la literatura (Poza, Larramendi, Astarloa, Chaho...) “que beben en las fuentes de la mitología, la historiografía y la literatura fuerista y romántica”, pero que Arana sistematiza al fin de dar una nueva interpretación del pasado del pueblo vasco, adverso a España, y precisar cuál es su verdadera identidad. Así lo expresa la difundida y significativa historia del PNV, El péndulo patriótico, redactada por encargo del Partido en los años 1990:
“Arana reaccionó ante la crisis de identidad de la sociedad vasca tradicional ... y contra los efectos del boom industrializador... [concibiéndola] como un movimiento alimentado por la tensión entre la afirmación del yo (la nación vasca) y la exclusión del otro (el enemigo, España), ya que toda relación entre ambos polos era percibida como una amenaza para la propia supervivencia del yo. La afirmación de la identidad nacional vasca constituyó, sin lugar a dudas, el núcleo de la formulación doctrinal de Arana. Su concepto de nación se alineaba con las tesis del romanticismo alemán, para el cual el ser nacional no depende de la conciencia o de la voluntad de sus habitantes, sino de la preexistencia de unas señas de identidad objetivas: raza, lengua, derechos históricos, costumbres, tradiciones, etcétera...”198.
Un análisis sobre el pensamiento de Sabino Arana, en sustancia coincidente con el de El péndulo patriótico, es el del historiador vizcaíno, no nacionalista, Javier Corcuera199.
Cuando en 1893 expone Arana en una cena-homenaje de amigos en Begoña que va a dedicar su vida a esta causa y les insta a que se unan a él, quedan asombrados y se retraen. No obstante, él prosigue en el empeño y con un grupo muy pequeño funda en fecha no precisa el PNV (Los intentos de sumar a su causa al campesinado vasco, de tradición carlista, tardarán aún muchos años en fructificar). Durante bastante tiempo el Partido es sólo vizcaíno (insignificante en el resto del País Vasco), y mayormente de clase urbana medio-baja, que se siente desplazada de su hábitat tradicional por la nueva y pujante sociedad capitalista bilbaína, y desplazada también por la numerosa inmigración que suscita el gran auge de la minería vizcaína a partir de 1870 en la comarca de la ría de Bilbao, que en sólo 25 años crece de población un 250%200.
Arana, por sus declaraciones antiespañolas, irá varias veces a la cárcel y sus publicaciones serán suspendidas reiteradamente. Tales dificultades auguraban un pronto fin al partido, pero vino a sacarlo adelante el potentado naviero, fuerista y liberal, Ramón De la Sota. Lo salva, pero al mismo tiempo introduce en él un germen permanente de división entre radicales y moderados. Los primeros serán los más vinculados a Arana ideológica y afectivamente: son los llamados jelkides por su invocación muy duradera del lema fundacional “Dios y leyes viejas” (Jaungoikoa eta Lege zarra).
El grupo de De la Sota da al partido un prestigio social, que le hace crecer en afiliados y lograr algunos pequeños éxitos electorales. Estos nuevos militantes –los euskalerriakos– provienen ya de la burguesía industrial y financiera bilbaína que sigue a De la Sota, más liberal. Los nuevos incorporados, y en concreto su dirigente De la Sota, no estaban por la clara confesionalidad proclamada por Sabino Arana ni tampoco por la independencia; eran “autonomistas”, y proporcionan al partido un tono más pragmático. Objetivo capital de los euskalerriakos era el mantenimiento del Concierto Económico, que daba a las diputaciones vascas cierta autonomía fiscal acordada en 1876 por los liberales canovistas vascos con el gobierno de la nación.
Al morir Arana (muy pronto, a los 38 años, en 1903), el enfrentamiento entre ambas corrientes hizo pensar a muchos que desparecía el Partido. Agravaba la crisis aún más el hecho de que Arana en sus dos últimos años de vida se manifiesta españolista, y nunca llegó a aclarar cómo conciliaba tal postura con su anterior independentismo. Sus seguidores más fieles padecieron gran desconcierto. Parece –y es la explicación de la citada historia por encargo del PNV– que se convence de que su partido no tiene futuro si no adopta un perfil más ambiguo y posibilista para así crecer y obtener mejores resultados electorales. Lo cierto es que a quien designa Arana como heredero para dirigir el partido es a un declarado independentista: el jelkide Angel Zabala, muy contrario a los euskalerriakos de Ramón De la Sota.
