1979, p.30–31.
22. Roman Jakobson, «Lingüística y poética», cap. XIV de Ensayos de lingüística general (Barcelona: Seix Barral, 1975), p.347–95.
23. Ludwig Wittgenstein, proposición 5.6 del Tractatus Logico-Philosophicus (Barcelona: Laia, 1989), p.130.
24. Véase Hans Blumemberg, «Una aproximación antropológica a la actualidad de la retórica», en Las realidades en que vivimos (Barcelona: Paidós, 1999).
25. Claro es que esta convicción de que no es posible comprender la experiencia humana, en su ingente variabilidad y sutileza, por medios exclusivamente lógicos o estadísticos no es nueva. En los comienzos de los tiempos modernos, un gran geómetra como Blaise Pascal, en su propósito de establecer una antropología filosófica —un conocimiento del hombre—, estableció una diferencia fundamental entre el «espíritu geométrico» (esprit géometrique) y el «espíritu de fineza» (esprit de finesse). Como sintetiza Ernst Cassirer en su Antropología filosófica (Madrid: FCE, 1993, p.28): «El espíritu geométrico sobresale en todos aquellos temas que son aptos de un análisis perfecto, que pueden ser divididos hasta sus primeros elementos. Parte de axiomas ciertos y saca de ellos inferencias cuya verdad puede ser demostrada por leyes lógicas universales.» La ventaja del espíritu geométrico radica en la claridad de sus principios y en la necesidad de sus deducciones; ahora bien, añade Pascal, la impecable elegancia de este modo de conocimiento no es aplicable a todos los objetos, pues algunos de ellos —el hombre y lo humano— son tan sutiles y complejos que hacen imposible el análisis lógico: «existen cosas que a causa de su sutileza y de su variedad infinita desafían todo intento de análisis lógico. Si algo hay en el mundo que habrá que tratar de esta segunda manera es el espíritu del hombre, pues lo que le caracteriza es la riqueza y la sutileza, la variedad y la versatilidad de su naturaleza.» Impotentes la geometría, la lógica y la metafísica para acercarse a lo humano, solo el esprit de finesse puede intentar dar cuenta de su complejidad, pues la ley primera y suprema del hombre, resume Cassirer, «es el principio de contradicción. El pensamiento racional, el pensamiento lógico y metafísico, no puede comprender más que aquellos objetos que se hallan libres de contradicción y que poseen una verdad y naturaleza consistente; pero esta homogeneidad es precisamente la que no encontramos jamás en el hombre. No le está permitido al filósofo construir un hombre artificial; tiene que describir un hombre verdadero. Todas las llamadas definiciones del hombre no pasan de ser especulaciones en el aire mientras no estén fundadas y confirmadas por nuestra experiencia acerca de él. No hay otro camino para conocerle que comprender su vida y su comportamiento.»
26. Acerca del papel cardinal de la comprensión, y de la relevancia de la perspectiva hermenéutica para comprender los fenómenos comunicativos y artísticos, véase el clásico de Hans-Georg Gadamer, Verdad y método, Salamanca: Sígueme, 1993.
27. Ernesto Sábato, El escritor y sus fantasmas (Barcelona: Seix Barral, 1987), p.23–24.
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