Albert Chillón

La palabra facticia


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Jameson me sirvió de mucho para expresar mi conciliación con la literariedad realmente existente, tanto como me hubiera servido leer este estudio de Chillón.

      El autor comienza su discurso con valentía y solidez estratégica. Frente a la división interesada entre comunicación periodística y comunicación literaria, sitúa toda propuesta comunicacional en su substancialidad lingüística, rechazando jerarquizaciones. El código lingüístico de lo periodístico implica una poética desveladora cuya bondad o maldad depende de lo innovador de la mirada y del lenguaje convocado, como ocurre en cualquier propuesta literaria. El pensamiento está en el lenguaje, sentenció José María Valverde, profesor —muy citado por Chillón— que se anticipó al postcriticismo más actual. Ya a finales de los cincuenta y comienzos de los sesenta, sostenía en su seminario de Estética, al que yo asistía como oyente, que el periodismo era la propuesta literaria más propia de nuestro tiempo, y en sus últimos años sostuvo que la literatura española contemporánea había que buscarla entre los columnistas de los diarios más solventes.

      Chillón se atreve a proponer una definición de literatura: es un modo de conocimiento de naturaleza estética que busca aprehender y expresar lingüísticamente la calidad de la experiencia, definición muy condicionada por la necesidad de coidentificar conocimiento y lenguaje. En su escalada de atrevimientos, el autor llega a esbozar una noción de literatura mediante el inventario de lo que no debería ser: no debe limitarse a las obras escritas e impresas; no debe ser restringida a las obras de ficción presuntamente alejadas de toda referencialidad; no debe ser confinada a un selecto parnaso de obras canónicas; no puede descansar en la oposición entre lengua literaria y lengua estándar; no puede ser definida por el uso casi exclusivo de la función poética; no posee el monopolio de la connotación; no es nada dado, determinado de antemano, sino a la vez una actividad y una noción socialmente configurada.

      Comprueba Chillón lo coetáneo del nacimiento del periodismo y la novela moderna con una gran elocuencia expositiva y despliegue erudito, y lo hace demostrando la adecuación de la evolución de lo literario a lo social, no desde una voluntad de supeditación sociologista, sino desde la constatación de la evolución de la propuesta lingüística compartida por el emisor y el receptor, es decir, el lector, cada vez más determinante y cualificado. En el tránsito a la sociedad de comunicación de masas, plenamente instalada con posterioridad a la segunda guerra mundial, un periodismo literario va fraguando como propuesta de poética, desde Dreiser a la novela de indagación de Sciascia, pasando por la postficción de Hemingway o la no ficción de Truman Capote.

      Presenciaremos párrafos apasionados y aventurados, en los que Chillón se demuestra extenso y buen lector, capaz de conseguir la prueba del nueve de sus tesis en los escritores menos previstos. El autor habla con conocimiento de causa porque es lector de todas las literaturas, armado con el instrumental de la teoría literaria que ha ido sublimando la propia evolución de lo literario. Quedan cuestiones abiertas por el propio Chillón que merecerían la insistencia, por ejemplo la evolución del sentido de comunicar literariamente, marcada por el sentido de comunicar periodísticamente, lo que plantea el problema de la elección del lenguaje y el subrayado de su voluntad de reclamo.

      Prepara así al lector para abordar Los nuevos periodismos y la disyuntiva entre ficción y no ficción que solo se aclarará definitivamente cuando tengamos en cuenta lo suficiente la contribución del receptor a ficcionar lo menos ficcionado. Superados Proust y Joyce, el lector del último cuarto del siglo xx no necesita la obviedad ficcionadora de Flaubert o Dostoyevski y puede aportarla por su cuenta a partir de la propuesta de A sangre fría de Capote, por poner el ejemplo más delimitado. Hay que decir que los estudios parciales de los escritores ejemplares, se llamen Dreiser, Wolfe o Capote, son excelentes. Y quisiera quedara claro que las coincidencias entre el Nuevo Periodismo patentado por la cultura norteamericana y los otros nuevos periodismos no se explica como un fenómeno de colonización, sino de coincidencia en la evolución de la interrelación universal entre el escritor (emisor) y el lector (receptor). Chillón se atreve incluso a adentrarse en el nuevo periodismo español, cuajado en torno al periodo de tránsito de finales del franquismo a la llegada de la democracia, a caballo de publicaciones emblemáticas como Triunfo, Por Favor o el diario El País.