Como se verá más adelante, el curso histórico del PNV oscila con gran persistencia entre el pragmatismo y un idealismo romántico que tiende a asignar un valor excesivo a valores legítimos –“el pueblo”, la raza, la lengua...– como si fuesen salvíficos o mesiánicos. Esta oscilación, y la consiguiente división en el seno del partido “entre el esencialismo doctrinal y el posibilismo práctico” es recogida y expuesta en esta historia, por así decir, “oficial”. Exponen sus dos autores que este dualismo interno y el consiguiente posibilismo político, explican la evolución de un partido que nace claramente confesional y llegará a hacer coaliciones con fuerzas de signo nada creyente.
Los dos redactores de esta historia, Santiago de Pablo y Ludger Mees, exponen que aceptaron el encargo del PNV con la condición de que se respete la objetividad de los hechos que –gusten o no– muestran cómo en el curso de la larga historia del Partido se ha dado una gran y reiterada oscilación entre momentos de idealismo y otros, contrarios, de gran pragmatismo. Significativamente titulan su obra El péndulo patriótico201.
Al fallecer Sabino, su hermano Luis, reconocido jelkide, influye también con fuerza para mantener la línea más consecuente con los primitivos principios del Partido. Tras la muerte del fundador, al PNV en crisis no le da el Gobierno de la nación la menor importancia; lo considera un conato sin futuro alguno202.
El problema social. Socialismo y anarquismo
Otra de las cuestiones que a continuación del 98 es planteada con mayor urgencia es la económica y social. Confluían distintos factores a la gravedad del problema: históricos, políticos, y la misma pobreza de gran parte del suelo español203. En esta situación, venidas de Francia y Alemania, prenden en las últimas décadas del XIX distintas ideologías: las fourieristas de la Revolución del 48, las federalistas inspiradas en Proudhon, las anarquistas, marxistas y de socialismos varios, presentadas como la solución al problema social. Durante tiempo sólo grupos muy minoritarios las acogen, y más adelante han de tener enorme consecuencia en la vida de España. Raymond Carr hace el siguiente comentario:
“Hasta los años noventa los políticos españoles podían considerar los disturbios laborales –la jacquerie intermitente de Andalucía y el terrorismo barcelonés– como cuestiones de orden público, como ecos de la época de los disturbios de 1873 [–del cantonalismo–] más que como presagios del futuro”204.
A crear injusticias sociales, y a acoger las nuevas ideologías, cooperaba el principio liberal del laissez faire, laissez passer. El mundo liberal burgués tardará tiempo en abandonar tal principio e intervenir en las relaciones laborales (horarios, salarios, seguridad social, accidentes, jubilaciones...). En España, la intervención social gubernativa comienza con el conservador Eduardo Dato, y harán gran labor algunos reconocidos sociólogos católicos (los jesuitas Vicent y Palau, el dominico Gafo, el laico Severino Aznar...) promoviendo benéficas leyes sociales, cooperativas, sindicatos, cajas de ahorro, congresos sociales...205.
Conocida es la mala situación del campesinado, sobre todo en los latifundios del Sur y los minifundios de Galicia, y la sintomática emigración de muchos, sobre todo hacia América, prohibida durante la época isabelina, y que se incrementa a partir de 1870. Miles son los que embarcan en Bilbao, Gijón, Vigo o Cádiz.
En el cuadro poblacional que presenta José Luis Comellas, la alta aristocracia (una parte de ella económicamente poderosa, beneficiada por las desamortizaciones, e influyente en la política de la Restauración) no excede a unas 2000 familias en toda España. La baja aristocracia rural casi ha desaparecido. La alta clase media, que con frecuencia toma aires aristocráticos, ronda el medio millón de personas; la baja clase media, cuatro o cinco millones; el campesinado, unos ocho millones; la población obrera urbana, unos 2,5, de los que sólo unos 250.000 trabajan en la industria (de la construcción, textil, metalúrgica o minera); por tanto, una proporción aún muy pequeña, pero que protagonizará las protestas sociales.
En 1879 fundan el Partido Socialista, liderados por Pablo Iglesias (1850-1925), los militantes expulsados de la Federación bakuninista,