Antonio Pérez-Mosso Nenninger

Apuntes de Historia de la Iglesia 6


Скачать книгу

retira a Weiler, y la insurgencia se recobra. Un crucero acorazado norteamericano, el Maine, ancla en la bahía de la Habana sin más explicaciones en enero del 98. El gobierno español, para evitar lo peor, se comporta como si fuese una visita de cortesía. Pero 20 días después, una explosión hunde el barco y muere la mayoría de la tripulación. La comisión investigadora americana declara que el causante ha sido un explosivo o mina exterior colocada junto al buque. La comisión española afirma, por el contrario, que se trata de una explosión interna (lo que ratificará el Pentágono en declaración oficial, pero ya en 1974). En abril del 98, los Estados Unidos exigen a España el inmediato abandono de Cuba. Ante la negativa, declaran la guerra siete días después.

      El impacto moral del “desastre del 98” en la nación

      La conocida reacción literaria ante el Desastre, la llamada generación del 98, a la que “le duele España”, hace un diagnóstico sobre las raíces de lo sucedido del todo adverso a la tradición católica de España, salvo en casos contados como el de Ramiro de Maeztu vuelto a la fe. Esta literatura, en lugar de ponderar las raíces cristianas de la nación y el bien que éstas le han reportado por siglos, clama por espíritu liberal que los males le han venido precisamente por “no abrirse a Europa”, al laicismo europeísta.

      Así lo hizo incluso uno de los menos incisivos de aquella generación, y a la vez su precursor, el regeneracionista Joaquín Costa. Afirmaba que lo que España necesita es “despensa, escuela y siete llaves al sepulcro del Cid”. Los escritores del 98 proseguían en sustancia la línea trazada por la Institución Libre de Enseñanza, que culpa a la Iglesia del atraso cultural y otros graves males que aquejan al pueblo español.

      El significativo y breve gobierno de Silvela (de marzo del 99 a octubre de 1900)

      Tras la firma del Tratado de París, cesa Sagasta en marzo del 99 y le sucede Francisco Silvela, jefe del partido liberal-conservador a la muerte de Cánovas del Castillo, con el propósito de sanear –“regenerar”– la política del país manteniendo los principios liberales. Antes, siendo ministro de Cánovas, había roto con él declaradamente por no impedir las múltiples maniobras electoralistas de su desinhibido ministro de la gobernación Romero Robledo. La política de los gobiernos de turno recurría por sistema a los caciques de cada lugar para llevar a sus candidatos a las Cortes; sistema, que se impuso sobre todo a partir de la implantación del sufragio universal masculino en 1890.

      La práctica a gran escala de la compra del voto en vísperas de elecciones se dio en casi todo el país rural. Menos fácil era imponerla en las ciudades. En el mundo rural, sólo fueron refractarias a tal práctica, y no se votaba a ninguno de los dos partidos del turno, en las zonas carlistas, la mayor parte de Navarra y del País Vasco, y en las federalistas republicanas del litoral catalán.

      Silvela logra incorporar a su gobierno a algunas notables personalidades representativas de otras fuerzas como el regionalista catalán Durán y Bas, y “el general cristiano”, Polavieja, de gran popularidad desde su gobierno en Filipinas. Entra también como ministro el competente hacendista Fernández Villaverde.

      Varios incidentes concurren al rápido crecimiento de las tensiones políticas en el país. Alguna prensa lanza graves acusaciones no probadas contra mandos del ejército vencido en Filipinas. En las elecciones municipales de 1899 triunfan los republicanos en Barcelona, Valencia y otras capitales. La reforma del plan de estudios del Bachillerato, favorable a la enseñanza de la religión, promovida por el católico Alejandro Pidal, desata a la prensa liberal contra él, y es aprovechada la ocasión para multiplicar muy concurridos mítines con oradores republicanos (y también algunos monárquicos como Canalejas). Oradores republicanos reclaman la revisión de los procesos contra los anarquistas detenidos por actos terroristas como el del Teatro Liceo de Barcelona en 1893, que había causado unos treinta muertos y más de ochenta heridos.

      El gobierno de Sagasta (1901-1902)

      Inicios del nacionalismo catalanista

      El “desastre del 98”, sentido nacionalmente como la gran humillación, pondrá en marcha un conjunto de movimientos sociales y fuerzas políticas ajenas al bipartidismo de la Restauración con la convicción de que algo muy grave no marcha. Los diagnósticos sobre cuáles son los males y los necesarios remedios varían mucho. Poco antes del 98 aparecen los primeros gérmenes de nacionalismo que esta crisis reforzará.