César Covo Lilo

¡Es la guerra, camarada!


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mal, incluso están de buen ver. ¿Cómo acercarnos a ellas?

      –Señorita, eh… Señorita. ¿Está buena el agua de aquí?

      Una leve agitación indecisa nos autoriza a esperar algún acercamiento, pero siguen circulando como si nada. Ahora son las madres las que salen de las casas para presenciar el acontecimiento, sin duda único en los anales del país.

      Algunas de las chicas que llevaban agua a sus hogares han tenido que correr la voz. Y hacen como si no nos vieran, aunque estemos allí, bien presentes. Dispuestos en racimos en los camiones, implorando una sonrisa, una mirada amiga. Las amas de casa se parecen a todas las amas de casa del mundo, con las manos entrecruzadas sobre el vientre, atareadas en sus quehaceres, pero la casualidad les acaba acercando alrededor de los camiones.

      Y la charla continúa. Charlotean entre ellas o para los que las entienden. Deberíamos entenderlas. Es una lengua latina, pero la jactancia de las mujeres españolas no es fácil de entender. Al final, se aborda el tema de la guerra.

      –¿Sabéis? Ayer por la noche, allá en el monte, pensábamos que eran moros, pero afortunadamente eran españoles.

      –¿Españoles? ¿Cómo que españoles?

      –Pues sí, españoles del Frente Popular.

      –¿Y qué pasó?

      De repente la cháchara se interrumpe, sus ojos quedan suspendidos a nuestros labios, la inquietud endurece sus rostros.

      –Pues al final acabamos confraternizando, somos camaradas.

      Como en una olla a presión, estalla el júbilo. Un remolino de gente nos envuelve con aspavientos y gritos. La noticia, que se ha extendido como un reguero de pólvora, trae nuevos refuerzos.

      –¡Anda! Traed vino para estos hombres.

      Esta vez el sexo masculino se halla dignamente representado. Un viejecito venerable con la cara quemada y reseca del sol nos sonríe con su boca flácida y oscura. Subidos en el camión, nos sentimos como en un estrado, aclamados como héroes:

      Cientos de manos tendidas nos ofrecen el preciado elixir. De puntillas, empujándose unas a otras para ver quién va primero. ¡Es como una competición! Una vez calmados los ánimos, las madres observan cómo nos marchamos. Se sostienen la cara con las dos manos y mueven la cabeza de un lado a otro con los ojos bañados en lágrimas.

      El convoy se detiene definitivamente a la salida del pueblo. Pasaremos allí el día y viajaremos de noche. Mientras esperamos, aprovechamos para hacer ejercicios. ¡Es la guerra, camaradas! La campiña árida e irregular, completamente desierta, nos ofrece un magnífico campo de maniobras. Como no podía ser de otra forma, empezamos por la marcha al paso. Luego, el manejo del arma en dos tiempos y tres movimientos. Entre nosotros hay gente que nunca ha tocado un arma. Por fin llegan las tan esperadas maniobras del servicio de campaña. Lo demás se parece demasiado al tan combatido militarismo, autoritario y brutal.

      Afortunadamente no se ha insistido en las muestras de respeto. Mil veces mejor es una formación de guerrillas. Ahí al menos se intuye el tumulto, pero el tumulto inteligente, científico, con una disciplina libremente consentida.

      Funciona así, si el enemigo ocupa este alto, un grupo ataca por la izquierda y el otro por la derecha. E incluso eso tiene un tufo a jerarquía y a estiércol de cuartel. Pero bueno, hay que saber salir al paso en esta guerra moderna, ya que somos un ejército moderno.

      Está claro que la guerrilla sería más divertida. Nos sentiríamos más camaradas, luchando codo con codo, pero no es posible en un país extranjero… Ayer mismo, como bien se ha visto, no sabíamos siquiera si eran de los nuestros o no. El general lo dijo bien claro en el cuartel de la Guardia Civil de Albacete:

      –Contra un ejército moderno, hay que hacer frente con un ejército moderno. Así que nada de guerrilla, nada de centurias, a partir de ahora brigadas, batallones, compañías, etc. Con generales, comandantes, capitanes, etc. Las unidades deben ser formadas y dotadas de mandos y armas. Las municiones las cogeréis en Chinchón, y a por la victoria. ¡Viva la primera Brigada Internacional!

      –Así pues, la primera sección ataca desde la izquierda, la segunda combate a la derecha y la tercera en reserva.

      Pelosa, el herrero, antiguo suboficial, se deja la piel instruyendo a su primera sección.

      –¡Bien! ¿Y qué más? –reclama Christov, a quien le cuesta hacerse a la idea de no dirigir más que una sola sección de la compañía.

      –Una vez dentro de las trincheras enemigas, la sección debe ocuparse de la limpieza.

      –Eso es –conviene Pelosa impasible–, pero cuidado, primero hay que estudiar el terreno, antes de salir al campo, sobre todo hay que saber ponerse a cubierto. Hay que saber echarse sobre el suelo, así… –dice, mientras se tumba boca abajo, con el fusil en posición apuntando hacia el horizonte a un enemigo imaginario.

      Y, como por arte de magia, el enemigo aparece unos pasos por delante de él. Es un hombrecillo achaparrado, harapiento.

      –¿Qué haces ahí? ¡No ves que estamos trabajando! Vuelve a tu casa, al pueblo.

      Saliendo de su asombro, el hombrecillo nos cuenta que no vive en el pueblo. Allí viven los ricos, los pobres como él viven aquí…

      –¿Cómo que por aquí? Aquí no hay casas por ningún lado…

      –Sí, hombre, sí, aquí mismo. Esos son mis hijos.

      En efecto, casi detrás de nosotros algunos niños se divierten peleando. No muy lejos de allí, una mujer lleva una vasija. El hombrecillo no es rico, se nota, más bien lo contrario; no se ve ni de qué color va vestido. Va cubierto de retales cosidos. Retales que no llegan a un palmo. Los niños, que no pueden aspirar a esa opulencia, van vestidos con su propia piel bronceada y mugrienta. La mujer, menos original, no lleva más que un camisón sucio y rasgado. Los rotos dejan al descubierto los recovecos más sombríos de su pobre cuerpo demacrado. Pero nada de aquello es extraño, es la tónica general. Todo aquel campo se llena de hombres y mujeres semejantes. Los niños juegan por todos lados.

      Pero ¿de dónde sale esta cuadrilla famélica? ¿Dónde viven? Sigámosle la pista a la mujer. Se acerca a una especie de termitera completamente blanca. Da unos pasos más y desaparece bajo la tierra. En efecto, esa termitera, como todas las que tapizan este terreno ingrato, es la chimenea del hogar familiar. Unos pasos más allá, hay un rectángulo cavado en la tierra formando peldaños, como una boca de metro. Debajo, una parcelita conforma la entrada; a la izquierda, unas cortinas que hay que apartar con la mano para entrar en un espacio subterráneo oscuro y húmedo, mal ventilado y maloliente; es el dormitorio, el comedor, la cocina, la bodega y el granero. La chimenea sirve también de ventana. Todo encalado. Deben de dormir en esterillas, probablemente.

      Aire… Atrás, tristes recuerdos. Atrás quedaron los castillos en el aire, los castillos hechizados; estos pordioseros apocalípticos… Que el sol brille para todos o que se apague; que mañana se haga la luz o el mundo se extinga.