibilidad humana”.
Reconstruir cómo se entrelazan esos procesos permite a Ruiz reconocer, al mismo tiempo, la centralidad y vitalidad de las transformaciones ideológicas y disputas políticas, y el ritmo vertiginoso de emergencia de nuevos espacios y de adecuación de otros. Una de las fuentes más interesantes en este trabajo y una que, de alguna manera, permitía ir detectando aquellas transformaciones ideológicas y nuevas apuestas, son los diarios de los viajeros. Ruiz examina diarios de extranjeros que visitaron Bogotá y diarios de viajeros colombianos que visitaron Europa. En ellos rastrea lo que denomina las miradas interior, externa y desde el exterior. Esas miradas, la claridad sobre el hecho de que están condicionadas por el lugar del que observa, la postura ideológica, el momento de la observación y el modelo de alteridad que le corresponde, permiten al autor tener un panorama de las diversiones, fiestas y espectáculos a que los viajeros concedieron importancia y complementar el mapa que había construido mediante otras fuentes. Ese ejercicio nos alerta sobre los valores y las búsquedas que estaban en juego y sobre el marco interpretativo que los viajeros podían usar al hacer sentido de las prácticas recreativas y por eso clasificarlas o leerlas desde el eje de civilización y progreso.
El contraste entre esos diarios y otras fuentes le permite al autor sugerir que la adopción de nuevas diversiones por parte de las élites bogotanas tuvo que ver más con “cambios de carácter interno” y “tenues intercambios transcontinentales” que con la acumulación de capital, la presencia de extranjeros o la puesta en marcha de una estrategia política particular por parte del Estado. El hecho de que la adopción de estas prácticas no haya sido “simple copia” ni el ajuste mecánico a modelos previos de distinción queda claro gracias al esfuerzo de Ruiz por mostrar qué se puede adoptar, cuándo y en qué circunstancias ideológicas y materiales. En términos de Elias, Ruiz busca reconstruir la estructura de interdependencias sociales —incluyendo ideológicas— para comprender cómo y por qué las élites adoptaron ciertas prácticas recreativas. Su descubrimiento de que el ámbito de los espectáculos con sus agentes, espacios y apuestas tuvo un papel central en la adopción de unas prácticas recreativas y en la mutación de las formas de concebir otras resulta fundamental para la historia de las prácticas recreativas y la política en Colombia. El Estado y sus proyectos civilizadores y las élites con sus proyectos de distinción no acaparan ni cumplen papeles protagónicos en esta historia.
Como el mismo autor establece, la naturaleza de las diversiones o de las actividades de entretenimiento, esparcimiento y disfrute fue objeto de intenso debate político entre integrantes de las dos colectividades partidistas. Y fue así porque la conexión de tales prácticas con el uso “adecuado” del tiempo permitía deliberar sobre el destino deseable para los individuos y sobre los rasgos del pueblo.
Este libro, fundamental para entender la historia de las diversiones y los espectáculos, es también una historia de cómo se conciben el tiempo, el trabajo, la perfectibilidad de los seres humanos y lo que ellos son y crean cuando pueden estar juntos.
INGRID JOHANNA BOLÍVAR RAMÍREZ
Profesora del Departamento de Ciencia Política
de la Universidad de los Andes
Al finalizar el siglo XIX el ambiente lúdico en Bogotá había variado con relación al que se podía observar desde tiempos de la Colonia: las corridas de toros ya no se realizaban en las plazas públicas de la ciudad, sino en lugares llamados circos, la ópera aparecía en escenario y las carreras de caballos y de velocípedos imprimían un toque de velocidad a la vida bogotana. Estas diversiones fueron adoptadas por la élite de la ciudad y representaron sus valores y posición social, en contraste con otras formas de diversión, como las riñas de gallos y los juegos de azar, prácticas que habían sido objeto de control y regulación tanto por autoridades coloniales como republicanas debido a su asociación con el vicio, la ociosidad y la barbarie.
La adopción de nuevos divertimentos en la élite bogotana se produjo con un cambio en la forma de organizar la vida lúdica de la ciudad. Si bien durante la Colonia y buena parte del primer periodo republicano las diversiones estuvieron circunscritas a las festividades religiosas y a los regocijos públicos como parte de las celebraciones civiles, a partir de las últimas décadas del siglo XIX se introdujo la noción de espectáculos públicos para nombrar aquellas diversiones con las que la élite de la ciudad comenzaba a entretenerse. Si los primeros fueron fomentados y patrocinados por la municipalidad de Bogotá —con aportes de algunos ciudadanos notables—, en el caso de los segundos fue la acción de individuos imbuidos de un espíritu empresarial lo que permitió a la élite bogotana obtener momentos placenteros y emocionantes con la ópera, las corridas de toros, las carreras de caballos y de velocípedos.
Pero además de asistir a los espectáculos públicos, los habitantes encumbrados de la ciudad podían pasar apacibles ratos al visitar los parques que habían sido construidos sobre las antiguas plazas coloniales. En ellos era posible dar paseos, contemplar jardines, escuchar conciertos musicales y observar la exhibición de objetos que resultaban de alguna novedad para los bogotanos. Todas estas actividades de diversión se desarrollaban durante periodos que no estaban anclados en las festividades civiles o religiosas, de modo que el sentido festivo que había caracterizado a la vida lúdica de la ciudad se fue difuminando para dar paso a un sentido compuesto por significados relacionados con la perfectibilidad del individuo y el progreso social.
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