Antonio Pérez-Mosso Nenninger

Apuntes de Historia de la Iglesia 6


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de Europa. El alemán Bernstein (1850-1932), ante tal incumplimiento, emprende la revisión de los postulados de Marx y lidera dentro del partido, pese a la gran oposición de Kautsky, Rosa Luxemburg y otros, un socialismo reformado que asume la legalidad. Menos aún cuaja en Inglaterra un socialismo “ortodoxo”, marxista, por el arraigo en el mundo laboral del sindicalismo de las trade unions de viejo origen medieval (cf. VC2, 415; GER4, voz Bernstein, Edouard).

      178 Cf. BS, 296-300

      179 Cf. BS, 300; VC2, 448s; FZ, 347-349

      180 Cf. BS, 300-303: FZ, 435-437

      181 Cf. BS, 305-307; CR, 61-67; FZ, 437s

      182 Cf. BS, 307s; CR, 61-81; FZ, 438-440

      9. La Iglesia en España (1898-1902)

      (la Restauración)

      El retorno de los Borbones al trono de España al fin de 1874 en la persona de Alfonso XII, hijo de Isabel II, recibe el nombre de “la Restauración”; término, que más adelante se utilizará también para designar toda una época de la historia de España de más de 50 años, hasta la caída de Alfonso XIII en 1931.

      Clave de la implantación del nuevo régimen fue el acuerdo entre Cánovas del Castillo, el gran promotor de la causa de Alfonso XII, y el jefe de los liberales, Práxedes Sagasta (1875-1902), antiguo republicano atraído en 1875 por Cánovas hacia la monarquía restaurada para juntos establecer un régimen de “turno pacífico” en el gobierno de la nación entre sus respectivos dos partidos: el liberal-conservador y el liberal.

      Alfonso XII, pronto viudo, contrae nuevo matrimonio con la austriaca María Cristina de Habsburgo, pero en 1885, a los 28 años, muere y sin dejar descendiente varón. Se teme por la continuidad del régimen. Pero, Cánovas y Sagasta, por el llamado “pacto del Pardo”, acuerdan que sea proclamada regente María Cristina. Su regencia se prolongará durante 17 años, hasta que el hijo póstumo, Alfonso (XIII), llegue en 1902 a la mayoría de edad y le suceda como rey.

      a) las relaciones de la familia real –de Alfonso XII y María Cristina– con la Santa Sede habían sido buenas, pero el liberalismo de los gobiernos de la monarquía restaurada, más o menos acentuado según los momentos del turno, ocasionaba fuertes litigios con la Iglesia, principalmente en materia de enseñanza, al no admitir que en ella tengan los obispos derecho efectivo a intervenir en una nación declaradamente católica. La soberanía del Estado era fundamento jurídico del régimen, y cuando Cánovas o sus ministros traten de ceder en uno u otro punto ante las reclamaciones del episcopado, la oposición sagastina les pondrá en serios apuros.

      b) la ideología liberal, que prende cada vez más en el conjunto del país; en especial, por medio de la enseñanza y la prensa que repercuten en la vida religiosa del país

      c) la empeorada situación de mucho campesinado a partir de las desamortizaciones por la no intervención de los gobiernos en las relaciones capital-trabajo en el que vige el amoral principio liberal del laissez faire, laissez passer que hace sustituir los tradicionales arrendamientos de largos plazos y rentas módicas por la pura ley de la oferta y la demanda. Más adelante, a partir de la primera década del XX, el Estado comienza a intervenir.

      d) las consiguientes condiciones pésimas de salarios, vivienda y alimentación para la mayoría de los numerosos emigrados del campo a las ciudades en busca de trabajo.

      g) los brotes de anarquismo surgidos a partir de la mitad del XIX en las zonas rurales más deprimidas de España (el socialismo era aún muy minoritario), y especialmente en la ciudad de Barcelona con actos de terrorismo (en la procesión del Corpus, en el Liceo de Barcelona...).

      Otra grave cuestión que hereda la Regencia es la de las guerras de Cuba y de Filipinas, últimos restos junto con Puerto Rico del imperio de Ultramar tras las emancipaciones del primer cuarto del XIX. La isla de Cuba, de enorme prosperidad económica crecida en el XIX y sobre todo durante la Restauración por el cultivo de sus productos tropicales en tierras en gran parte propiedad de españoles y que a la vez generaron una burguesía criolla próspera y culta, que será el germen del movimiento independentista. El malestar social por las condiciones en que vive el asalariado que laborea en las plantaciones –en su mayoría negro– contribuirá a la lucha independista, pero no fue lo decisivo. Más determinante fue la ideología de las élites criollas, muy al tanto del proceso liberal en la Península y, por otra parte, el interés de los Estados Unidos por establecerse en estas islas.

      Aún, durante la Guerra de los Diez Años en Cuba (1868-78), gran parte de la burguesía criolla no es independentista, y se llega a la paz de Zanjón. Pero pronto reinician los combates en la breve Guerra Chiquita que concluye al año con el compromiso de recibir diputados cubanos en el parlamento de Madrid y de abolir la esclavitud que, aunque mitigada, seguía existiendo en Cuba. Parecía que la buena sintonía con España se había recobrado, pero la nueva ley de aranceles del gobierno de Madrid que prohíbe al cubano comerciar directamente con los Estados Unidos para así proteger el comercio hispano, inclinó definitivamente a la burguesía criolla hacia la independencia. Un intelectual cubano, José Martí, proporcionará al independentismo las ideas clave para forjar la nueva patria y sublevarse.

      Un proceso similar, aunque algo posterior, se dio en las islas Filipinas. La burguesía criolla será también la promotora de la independencia, y su intelectual animador fue José Rizal. Fusilado, recoge el testigo en la carrera hacia la emancipación, Emilio Aguinaldo que, por medio de una sociedad secreta, el katipunan, prepara la sublevación.

      En 1895 resurge la guerra general en Cuba dirigida por el mulato Antonio Maceo y en la que participa José Martí, cuya pronta muerte en una emboscada le convierte en el mártir de la causa, lo que parece que fue decisivo. El general Martínez Campos, anterior firmante de la paz en Cuba, es enviado de nuevo a la isla con importante número de tropas, pero ya no vence. Los insurgentes, ya no divididos entre sí, no se prestan a negociar, y la guerra prosigue. Martínez Campos, que disponía de 130.000 soldados, no logra resultado ante una guerra de guerrillas y dimite. El sucesor, el general Weyler, adopta la dura táctica de la concentración de las poblaciones civiles en determinadas zonas aisladas separadas entre sí por franjas de Norte a Sur de la isla desarboladas –las trochas– , vigiladas día y noche. A fin de 1896 parecía dominada la situación. Incluso el ferrocarril volvió a circular por toda la isla, pero la victoria electoral en los Estados Unidos de Mac Kinley precipitará la intervención militar norteamericana.

      Cánovas del Castillo, antes de que se produzca la intervención, trata de conjurarla y llegar a