al que siguieron otros motines militares durante casi un año, reclamando, junto a mejores condiciones para ellos, una constitución liberal para el país.
Ante las presiones, Nicolás II (1894-1917) decide acceder a que se constituya una asamblea legislativa, pero de poderes muy limitados. No tuvo efecto alguno: las huelgas y manifestaciones aún crecieron más. En octubre de 1905 se llega a una huelga política general contra la autocracia del zar. A falta de otras instituciones, grupos de obreros comienzan a formar consejos (soviets) en las fábricas, que luego se unen en un soviet de cada ciudad. En San Petersburgo, el dirigente más activo y capaz del soviet de representantes de la ciudad era el menchevique Trotski. Lenin y sus bolcheviques, antes un tanto reticentes, se le suman.
Finalmente, Nicolás II da en 1905, en su Manifiesto de Octubre, la reclamada asamblea representativa –La Duma– , con lo que cesa la huelga general, aunque los bolcheviques tratan llevar más adelante la revolución. No obstante, el paso dado por el zar –comenta Bushkovitch– “cambió por completo la política rusa, quizá más de lo que había pretendido”. Pronto los grupos liberales y conservadores forman partidos, a la vez que aparecen otros menores como las “Centurias Negras”, nacionalistas que se proclaman en favor de la autocracia y la ortodoxia, y achacan los males de la nación a las minorías no rusas, y sobre todo a los judíos, contra los que llevaron a cabo sangrientos progroms. Sólo en la ciudad de Odesa asesinan a unos 400.
A la nueva Duma, según la Constitución proclamada en abril de 1906, le competía legislar, pero a la vez, a modo de una segunda cámara o senado, se erigía un Consejo de Estado de grandes del reino designados por el zar con derecho de veto a toda ley antes de promulgarla. De hecho, el poder del zar siguió siendo decisivo, pues las Leyes Fundamentales le reservaban grandes competencias: la dirección de la política exterior, el declarar la guerra o la paz, el mando sobre el ejército, innúmeros nombramientos administrativos...
De las elecciones en el invierno 1905-1906 sale una Duma que hace imposible el gobierno del país. Han conseguido importante representación los liberales –el partido kadete– , que protestan contra las limitaciones de la Constitución. Los diputados campesinos forman el grupo mayor, pero tardan en definirse por uno u otro partido; muchos se proclaman leales al zar, pero a todos sorprenden votando a favor de cualquier medida que les dé tierras, algo no previsto por el zar y su primer ministro Witte. El zar decide en julio de 1906 disolver la Duma con la esperanza de conseguir mejores resultados en las siguientes elecciones. Pero fue en vano, pues los diputados del campo se organizan como grupo político y reclaman la totalidad de las tierras para el campesinado, lo que desencadena numerosas sublevaciones180.
Disolución de la Duma en 1907
El nombramiento por el zar del nuevo primer ministro, Stolipin, lleva en junio de 1907 a la disolución de la Duma tras reprimir la sublevación campesina (unos 15.000 muertos) y hacer ejecutar a cientos de activistas revolucionarios, sobre todo de la facción terrorista de los eseritas. La disolución de la Duma se produjo sin práctica reacción popular en contra. Comenta significativamente Bushkovitch: “la revolución había agotado sus fuerzas”.
La nueva Duma, con un sistema electoral cambiado, es en gran manera noble y rusa. La representación campesina quedó muy mermada. Ahora Stolipin tendrá que hacer frente al recrecido poder de la aristocracia en la Duma para llevar adelante su plan de modesta reforma agraria. Encuentra la mayor oposición en la nobleza de las provincias occidentales al tratar de dar en 1911 a sus aldeas un mayor peso político estableciendo el zemstvo (asamblea representativa de cada aldea para su gestión comunal). Pero Stolipin, antes de alcanzar resultado alguno, muere en 1911 en el atentado de un eserita.
A partir de este momento, el gobierno carece de conducción definida. Entre los mismos más leales al zar se extiende la convicción de que no afronta, de que elude los problemas del país. La presencia del monje Rasputín en la corte, a quien la zarina atribuye poderes misteriosos y le confía la curación de su hijo hemofílico, el heredero Alexis, aún contribuye más al descrédito público del zar. Finalmente, en 1916, unos jóvenes aristócratas adictos al zar, que se enfurece cuando le previenen contra Rasputín, para atajar los rumores que desacreditan al matrimonio imperial, asesinan al extraño y amoral monje181.
Los partidos marxistas se recomponen en el exilio
Los marxistas, salvo Trotski, habían tenido muy poca participación en la revolución de 1905, dominada del todo por el gobierno en 1907. Cunde entonces un gran desánimo entre muchos de los protagonistas de la revolución. Los desmoralizados partidos más revolucionarios habían perdido en ella miles de miembros, sobre todo entre la intelectualidad. Una minoría marcha entonces al exilio para mantener vivo el movimiento. Trotski (1879-1949), que se ha separado de los mencheviques, funda periódico propio en Viena y acude a los cafés para hacer toda suerte de comentarios sobre política mundial.
Lenin discrepa de esta táctica e insiste de nuevo entre sus colegas bolcheviques en la necesidad de un partido clandestino. Gana progresivamente adherentes a sus criterios, y pronto sucede en el liderazgo del bolchevismo al anciano Plejanov. Una nueva generación se adhiere a él: jóvenes de origen plebeyo, no proletario, rara vez con estudios universitarios, pero con experiencia de actuar en la clandestinidad y en contacto con obreros en su lucha con la policía. Uno de estos jóvenes es el georgiano Soso Yugashvili, hijo de un zapatero del Cáucaso, de madre muy religiosa y antiguo seminarista, el futuro Jósif Stalin.
Ante un intento de algunos notables bolcheviques de reconciliar el socialismo con la religión, Lenin reacciona con violencia en su extensa obra filosófica Materialismo y empiriocriticismo. Con enorme energía combate a todos sus adversarios y mantiene así la unidad del grupo bolchevique182.
162 Cf. BS, 227-240; FZ, 320-322
163 Cf. BS, 235-243
164 Cf. BS, 243-245
165 Cf. BS, 245s
166 Cf. CR, 19-23; VC2, 415¸ FZ, 326s
167 Cf. CANALS, Francisco, Textos de los grandes filósofos. Edad contemporánea, Herder, Bna 1976, 19-22; FERNANDEZ, Clemente, Los filósofos modernos, II, Bac 1976, 203-205; Aps5, 322-327
168 Cf. RODRIGUEZ DE YURRE, Gregorio, El marxismo, II, Bac 1976, 59
169 Cf. CR, 23
170 Cf. CR, 30s
171 VC2, 413-415
172 Cf. RODRIGUEZ DE YURRE, Gregorio, El marxismo, II, Bac, Md 1976, 46-93
173 Cf. CR, 41-60.
174 Cf. BS, 246
175 Cf. BS, 237, 289-294, 300s
176 Cf. BS, 294-296, 301-308. Sobre “la paz armada” y el juego de alianzas que precedió a la Primera Guerra Mundial (cf. 472-481)
177 Cf. Cf. MARX, Carlos, Manifiesto del partido comunista, en FERNANDEZ, Clemente, Los filósofos modernos. Selección de textos, II, Bac, Md 1976, 209s.