      Interesante el sistema de intercomunicación que Chillón utiliza, no ya para demostrar la existencia de conexiones entre géneros y códigos literarios, sino entre códigos lingüísticos diferenciados, por ejemplo el cine y la literatura, no en balde el cine y la cultura audiovisual en general han modificado la capacidad receptora del lector o espectador, suministrándole almacenes de imágenes y ritmos descodificadores que forzosamente han de modificar su disposición imaginativa y descodificadora ante lo literario.

      En el último capítulo de su trabajo, titulado Un apéndice metodológico: el estudio de las relaciones entre periodismo y literatura por medio del comparatismo periodístico-literario, el autor parte de la pauta metodológica de la literatura comparada para proponer el CPL (comparatismo periodístico-literario), basado en el estudio histórico, de temas y motivos, de formas de estilo y composición y de los géneros, método que contribuirá a una nueva eva luación de lo periodístico a partir de su cualidad de propuesta de ficción. No hay contradicción entre la pulsión de testimonio y verdad del periodismo y la substancialidad de ser ficción, en el sentido que daba Steiner, recogido por Chillón, a la mismidad del lenguaje: el lenguaje mismo posee y es poseído por la dinámica de la ficción.

      Libro rompedor, honestamente ambicioso, cuya lectura me lleva a la conclusión de que Chillón no ha hecho otra cosa, nada más y nada menos, que abrir el apetito para una historia de la literariedad postcanónica. El inventario de autores y obras que respaldan sus planteamientos tiende a provocar la sensación de estar bien acompañado y pertrechado, pero merece nuevos trabajos de profundización. Por ejemplo, la postficción en España, Latinoamérica (ya hay excelentes aproximaciones en la obra) y Cataluña tiene en José María Valverde su apasionado profeta y en Albert Chillón su obligado investigador hacia el futuro.

      Introducción

      «Lo específicamente pedantesco es negar las cosas cuando no son como nosotros las pensamos. Pero las cosas no son nunca como nosotros las pensamos, son mucho más serias y complejas.»

      ANTONIO MACHADO, Juan de Mairena

      Aunque no lo parezca a primera vista, todos los libros de carácter teórico —sean ensayos, tratados o monografías— están escritos sobre un a menudo invisible cañamazo autobiográfico, alimentados por un haz de inquietudes académicas, profesionales y ante todo personales que su autor procura elucidar por medio del raciocinio que la vida inspira, generado por las cambiantes circunstancias que la van tramando. De ahí que esta obra no pretenda ser una excepción, y sí fruto de una triple pesquisa.

      En el plano más explícito, este es un estudio que se quiere sistemático sobre las promiscuas relaciones entre la literatura, periodismo y comunicación, que es también a la vez —inevitablemente para quien escribe— una investigación de tenor especulativo sobre un abanico de cuestiones esenciales, atinentes a la representación o mimesis, por medio de la palabra, de la llamada «realidad». De ahí que, junto a la exploración del asunto propuesto y de sus exponentes más significativos, este libro trate otros que solo una inquisición compleja, de acento ante todo lingüístico y filosófico, es capaz de alumbrar. En cuanto versa acerca de esos vínculos entre el campo literario, por un lado, y los campos periodístico y comunicativo, por otro, la exploración que aquí empieza sigue varias direcciones principales.

      i. La primera dirección persigue desentrañar la historia y la complexión formal de las diversas modalidades de escritura periodístico-literarias, y es en esencia deudora de la primera versión de esta obra, Literatura y periodismo. Una tradición de relaciones promiscuas, dedicada en exclusiva al estudio de ese territorio del comparatismo. Como hice en aquel libro de 1999, en este procuraré suscitar preguntas y resolver malentendidos de notable envergadura, dentro del generoso marco que la literatura comparada y los estudios literarios proporcionan.

      ii. La segunda dirección