y literatura comparada (2011); y Darío Villanueva, El polen de las ideas. Teoría, crítica, historia y literatura com-parada (1991).
6.Aun así, el alcance de la tradición se extiende más allá de las obras concretas. Tal como escribe José María Valverde en La literatura (Barcelona: Montesinos, 1984, p.64–65), tradición es también «aceptación y uso de algo recibido y heredado, no sólo como gramática y léxico, sino como experiencia heredable, como sistema de formas y ritos, además de tesoro de mitos, valores, sentimientos, imágenes […]. Toda literatura ha de ser tradición: ante todo, sólo puede existir porque hay unas formas previas, heredadas, que incitan a producir otras, en parte análogas y en parte diferentes. En la nuestra, en la llamada “tradición occidental”, el desarrollo histórico de la literatura adquiere su peculiar vitalidad —y su calidad de “historia” propiamente dicha— gracias a la dialéctica que se hace posible al configurarse la idea de los “clásicos”, idea que, a la vez, establece unos modelos y permite —y aun manda— distanciarse de ellos».
7.Acerca de la problemática del kitsch, son recomendables, entre otras obras, las siguientes: Umberto Eco, Apocalittici e integrati, 1964; Gillo Dorfles, Il Kitsch, 1969; Abraham Moles, Psychologie du Kitsch: L’art du Bonheur, 1977; y Clement Greenberg, Art and Culture, 1978.
8.Tomo en préstamo la locución atribuible a Paul de Man, autor de Aesthetic Ideology (1996). Acerca de las cambiantes acepciones de la noción de literatura, resultan así mismo interesantes las recientes reflexiones que Terry Eagleton expone en El acontecimiento de la literatura (Barcelona: Península, 2013).
9.Al otro extremo del espectro dibujado por esta concepción dominante, aparece la amplísima variedad de productos culturales producidos y difundidos por los medios de comunicación escritos y audiovisuales, percibida y valorada —reductiva y despectivamente— como «cultura de masas». Desde la perspectiva culta a que aludimos, los productos culturales masivos poseerían, a priori, un carácter meramente comunicativo —es decir, cultural solo en un sentido antropológico amplio, a la manera de la gastronomía, la siesta o los hábitos indumentarios—, puramente funcional y utilitario, fruto de la producción colectiva —en un medio industrial de elevada profesionalización y división del trabajo—; por si fuera poco, tales productos de masas serían consumidos por auditorios masivos, carecerían de valor artístico, serían concebidos y elaborados según la ley del mínimo esfuerzo cognitivo y, claro es, tenderían a ser embrutecedores y alienantes.
10. Cif. Tzvetan Todorov, ed., Teoría de la literatura de los formalistas rusos (México: Siglo XXI, 1970). Y Jan Mukařovsky, Escritos de estética y semiótica del arte (Barcelona: Gustavo Gili, 1977).
11. Citado por Di Girolamo, op. cit., 1982, p.54.
12. El lector cuenta con una buena introducción a la estética de la recepción (Warning, R., ed., Estética de la recepción (Madrid: Visor, 1989)); la obra incluye artículos de los autores que han contribuido a su desarrollo: H. R. Jauss y H. G. Gadamer, sobre todo. De Jauss, en particular, se han traducido al castellano algunas obras esenciales (La literatura como provocación (Barcelona: Península, 1976) y Experiencia estética y hermenéutica literaria (Madrid: Taurus, 1986)), así como también de Wolfgang Iser (El acto de leer (Madrid: Taurus, 1987)).
13. Di Girolamo, op. cit., p.64.
14. José María Valverde, El arte del artículo (1949–1993). Barcelona, 1994.
15. Martí de Riquer y José María Valverde, Historia de la literatura universal, op. cit., 1984, vol. I, p.3.
16. Acerca de la retórica entendida como disciplina, véase el solvente manual de Bice Mortara ya citado, entre otros posibles. Sobre la retórica entendida en sentido filosófico, resultan iluminadores los textos de Friedrich Nietzsche reunidos en El libro del filósofo (Madrid: Taurus, 1974) y en Escritos sobre retórica (Madrid: Trotta, 2000). El lector interesado, así mismo, podrá ahondar en la cuestión de la mano de Chaïm Perelman y L. O. Tyteca, Tratado de la argumentación (Madrid: Gredos, 1994); Roland Barthes, «La retórica antigua», en La aventura semiológica (Barcelona: Paidós, 1993); Stephen Toulmin, The Uses of Argument (1958); Kenneth Burke, A Rhetoric of Motives (1950); y también gracias a la erudición del libro de Luis Vega Reñón y Paula Olmos Gómez, Compendio de lógica, argumentación y retórica (Madrid: Trotta, 2011).
17. En Introduction à la poésie orale (París: Éditions du Seuil, 1983) y, sobre todo, en La letra y la voz (Madrid: Cátedra, 1989), Paul Zumthor ha hecho importantes observaciones sobre la presencia de la cultura oral en la época contemporánea. Una de las tesis básicas de este autor es precisamente que los medios de comunicación de masas han abierto nuevos espacios a la oralidad, relegada a un papel secundario cuando la escritura era predominante en las formas de cultura y comunicación, y ahora recuperada gracias a los medios audiovisuales y las tecnologías digitales.
18. Así lo pone de relieve José María Valverde en La literatura (Barcelona: Montesinos, pássim). Y también, entre otros, Fèlix Balanzó en su estudio sobre las gloses de Mallorca: «Les gloses mallorquines: estructura i funcions» (Bellaterra: Universitat Autònoma de Barcelona, 1982). Tesis doctoral.
19. En este sentido, desde luego, las nuevas tecnologías de la memoria no harían sino prolongar el efecto que la invención de la escritura tuvo sobre el recuerdo. Emilio Lledó ha dedicado lúcidas páginas a tratar de todo ello, a partir del mito de Theuth y Thamus que Platón narra en el Fedro. Theuth, deidad descubridora del número y el cálculo, de la geometría, la astronomía y las letras, ofreció estas últimas a Thamus, rey de Egipto, y le prometió conseguir con ellas un «fármaco de la memoria y la sabiduría»: «Pero, cuando llegaron a lo de las letras, dijo Theuth: “Este conocimiento, oh rey, hará más sabios a los egipcios y más memoriosos, pues se ha inventado como un fármaco de la memoria y de la sabiduría”. Pero él le dijo: “¡Oh artificiosísimo Theuth! A unos les es dado crear arte, a otros juzgar qué de daño o provecho aporta a los que pretenden hacer uso de él. Y ahora tú, precisamente, padre que eres de las letras, por apego a ellas, les atribuyes poderes contrarios a los que tienen. Porque es olvido lo que producirán en las almas de quienes las aprendan, al descuidar la memoria, ya que, fiándose de lo escrito, llegarán al recuerdo desde fuera, a través de caracteres ajenos, no desde dentro, desde ellos mismos y por sí mismos. No es, pues, un fármaco de la memoria lo que has hallado, sino un simple recordatorio. Apariencia de sabiduría es lo que proporcionas a tus alumnos, que no verdad. Porque habiendo oído muchas cosas sin aprenderlas, parecerá que tienen muchos conocimientos, siendo, al contrario, en la mayoría de los casos, totalmente ignorantes, y difíciles, además de tratar porque han acabado por convertirse en sabios aparentes en lugar de sabios de verdad”.» Citado por Emilio Lledó, El surco del tiempo. Meditaciones sobre el mito platónico de la escritura y la memoria (Barcelona: Crítica, 1992), p.18–19.