Antonio Pérez-Mosso Nenninger

Apuntes de Historia de la Iglesia 6


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–expresa Bushkovitch– eran infames, pero los gerentes los levantaban porque así mantenían a los trabajadores en la fábrica, dado que el acelerado ritmo de urbanización trajo consigo una escasez permanente de viviendas. Los casados y algunos solteros que se instalaban fuera de las barracas acababan alquilando «rincones», partes de sótanos con particiones hechas con cuerda.

      El saneamiento era mínimo y el hacinamiento en los barrios más pobres de la ciudad convirtió a San Petersburgo en la capital europea de la tuberculosis. Lo normal eran jornadas de 10 o 12 horas de trabajo, con solo el domingo y unas horas del sábado libres. Aunque la paga era escasa, el bajo nivel de capacitación de la mayoría de los obreros suponía que la mano de obra rusa resultaba onerosa para el empleador... El gobierno apenas supervisaba los lugares de trabajo”.

      Los inicios del marxismo en Rusia

      Los populistas de los años 1870 habían intentado movilizar para la revolución a los obreros de las fábricas y fracasan. No obstante, persisten con la esperanza puesta en el mundo rural agrario. El populista agrario Plejanov, al exiliarse en Occidente, conoce la fuerza del socialismo alemán. Asombrado por la cosmovisión marxista, abandona su anterior populismo agrario y hace suyas, también para su tierra, las palabras de Marx de que el proletariado es “la clase llamada a liberar a la humanidad y que traerá consigo el socialismo”.

      Pronto, entre los que siguen a Plejanov, destaca el joven Vladimir Ilich Ulianov –Lenin (1870-1924)– , hijo de un funcionario y hermano menor de un ejecutado por participar en un intento de asesinato del zar Alejandro III. Se hace marxista durante sus estudios en la universidad de Kazán, y en los años 1890 se traslada a San Petersburgo para ejercer como abogado y completar su formación marxista. En 1895, dedicado con otros compañeros a distribuir propaganda revolucionaria entre los obreros de las fábricas, es detenido y deportado a Siberia, de donde regresa en 1900 y marcha con otros a Suiza. Funda un semanario de tono popular, Iskra (“La Chispa”), para publicitar el marxismo. Sus artículos destacan por la energía, claridad doctrinal y la precisión práctica con que marca objetivos concretos; el primero, la creación de un partido revolucionario muy definido y organizado, a diferencia del vago y difuso movimiento socialdemócrata ruso.

      El joven Lenin (1870-1924), siguiendo a Marx, afirmará que incumbe al proletariado convertirse en el mesías de la historia, pero no sin antes ser concientizado por la inteligentsia de su partido, llamado entonces socialdemócrata. Advierte que tal inteligentsia no puede ser de origen obrero sino burgués, como lo fueron Marx y Engels, tanto porque para transmitir esta concientización se requieren élites cultas, provistas de conocimientos filosóficos, históricos y económicos, como por ser la misma ideología socialista consecuencia directa del liberalismo (“resultado natural e inevitable”). Así lo expresaba Lenin en su semanario Iskra:

      “La historia de todos los países –prosigue Lenin– atestigua que la clase obrera, librada exclusivamente a sus propias fuerzas, sólo está en condiciones de elaborar una conciencia tradeunionista (sindicalista), es decir, la convicción de que es necesario agruparse en sindicatos, luchar contra los patronos, reclamar del gobierno tales o cuales leyes indispensables para los obreros, etc. En cambio, la doctrina del socialismo se ha desarrollado sobre la base de teorías filosóficas, históricas y económicas elaboradas por representantes cultos de las clases poseedoras, por la inteligentsia. Los propios fundadores del socialismo contemporáneo, Marx y Engels, pertenecían por sus orígenes sociales a la inteligentsia burguesa.

      El declive de la autocracia

      El atentado mortal contra Alejandro II en 1881 puso