de las doctrinas de la Reforma, pero estaba profundamente impresionado por la fuerza y la claridad de las palabras de Lutero. Hasta que no se probara que el reformador estaba en error, Federico resolvió permanecer a su lado como protector. En respuesta al legado escribió: “Puesto que el Dr. Martín ha aparecido ante su presencia en Augsburgo, debe estar satisfecho. Nosotros no esperábamos que se esforzara por hacerlo retractar sin haberlo convencido de sus errores. Ninguno de los sabios de nuestro principado me ha informado que la doctrina de Martín es impía, anticristiana o herética”.[20]El elector vio que era necesaria una obra de reforma, y secretamente se regocijó de que se hiciera sentir en la iglesia una influencia mejor.
Había pasado solamente un año desde que el reformador clavara sus tesis en la iglesia del castillo; sin embargo, sus escritos ya habían encendido por doquiera un nuevo interés en las Sagradas Escrituras. No solamente de todas partes de Alemania, sino también de otros países, llegaban estudiantes a la universidad donde él enseñaba. Los jóvenes que llegaban por primera vez a la ciudad de Wittenberg “elevaban sus manos al cielo, y alababan a Dios por haber hecho que la luz brillara en esa ciudad”.[21]
Lutero por entonces estaba sólo parcialmente convertido de los errores del romanismo, pero escribió: “Estoy leyendo los escritos de los pontífices, y... yo no sé si el Papa es el anticristo mismo, o su apóstol. De tal manera es Cristo mal representado y crucificado en ellos”.[22]
Roma llegó a exasperarse más y más por los ataques de Lutero. Opositores fanáticos, aun doctores de las universidades católicas, declararon que el que matara al monje estaría sin pecado. Pero Dios era su defensa. Sus doctrinas se escucharon por doquiera, “en casa y conventos... en los castillos de los nobles, en las universidades y en los palacios de los reyes”.[23]
Por ese tiempo Lutero halló que la gran verdad de la justificación por la fe había sido proclamada por el reformador bohemio Hus. “¡Todos nosotros –dijo Lutero–, Pablo, Agustín y yo mismo hemos sido husitas sin saberlo!... ¡Dios le pedirá cuentas al mundo, porque la verdad fue predicada... hace un siglo, y la quemaron!”[24]
Lutero escribió lo siguiente acerca de las universidades: “Mucho me temo que las universidades resulten ser los grandes portales del infierno, a menos que ellas trabajen en forma diligente para explicar las Santas Escrituras, y para grabarlas en el corazón de los jóvenes... Toda institución en la cual los hombres no estén incesantemente ocupados con la Palabra de Dios, llega a corromperse”.[25]
Este llamamiento circuló por toda Alemania. La nación entera fue conmovida. Los oponentes de Lutero urgieron al pueblo a tomar medidas decisivas contra él. Se decretó que sus doctrinas debían ser inmediatamente consideradas. El reformador y sus seguidores, si no se retractaban, debían ser todos excomulgados.
Una terrible crisis
Esa resultó ser una terrible crisis para la Reforma. Lutero no dejaba de ver la tempestad que estaba por estallar, pero confió en que Cristo sería su sostén y su escudo. “Lo que está por acontecer no lo sé, ni me importa saberlo... ni siquiera una hoja cae sin la voluntad de nuestro Padre. ¡Cuánto más él cuidará de nosotros! Es poca cosa morir por la Palabra, puesto que la Palabra o el Verbo se hizo carne y murió él mismo por nosotros”.[26] Cuando la bula papal le llegó a Lutero, dijo: “La desprecio y la ataco como algo impío y falso... Es Cristo mismo el que resulta aquí condenado. Yo siento mayor libertad en mi corazón; porque al fin sé que el Papa es el anticristo, y que su trono es el de Satanás mismo”.[27]
Sin embargo, el mandato de Roma no dejó de tener efecto. Los débiles y supersticiosos temblaron ante el decreto del Papa, y muchos sintieron que la vida era demasiado cara para ser arriesgada. ¿Estaba por terminar la obra del reformador?
Lutero continuaba manteniéndose intrépido. Con terrible poder aplicó a Roma misma la sentencia de condenación. En la presencia de una multitud de ciudadanos pertenecientes a todos los rangos, Lutero quemó la bula del Papa, diciendo: “Una lucha seria acaba de empezar. Hasta ahora sólo he estado jugando con el Papa. Comencé esta obra en el nombre de Dios; ella terminará sin mí, y con su poder... ¿Quién sabe si no es Dios el que me ha llamado y me ha escogido, y si cuando ellos me desprecian, no debieran temer estar despreciando a Dios mismo?...
“Dios nunca eligió como profeta al sumo pontífice o algún otro gran personaje; pero, por lo general, eligió a hombres humildes y despreciados, y en una ocasión escogió aun a Amós, un pastor. En todas las edades, los santos han tenido que reprender a los grandes, a los reyes, a los príncipes, a los sacerdotes y a los hombres sabios, con peligro de su propia vida... Yo no digo que soy un profeta; pero digo que ellos deberían temer precisamente porque yo estoy solo y porque ellos son muchos. De lo que estoy seguro, es de que la Palabra de Dios está conmigo, y de que no está con ellos”.[28]
Sin embargo no fue sino después de una lucha terrible consigo mismo que Lutero decidió separarse finalmente de la iglesia. “¡Oh! ¡Cuánto dolor me ha causado, aunque tengo las Escrituras de mi lado, justificarme en el hecho de que debo tomar una decisión sólo en contra del Papa y considerarlo a él como el anticristo! ¡Cuántas veces me he hecho con angustia esa pregunta que con tanta frecuencia está en los labios de los partidarios del Papa: ‘¿Tú solo eres sabio? ¿Pueden todos los demás estar equivocados? ¿Qué pasará si al fin eres tú el que está engañado, y el que está induciendo a error a tantas almas, que serán eternamente condenadas?!’ Esta fue la lucha que tuve conmigo mismo y con Satanás, hasta que Cristo, por su propia Palabra infalible, fortaleció mi corazón contra estas dudas”.[29]
Apareció entonces una nueva bula, que declaraba la separación final del reformador de la Iglesia Romana, denunciándolo como un hombre maldito por el cielo, e incluyendo en la misma condenación a todos los que recibieran su doctrina.
La oposición es la suerte de todos los que Dios emplea para presentar verdades especialmente aplicadas a su tiempo. Hubo una verdad presente en los días de Lutero; hay una verdad presente para la iglesia hoy. Pero la mayoría de la gente en nuestros días no desea conocer la verdad más que lo que la deseaban los papistas que se oponían a Lutero. Los que presentan la verdad para este tiempo no deben esperar ser recibidos con mayor favor que el que tuvieron los primeros reformadores. El gran conflicto entre la verdad y el error, entre Cristo y Satanás, ha de intensificarse hasta el fin de la historia de este mundo (ver S. Juan 15:19, 20; S. Lucas 6:26).
[1]D’Aubigné, lib. 2, cap. 2.
[2]Ibíd.
[3]Ibíd., lib. 2, cap. 3.
[4]Ibíd., lib. 2, cap. 4.
[5]Ibíd., lib. 2, cap. 6.
[6]Ibíd.
[7]Ibíd.,